martes, 16 de diciembre de 2014

SIMON GARCIA, ILUSIONES, POLÍTICA Y PAÍS.

 
SIMON GARCIA
     Si se necesitara una evidencia de que se puede vivir de ilusiones, bastaría mostrar el encantamiento de la mayoría de los venezolanos durante el apogeo del llamado proceso revolucionario. En torno a un conjunto de ideas básicas (los ricos son tu enemigo, el Estado va a darte lo que necesitas, vamos a ser una potencia económica o ahora si eres tomado en cuenta) se construyó una atractiva identidad política llena de emociones y acompañada por un relato ideológico.

           La sociedad cayó en un estado de hipnosis colectiva porque necesitaba aferrarse a una esperanza. El estímulo real lo proporcionó la subida del precio del petróleo que hizo posible aumentar las magnitudes de todo. Pero las enormes cantidades de bolívares recibidos no sirvieron para producir el menor salto en calidad de vida.
            Es difícil creer que originariamente hubo un empeño de transformación en quienes comenzaron por confiscar las instituciones para destruírlas. Los desempeños indican un crecimiento de los vicios que contagia el poder. Desde los primeros años la honestidad de los nuevos gobernantes quedó averiada y sus actos de corrupción tratados con una impunidad sin parangón en gobiernos anteriores de la democracia.
            El balance es absolutamente rojo. Destrucción, derrumbes, deterioros, menguas, sobrevivencias No es necesario acudir a cifras ni pasar revista a los indicadores que miden el desarrollo de un país. Sólo hay que mirar a lo que estamos llegando a ser como gente, invadidos de rabia, de temor, de ansiedad y algunos arrollados por una incontenible desesperanza. Prestar atención a la ruina que se está comiendo las edificaciones públicas. Detenernos en un mercado. Oír el lenguaje de las colas y rodar hacia una de las miles de formas de ser víctima de los  monstruos que se han creado contra la seguridad, la convivencia o las posibilidades de vivir mejor.
            Pero las embestidas contra el ingreso de la mayoría han pulverizado las fantasías. Las antiguas dos mitades, diferentes y contrapuestas, de país han comenzado a experimentar juntas la misma dura realidad: escasez, inflación, apagones, delincuencia, hospitales colapsados, basura, etc. La línea de separación ya no es la de oficialismo  versus oposición, sino sociedad  versus régimen autoritario y excluyente.
            El problema es que mientras pasamos de encontrarnos a unirnos, una parte de la población va a colocarse en una zona de pasividad. Los desengaños y el descubrimiento de que albergamos unas esperanzas sin fundamento pueden derribar a personas y sectores que son necesarios para acelerar el inicio de una transición hacia otro tipo de sociedad.
            Hay otros escollos por eludir. Algunos de ellos en el campo de los que tienen el deber ético de formular una oferta alternativa de país, comenzar a ejecutar un plan para avanzar hacia él y generar un liderazgo plural que exprese efectivamente intereses, ideales y objetivos que vayan más allá de lo que actualmente encarna la oposición. Uno es dejar de suponer que el descontento general se transformará automáticamente en votos a favor de la oposición y mantenerse en la rutina mental que considera que la oposición es el muchacho bueno de la película y que sólo hay que recibir los aplausos de su convencido auditorio.
            Otro punto especial de preocupación reside en apuntalar la confianza en la MUD, como síntesis del largo esfuerzo por crear una identidad superior, que eleve y sea diferente, a los patriotismos partidistas. Eso significa, por ejemplo, cuidar todo este proceso de escogencia de los tres rectores del CNE y alejarse de la imagen de un reparto entre los partidos. También implica asegurar que los candidatos a la Asamblea Nacional cuenten con respaldo de sus electores y encontrar modos que fortalezcan a los partidos y reconozcan apropiadamente a los liderazgos sociales, cualquiera sea el método empleado para asegurar mayores victorias.
            Hay un país descontento que busca un cambio y una oposición que aún no tiene ni el discurso, ni la oferta, ni la conducta unitaria suficiente para ser una alternativa de nueva y creíble gobernabilidad para todos los venezolanos. 
            Pero existen dirigentes y partidos con alta capacidad para innovar las formas tradicionales de hacer política y satisfacer las exigencias que el venezolano común le sigue planteando a los políticos.  De sus actos concretos va a depender que la política deje de ser un juego de pocos y que se pueda tener en ellos la confianza que producen las decisiones responsables, oportunas y acertadas.
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim           

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