PEDRO R. GARCÍA M |
Hoy
el Imperio Romano y su pensamiento económico especulativo:
Ubicando
algunas pistas…
Siguiendo el curso de la luz del sol, vendrá
el Imperio Romano cuyo legado fue prolífico en materia de ideas. La historia de
Roma está colmada de dificultades económicas, pero no encontramos pensamiento
especulativo acerca de la economía. La educación era estrictamente literaria y retórica,
y la ciencia no tenía lugar alguno en el curriculum. La expansión territorial
jugó un papel singular en su historia económica. Extendió el mercado, pero a la
vez dio surgimiento a nuevos centros de producción que competían con los
antiguos. De esta manera el crecimiento del Imperio colocó a la agricultura
italiana en una posición inestable, igual que al comercio y la industria. La
civilización y la urbanización se ampliaron sobre las provincias conquistadas,
pero perdió su posición de liderazgo en el comercio y la industria. Sin embargo
la producción continuó floreciendo según el Imperio se desarrollaba y se abrían
nuevos mercados. Después del reinado de Adriano (117-138 d.C.) cesó la
expansión territorial, por lo que los productores italianos tuvieron que
limitarse desde entonces al poder de compra de algunas personas de bienestar
relativo en las ciudades y en el creciente número de necesitados urbanos y
rurales. La caída del Imperio Romano, uno de los grandes eventos en la historia
del mundo, fue acompañada de graves desordenes económicos. Las guerras y las
invasiones destruían las propiedades y absorbían la mano de obra. Los impuestos
llegaron a ser más y más y eran suplementados por requisiciones y exacciones de
todo tipo, con servicio militar y trabajo forzado. La moneda era devaluada y
depreciada continuamente, y la inflación se hizo crónica, y galopante. En
Egipto, por ejemplo, el precio del trigo se triplicó entre el siglo primero y
el tercero d.C., y al final del siglo III su precio era cien mil veces mayor
que tres siglos atrás. Este tipo de desordenes reflejan las presiones
económicas a que se veía sometido el Imperio por las guerras que mantenía. Roma
estableció la ley y el orden dentro de los confines del Imperio pero ejerció
poca o ninguna influencia civilizadora sobre las tribus bárbaras más allá de
sus fronteras. Hubo necesidad de un nuevo mensaje para ciudad anisar a los
invasores y acercarlos a los límites de una comunidad universal. Este nuevo
mensaje fue divulgado por el Cristianismo, cuyo auge se traslada con la
declinación del Imperio. La nueva civilización que sustituyo a la romana
atraería pronto a millones de personas inspirada por una idea nueva, diferente
de la sabiduría de los griegos y la legislación de los romanos: el evangelio
del amor.
El cristianismo comparte algunos aspectos con
las filosofías cínicas, estoica y epicúrea que llegaron a ser tan
sobresalientes en Roma. Los ideales de pobreza y ascetismo de los cínicos, la
concepción de los estoicos de la ley natural y su aguda distinción entre virtud
y vicio, el amor por la humanidad de Epicuro, todos encuentran afinidad, si no
su plenitud, en la enseñanza cristiana. Cuando los Doce son enviados a
predicar, no se les permite llevar dinero (Mateo 10:9). El joven rico preocupado
por la ruta hacia la perfección recibe el consejo de vender sus propiedades y
dar el dinero a los pobres (Mateo 19:21; Marcos 10:21; y Lucas 18:22). Puede
encontrarse también una indiferencia hacia las consideraciones económicas en la
parábola de los trabajadores de la viña, que reciben el mismo salario
independientemente de las horas trabajadas (Mateo 20:10), así como en la
admonición a Marta, que en lugar de escuchar las enseñanzas de Jesús como lo
hace su hermana María, está absorta en el trabajo (Lucas 10:38). Mas aún, ya no
con ojeriza hacia las consideraciones económicas sino hostilidad y
desaprobación de la riqueza y su búsqueda, se expresan en el Sermón de la
Montaña. El tesoro no debe guardarse en esta tierra sino en el Cielo (Mateo 6:
19-20), No hay necesidad de preocuparse de las necesidades de la vida; el Señor
mantiene a los pájaros del aire y los lirios de los campos (Mateo 6: 25-34). Y
mas expresamente: “Nadie puede servir a dos señores. No se puede servir a Dios
y a Mammon” (el dinero) (Mateo 6:24). “¡Cuán difícil es para el rico entrar en
el Reino de Dios! es mas fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja
que a un rico entrar en el Reino de Dios” (Marcos 10:23-31).
Puede encontrarse una condenación apasionada
del rico en la Epístola de Santiago (hay que leerla para no ser un gran
carajo). Varios pasajes de los Hechos de los Apóstoles dan testimonio de la
aceptación de los primeros cristianos de las enseñanzas de Jesús. “Todos los
creyentes estaban juntos y tenían las cosas en común; y vendieron sus
posesiones y bienes y los distribuyeron entre todos, según su necesidad”.
“...tenían todo en común... no había entre ellos persona necesitada, porque
aquellos que tenían tierras o casas las vendían y entregaban su importe a los
apóstoles; y se hacía la distribución de ellos según cada quien necesitara”
(Hechos 4:32; 34-35).
Al correr del tiempo, el Cristianismo se
extendió en diferentes poblaciones y entre las desiguales clases de sociedad.
El arribo del Reino de Dios gradualmente pareció menos próxima de lo que les
había sido a los primeros discípulos de Jesús. La vida en este mundo tiene que
vivirse y había que desarrollar destrezas para adaptar la carrera de los
primeros creyentes con las instituciones sociales y económicas de su ambiente.
La esclavitud, la pobreza, y la coexistencia del rico y el pobre eran parte de
las mismas. Por ello, la enseñanza de Pablo, reconoce la necesidad de la
actividad productiva. “El hombre que no trabaja, que no coma”. Se exhorta a la
gente a realizar su labor calladamente y ganarse el propio sustento (2
Tesalonicenses 3: 10-12) con sus propias manos, de manera que puedan demandar
el respeto de los extraños y no ser dependientes de nadie (1 Tesalonicenses 4:
11-12). No se condena al rico incondicionalmente pero se le apremia a hacer el
bien (1 Timoteo 6: 17-19).
De la riqueza.
Algunas décadas después de la muerte de
Pablo, el cónsul romano Tito Flavio abrazaba la nueva fe. La actitud hacia el
status económico y la propiedad y la cuestión de la salvación de los ricos se
convirtieron en premisas que constituían un reto para el pensamiento de los
hombres eminentes de la época. Uno de ellos fue Clemente de Alejandría, que
vivió en el siglo segundo en una comunidad bien conocida por su riqueza
comercial. En uno de sus sermones, conocido por su nombre en latín ¿Quise Dices
Salvetur?, ¿quién es el rico que puede salvarse?, Clemente establece el deber
cristiano de liberar la mente del rico de la desesperación y le muestra un
camino para la salvación. La Escritura, sostiene Clemente, debe ser
interpretada en forma más bien alegórica que literaria. Si el joven rico recibe
el consejo de vender todas sus propiedades, quiere esto decir que debe rechazar
de su mente todo apego a la riqueza y el deseo de ella. Lo que Jesús aconseja
no es un acto externo sino un sacrificio en el alma. En sí mismo, no existe
mérito alguno en la pobreza. Si todos renunciáramos a la riqueza, sería
imposible encontrar las virtudes de liberalidad y caridad (argumento que
encontramos ya en Aristóteles). Según Clemente, la riqueza ha sido diseñada
como un don de Dios, proporcionada para promover el bienestar humano. Es una
herramienta, y como tal, puede ser bien o mal usada. Estos pensamientos,
especialmente el énfasis en el uso de la propiedad como criterio de bondad,
marcan una actitud doctrinal que alcanzaría preeminencia en los siglos
posteriores. En su sentido mas amplio, la imposición de deberes para con Dios y
para con otros señores espirituales y temporales sobre aquellos que tienen el
derecho de usar algún bien, llegaría a convertirse en un aspecto sobresaliente
del sistema económico medieval.
Les seguirán los padres de la Iglesia, Juan
Crisóstomo, el más grande de los Padres Griegos; Basilio el Grande, en quien
destacaba un espíritu igualitario: “aquel que ama a su prójimo como a si mismo,
no habrá de poseer más que su prójimo”; Ambrosio, rechazaba de plano la
división de los bienes en públicos y privados. La naturaleza, sostenía, da
todos los bienes en común a todos los hombres. Por tanto, la caridad no es un
regalo sino que puede ser considera como la materia de un derecho. El pobre
recibe lo que realmente es de él; el rico sólo paga una deuda. Jerónimo
compartía el punto de vista de Juan Crisóstomo de que el hombre rico o bien es
injusto el mismo o es heredero de una persona injusta. Para Jerónimo toda la
riqueza aparece manchada de iniquidad: la ganancia de un hombre, insistía, es
probable que provenga de la pérdida de otro. Agustín declaró que la riqueza es
un don de Dios y un bien, pero no el mayor ni el más alto. Consideraba a la
propiedad privada como responsable de varios males disensiones, guerras,
injusticias; Agustín dejó bien claro que consideraba la propiedad privada como
una creación del estado, un derecho humano más que divino. “Por ley divina,
decía, la Tierra y cuanto hay en ella son del Señor. El pobre y el rico están
formados del mismo barro; la misma tierra provee para el pobre y para el rico.
Por derecho humano, sin embargo, alguien dice, esta tierra es mía, esta casa es
mía, este es mi sirviente. Por derecho humano, esto es por derecho de los
emperadores. ¿Por qué así? Porque Dios ha distribuido a la humanidad estos
derechos humanos a través de reyes y emperadores”. La legitimidad de la
propiedad privada a la luz de la doctrina de la ley natural de la propiedad
comunitaria fue un problema con el hubieron de luchar los canonistas hasta que
fue resuelto por Santo Tomás de Aquino en el siglo trece. La civilización
medieval temprana se caracteriza por la continua lucha con los invasores. Estas
guerras eran costosas. Equipar solamente a un caballero requería un desembolso
equivalente a la compra de veinte bueyes, o el equipo de labranza de diez
campesinos. Más aún, se incurría en gastos de importancia en el mantenimiento y
reemplazo de caballo para el hidalgo y su escudero. Era posible “financiar”
este nuevo tipo de guerra por la imposición del deber militar y otros servicios
adecuados sobre los poseedores de la tierra, la que en aquel tiempo constituía
la forma de riqueza más importante. Bajo el feudalismo la propiedad de la
tierra no era absoluta y divorciada de ciertos deberes como lo había sido en
Roma y como vino de vuelta en los tiempos modernos. La propiedad original de la
tierra era del rey, el señor todopoderoso. Este donaba grandes parcelas a sus
nobles más importantes, quienes podían a su vez designar representantes. Estos
nobles y sus lugartenientes no adquirían la propiedad plena de la tierra sino
más bien un derecho de uso sobre ella, que tendió a volverse hereditario. Pero
que estaba condicionado a la prestación de cierto tipo de servicios, militar,
personal, de trabajo, o entrega de los productos. Pero la propiedad feudal no
era solamente sujeta de derechos. Era también la base del poder político. Los
señores feudales estaban investidos de numerosas funciones gubernamentales,
disposición que nacía de la debilidad de las autoridades centrales en tiempos
de pobres comunicaciones e inseguridad general. Económicamente la tenencia
feudal, especialmente en el norte de Europa, estaba frecuentemente organizada
en forma de señoríos, un estado agrícola que tendía a la autosuficiencia, y era
trabajado por varios tipos de mano de obra, aldeanos y siervos, los que estaban
más bien ligados a la tierra que a la persona del propietario. Se les permitía
tener sus propias parcelas, a cambio de las cuales prestaban sus servicios al
señor. En Inglaterra el sistema señorial se desintegró antes, entre 1300 y 1500
bajo la influencia de la comercialización de la agricultura que aportó la
creación de grandes granjas operadas por propietarios y trabajadores. Un
aspecto de esta llamada Revolución Agrícola fue el aislamiento, la colocación
de cercas divisorias de las tierras que antes eran utilizadas en común para
propósitos de pastoreo o agricultura intensiva
incrementó la productividad agrícola y puso disponible para su venta en
el mercado una cantidad mayor de productos de los que el señorío había tenido
la capacidad de producir. Es sin embargo un asunto de polémica porque trajo
consigo privaciones para que ellos que habían estado dependientes del uso de la
tierra común para su supervivencia. En tiempos de Roma, la tierra era trabajada
mediante una pala manual. Ahora que la civilización se había trasladado hacia
el norte con ricos suelos de aluvión y
empezó a usarse el pesado arado con ruedas, arrastrado por yuntas de
bueyes, frecuentemente fuera del alcance del campesino aislado y solo
disponible dentro de la organización más amplia del señorío. La introducción
del caballo le imprimió mayor velocidad y resistencia permitiendo trabajar el
doble de tierra que con bueyes. Junto con el arnés y la herradura se originaron
mejoras en el transporte y la comunicación que proporcionaban un servicio más
rápido y de bajo costo. Mientras que en tiempos de Roma el acarreo de bienes a
granel provocaba que se duplicara su precio cada 100 millas, el movimiento de
grano en el Siglo XIII solamente subía su precio en 30% por la misma distancia.
Además del arado y del caballo de tiro, la productividad agrícola fue también
incrementada por la introducción de la rotación de cosechas en tres campos, el
primero dedicado a recolecciones de invierno, el segundo a las de primavera, y
el tercero alternado. (Le daremos continuidad en una aproxima entrega)
Pedro
R. Garcia M.
pgpgarcia5@gmail.com
@pgpgarcia5
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