SIMON GARCIA |
La sociedad cayó en un estado de
hipnosis colectiva porque necesitaba aferrarse a una esperanza. El estímulo
real lo proporcionó la subida del precio del petróleo que hizo posible aumentar
las magnitudes de todo. Pero las enormes cantidades de bolívares recibidos no
sirvieron para producir el menor salto en calidad de vida.
Es difícil creer que
originariamente hubo un empeño de transformación en quienes comenzaron por
confiscar las instituciones para destruírlas. Los desempeños indican un
crecimiento de los vicios que contagia el poder. Desde los primeros años la
honestidad de los nuevos gobernantes quedó averiada y sus actos de corrupción
tratados con una impunidad sin parangón en gobiernos anteriores de la
democracia.
El balance es absolutamente rojo.
Destrucción, derrumbes, deterioros, menguas, sobrevivencias No es necesario
acudir a cifras ni pasar revista a los indicadores que miden el desarrollo de
un país. Sólo hay que mirar a lo que estamos llegando a ser como gente,
invadidos de rabia, de temor, de ansiedad y algunos arrollados por una
incontenible desesperanza. Prestar atención a la ruina que se está comiendo las
edificaciones públicas. Detenernos en un mercado. Oír el lenguaje de las colas
y rodar hacia una de las miles de formas de ser víctima de los monstruos que se han creado contra la
seguridad, la convivencia o las posibilidades de vivir mejor.
Pero las embestidas contra el
ingreso de la mayoría han pulverizado las fantasías. Las antiguas dos mitades,
diferentes y contrapuestas, de país han comenzado a experimentar juntas la
misma dura realidad: escasez, inflación, apagones, delincuencia, hospitales
colapsados, basura, etc. La línea de separación ya no es la de oficialismo versus oposición, sino sociedad versus régimen autoritario y excluyente.
El problema es que mientras pasamos de
encontrarnos a unirnos, una parte de la población va a colocarse en una zona de
pasividad. Los desengaños y el descubrimiento de que albergamos unas esperanzas
sin fundamento pueden derribar a personas y sectores que son necesarios para
acelerar el inicio de una transición hacia otro tipo de sociedad.
Hay otros escollos por eludir.
Algunos de ellos en el campo de los que tienen el deber ético de formular una
oferta alternativa de país, comenzar a ejecutar un plan para avanzar hacia él y
generar un liderazgo plural que exprese efectivamente intereses, ideales y
objetivos que vayan más allá de lo que actualmente encarna la oposición. Uno es
dejar de suponer que el descontento general se transformará automáticamente en
votos a favor de la oposición y mantenerse en la rutina mental que considera
que la oposición es el muchacho bueno de la película y que sólo hay que recibir
los aplausos de su convencido auditorio.
Otro punto especial de preocupación
reside en apuntalar la confianza en la MUD, como síntesis del largo esfuerzo
por crear una identidad superior, que eleve y sea diferente, a los patriotismos
partidistas. Eso significa, por ejemplo, cuidar todo este proceso de escogencia
de los tres rectores del CNE y alejarse de la imagen de un reparto entre los
partidos. También implica asegurar que los candidatos a la Asamblea Nacional
cuenten con respaldo de sus electores y encontrar modos que fortalezcan a los
partidos y reconozcan apropiadamente a los liderazgos sociales, cualquiera sea
el método empleado para asegurar mayores victorias.
Hay un país descontento que busca
un cambio y una oposición que aún no tiene ni el discurso, ni la oferta, ni la
conducta unitaria suficiente para ser una alternativa de nueva y creíble
gobernabilidad para todos los venezolanos.
Pero existen dirigentes y partidos
con alta capacidad para innovar las formas tradicionales de hacer política y
satisfacer las exigencias que el venezolano común le sigue planteando a los
políticos. De sus actos concretos va a
depender que la política deje de ser un juego de pocos y que se pueda tener en
ellos la confianza que producen las decisiones responsables, oportunas y
acertadas.
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
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