miércoles, 17 de diciembre de 2014

PEDRO R. GARCÍA M. ANTECEDENTES HISTÓRICOS DEL PETRÓLEO COMO RIQUEZA, Y EL CASI NULO APORTE NUESTRO AL VALOR TRABAJO IV.

PEDRO R. GARCÍA M.
El Cambio tecnológico durante la última parte de la Edad Media, del año 1000 a 1500, los artesanos y los empresarios empezaron a utilizar la fuerza mecánica, primero del agua y después del viento. A partir de entonces la fuerza del agua y el viento fue utilizada en una gran variedad de procesos industriales, incluyendo textiles y manufacturas de hierro, teñido, lavado, serrado, trabajos de metal, molienda y pulido. 

En el siglo XIII se empezó a mostrar interés en la utilización de la fuerza de gases y vapores en expansión, primero para juguetes y luego para armas. Con el cañón que era un motor de combustión interna de un cilindro, nació el antecedente de este dispositivo moderno que utiliza carburante líquido en lugar de sólido. 
La maquinaria y la fuerza mecánica fueron primero utilizadas por la industria lanera inglesa que contiguo con la extracción de mineral fue la primera industria inglesa en proporcionar ejemplos de empresa de gran escala. 
El comercio exterior dio un jalon al surgimiento de políticas económicas nacionales en forma de derechos sobre exportaciones e importaciones. Implantándose reglas nacionales también para el precio de la cerveza y el precio del pan para la protección del consumidor, así como medidas relativas a la moneda y a las condiciones de trabajo. 
El Estatuto de los Trabajadores de 1351 estuvo próximo a establecer tasas máximas de pago, y un acta de 1495 estableció lo que puede considerarse como un mínimo de horas de faena. Se crearon provisiones para declarar ilegales las prácticas monopolísticas. En vista de la prohibición medieval del interés, que ya comentáremos, estas transacciones no asumían la forma de préstamos directos sino de “commenda”, una forma de convenio de asociación bajo la cual el capitalista financiaba la expedición comercial de un marino mercantil. 
El préstamo no podía ser hecho por individuos sino por organizaciones las cuales podían más fácilmente evadir la prohibición de cobrar intereses. En principio, la sociedad estaba organizada en tres clases, el clero que oraba, los guerreros que combatían, y los campesinos que producían, una división a la medida del sueño de Platón. 
Existía sin embargo unida por la idea de una comunidad universal, a la manera pensada por los Estoicos. Esta era una sociedad de creyentes, preocupados profundamente con la salvación y que asignaba con confianza inmutable a la Iglesia el papel mediador entre el hombre y Dios. Fue la Era de la Esperanza. Además de sus funciones espirituales, la clerecía medieval preservó la luz del aprendizaje en la Edad del Oscurantismo, cuando ni siquiera los reyes dominaban el arte de leer y escribir y quien encabezaba al Sacro Imperio Romano firmaba sus documentos trazando líneas que conectaban las letras que formaban su nombre. 
Más aún, la Iglesia fue uno de los grandes poderes de la política medieval y los conflictos entre emperadores, reyes y príncipes de la Iglesia están así reflejados. Las doctrinas económicas de la misma se derivaban de la Biblia, de las enseñanzas de los Padres griegos y latinos de Aristóteles, cuyo prestigio era tan alto en el Siglo XIII que se le llamó “El Filósofo”. Otra influencia importante fueron el Derecho Romano y el Derecho Canónico fundado por la legislación llevada a cabo en Concilios así como por iniciativas de Papas y obispos. Desde el punto de vista económico, la construcción de las imponentes catedrales y edificios de gobierno, que en ocasiones llevó siglos edificar, absorbió una porción substancial de los recursos disponibles y puede haber sido una función económica importante al producir empleo e inducir el gasto. Surgirá entonces la destacada influencia de Santo Tomás de Aquino (1225-74), cuyas doctrinas cubren asuntos tales como la institución de la propiedad privada, para la que establece que su establecimiento este inspirada e interprete la ley natural, y pueda ser normalizada por el gobierno para el bien común, el propietario está bajo el deber de compartir el uso de sus posesiones con otros, y la propiedad comunal se reserva solo para aquellos que desean conducir una vida de perfección, con lo que rehabilita tanto a la propiedad como la reivindicación del hombre de negocios. El Eclesiástico (27:2) enseñaba: “como un clavo se encaja entre las grietas de las piedras, así se encaja el pecado entre el comprar y el vender”, y los Padres enunciaban de manera similar su preocupación acerca de las múltiples tentaciones a que se ve expuesto el comerciante por su actividad. 
San Agustín no cierra totalmente la puerta a la redención del hombre de negocios cuando aprueba la distinción entre el mercader y su actividad: “la avaricia y el fraude son vicios del hombre, no de la actividad, la cual puede ser llevada a cabo sin tales vicios”; el justo precio, se encuentra en la Suma teológica bajo la cuestión “¿puede un hombre vender legítimamente una cosa por más de lo que vale?”. El valor de un bien es su precio justo, y si el precio de venta se desvía de él, el comprador o el vendedor, según el caso, debe restituir. El justo precio era el precio corriente prevaleciente en un lugar dado en un tiempo dado, a determinarse por la estimación de una persona recta. El requerimiento de que el precio sea justo es derivado por Santo Tomás de la regla dorada sobre la naturaleza del intercambio. 
La Escritura manda: “todo lo que quieras que hagan para ti, hazlo tu también para ellos” (Mateo 7:12), por lo que los intercambios han sido instituidos para ventaja común del comprador y el vendedor. No deben ser una carga más para uno que para el otro, y el contrato entre ellos debe estar basado en la igualdad de las cosas. “El valor de una cosa que se pone para uso humano es medido por el precio dado; y para este propósito fue inventado el dinero como se explicó en la Ética. Por tanto, bien sea que el precio exceda el valor de la cosa o recíprocamente, falta la igualdad requerida por la justicia”; la prohibición de la usura, tenida como pecado, asuntos que formaban el núcleo del pensamiento económico medieval en cuanto a la doctrina antigua del interés, derivada de las enseñanzas de los Padres, tiene su confirmación en varios pasajes del Antiguo Testamento y en las palabras de Jesús, citado por Lucas 6:35 “presta libremente, sin esperar nada a cambio”. Carlomagno prohibió la usura por parte de clérigos y laicos. Carlomagno definía la usura en términos tales como, como “pedir a cambio más de lo que se da”. En 1139 el Segundo Concilio de Letrán expresamente prohibió toda usura. Desde entonces canonistas y teólogos dieron creciente atención a la usura interpretándola como una violación a la ley natural y a la justicia o como un pecado de avaricia o falta de caridad. En los escritos contemporáneos de los teólogos las actividades de los banqueros cambiarios fueron identificadas a menudo como usurarias. 
El tratamiento más amplio del cambio bancario puede encontrarse en los escritos de San Antonio, arzobispo de Florencia. Rechaza por usura las transacciones de cambio internacional que involucraban crédito, incluyendo el anticipo de fondos por parte del banquero, pagable en otro lugar y tiempo futuro. Las actividades de los banqueros de depósito y cambio durante la última parte de la Edad Media indican que no existía completo acuerdo entre la doctrina teológica y las prácticas financieras. 
En el Siglo XIX, las autoridades eclesiásticas dieron su aprobación implícita al cobro de intereses, siempre que estuvieran por debajo de las tasas máximas establecidas por las leyes del país. 
Adam Smith condenó toda prohibición legal explícita del interés, pero donde las leyes estipulaban un tipo máximo de interés, él propugnaba el establecimiento de una tasa baja, ligeramente superior al tipo de mercado. Smith favoreció una tasa de interés baja porque esto incrementaría las oportunidades de conseguir que el ahorro se dirigiera a nuevas inversiones más que a contraer deudas. 
Según Keynes, “La destrucción del estímulo hacia la inversión, sustituida por la excesiva preferencia por el dinero en efectivo fue el peor de los males, y el principal impedimento para el crecimiento de la riqueza”. 
Nicolás de Oresme compiló las diferentes corrientes de pensamiento de su época en su libro Origen, Naturaleza, Derecho y Alteraciones de la Moneda en el que reflexiona sobre los desórdenes de que habían sido responsables los reyes franceses al recurrir continuamente a la falsificación o alteración del dinero. 
El papel moneda, que según Goethe fue invención de Mefistófeles, no se usó en Europa durante la Edad Media. El dinero en aquella época esta representado por monedas. La adulteración de la moneda, bien fuera por falta de peso, recorte o mezcla con metal común, no tuvo su origen en los tiempos medievales. La falsificación de la moneda es tan antigua como la moneda misma. La moneda empezó a usarse en el reino de Lydia en Asia Menor en el Siglo VII a.C. Parece que los déspotas orientales no introdujeron la moneda para utilidad del pueblo sino más bien como una forma de obtener ingresos. La gente entregaba metales preciosos al tesoro y recibía a cambio unas monedas cuyo contenido de metal monetario era mucho menor. No parecía que nadie perdiera en tanto las monedas fueron aceptadas para su valor nominal. 
Se practicó la devaluación de la moneda desde tiempo inmemorial, ya que las autoridades monetarias retiraban en ocasiones las monedas para sustituirlas por otras nuevas de menor contenido metálico. En 594 a.C. Solón en Atenas redujo el valor metálico de la moneda ateniense en una cuarta parte. La falsificación y adulteración de la moneda arruinó el dinero romano. (Le daremos término a este tema en otra entrega)
Pedro R. Garcia M.
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