JUAN JOSÉ MONSANT ARISTIMUÑO |
Lo más impactante
que llama la atención es la desdentada boca de Alan Gross que muestra al
pronunciar sus primeras palabras, luego de ser liberado de una prisión cubana
donde estuvo recluido por más de cinco años. Sonreía entre su incontenida
emoción de hablar en libertad, y besar a
su esposa que no desmayó en su cruzada para que no se olvidara a su marido,
prisionero desde el 2009, acusado de espionaje.
Gross, en realidad
no es un agente de inteligencia con formación profesional, fue un comerciante
al servicio de una empresa que prestaba servicios a la USAID, quien le solicitó
realizar algunos trabajos delicados pero humanitarios en la isla, en particular
a la comunidad judía. Fuere por ingenuidad, buena fe o auténtico sentido
humanitario, cayó en la trampa que le tendió el gobierno cubano a través del
pediatra José Manuel Collera, tenido como “amigable” por la oposición cubana, e
incluso por las autoridades estadounidenses ejecutivas y parlamentarias, pero
que en realidad era un agente al servicio del gobierno. De allí que entrar en
contacto con Gross no fue problema, como tampoco ganarse su confianza y conocer
su intención de facilitar equipos electrónicos de comunicación a los
combatientes por la libertad, allí, en la misma entraña de la dictadura
comunista.
Lo demás fue
información, seguimiento, grabación y recaudación de pruebas o indicios de violación de leyes internas de seguridad,
que no son otras que la prohibición a la libre circulación de las ideas y
expresión de ellas, lo cual es un delito perseguido con particular celo por el
régimen cubano. Detenido, enjuiciado, encarcelado y mostrado al público, Alan
Gross se convirtió en un instrumento de propaganda y negociación de Cuba, en
tanto que para los Estados Unidos marcó un sabor de injusticia contra un
conciudadano inadecuadamente preparado e inútilmente utilizado, pero que
expresaba en su acción voluntaria, lo más genuino del sentimiento americano de
justicia, solidaridad y libertad, inscrito en esa anónima masa diluida que vive
en paz, sencillez y apegada a sus valores históricos, religiosos y familiares,
bien lejos de lo que Vargas Llosa denominó “la civilización del espectáculo”.
Con dificultad para
caminar, ver con claridad a través de sus ojos, flaco y quizá con avitaminosis,
su dentadura resaltaba por sus oscuros espacios que se evidenciaban cada vez
que sonreía. Sonreía por hablar en libertad, por hacerlo bajo una bandera que lo
vio nacer y le enseñó principios, ética y solidaridad, aunque las más de las
veces solo se expresan como un catálogo del deber ser y no del ser, pero que
allí están, inscritos en el alma y neurona de la gente sencilla, la de todos
los días, la del apple pie.
Leía para no
salirse del guión preparado por sus abogados. Se detenía en su lectura, volvía
a sonreír, como si no creyera que estaba allí, al lado de su esposa, con su
abogado, con la prensa escrutándolo, con sus pensamientos ocultos sobre lo que
vendría. Agradeció a todos, a Obama, a los congresantes que le respaldaron, a
las visitas que recibió, a quienes se preocuparon, motivaron y mantuvieron vivo
su caso en la opinión pública nacional e internacional. Fue sencillo, pienso
que aún no estaba consciente hasta dónde se vio involucrado en el laberinto de la real politik, que como él
mismo afirmaba, no sabía que lo que hizo en La Habana fuere delito, solo quería
ayudar, darle un instrumento, una posibilidad a los cubanos que luchaban por la
libertad a riesgo de su integridad y, quizá, su pequeña aventura que le
reivindicaba ante sí mismo, miembro de la especie humana.
Se retiró
discretamente y no ha vuelto a declarar, luego de dejar aquella frase que dejó
caer: “He aprendido que la libertad no es gratuita”, frase que fue más allá de
su rescate por intercambio. Imagino que ahora irá donde su odontólogo a salvar
lo que queda de su dentadura e instalarse una buena prótesis, a recuperar peso,
reflexionar sobre su futuro, y a disfrutar de la calidez de un hogar.
Los espías cubanos
liberados en el intercambio, fueron el fiel contraste entre una dictadura y una
democracia.
Hay que resaltar
dos reflexiones de la intervención de Gross al agradecer su liberación. Una,
“Para mí los cubanos, o la gran mayoría de ellos, son increíblemente amables, y
me duele ver cómo los trata ese régimen represivo”.
La otra, al recordar que su liberación se produjo al inicio de la fiesta judía de la Janucá. Lo que no dijo fue que Janucá celebra el milagro del aceite que alumbró el Templo de Jerusalén durante ocho días, luego que los Macabeos lograran la independencia del pueblo judío de la tiranía del rey heleno Antíoco Epífanes, por allá en II a.C.
Para mí fue un mensaje subliminal,
espontáneo, de Gross, así como llamar a su abogado, “mi Moisés particular”.
Ambas gestas ligadas a la libertad, esa que no se consigue congraciándose con
la tiranía, ni de manera gratuita.
Juan Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
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