lunes, 22 de diciembre de 2014

JUAN JOSÉ MONSANT ARISTIMUÑO, UNA JANUCÁ MUY PARTICULAR, DESDE EL SALVADOR

JUAN JOSÉ MONSANT ARISTIMUÑO
Lo más impactante que llama la atención es la desdentada boca de Alan Gross que muestra al pronunciar sus primeras palabras, luego de ser liberado de una prisión cubana donde estuvo recluido por más de cinco años. Sonreía entre su incontenida emoción de hablar en libertad, y  besar a su esposa que no desmayó en su cruzada para que no se olvidara a su marido, prisionero desde el 2009, acusado de espionaje.

Gross, en realidad no es un agente de inteligencia con formación profesional, fue un comerciante al servicio de una empresa que prestaba servicios a la USAID, quien le solicitó realizar algunos trabajos delicados pero humanitarios en la isla, en particular a la comunidad judía. Fuere por ingenuidad, buena fe o auténtico sentido humanitario, cayó en la trampa que le tendió el gobierno cubano a través del pediatra José Manuel Collera, tenido como “amigable” por la oposición cubana, e incluso por las autoridades estadounidenses ejecutivas y parlamentarias, pero que en realidad era un agente al servicio del gobierno. De allí que entrar en contacto con Gross no fue problema, como tampoco ganarse su confianza y conocer su intención de facilitar equipos electrónicos de comunicación a los combatientes por la libertad, allí, en la misma entraña de la dictadura comunista.
Lo demás fue información, seguimiento, grabación y recaudación de pruebas o indicios  de violación de leyes internas de seguridad, que no son otras que la prohibición a la libre circulación de las ideas y expresión de ellas, lo cual es un delito perseguido con particular celo por el régimen cubano. Detenido, enjuiciado, encarcelado y mostrado al público, Alan Gross se convirtió en un instrumento de propaganda y negociación de Cuba, en tanto que para los Estados Unidos marcó un sabor de injusticia contra un conciudadano inadecuadamente preparado e inútilmente utilizado, pero que expresaba en su acción voluntaria, lo más genuino del sentimiento americano de justicia, solidaridad y libertad, inscrito en esa anónima masa diluida que vive en paz, sencillez y apegada a sus valores históricos, religiosos y familiares, bien lejos de lo que Vargas Llosa denominó “la civilización del espectáculo”.
Con dificultad para caminar, ver con claridad a través de sus ojos, flaco y quizá con avitaminosis, su dentadura resaltaba por sus oscuros espacios que se evidenciaban cada vez que sonreía. Sonreía por hablar en libertad, por hacerlo bajo una bandera que lo vio nacer y le enseñó principios, ética y solidaridad, aunque las más de las veces solo se expresan como un catálogo del deber ser y no del ser, pero que allí están, inscritos en el alma y neurona de la gente sencilla, la de todos los días, la del apple pie.
Leía para no salirse del guión preparado por sus abogados. Se detenía en su lectura, volvía a sonreír, como si no creyera que estaba allí, al lado de su esposa, con su abogado, con la prensa escrutándolo, con sus pensamientos ocultos sobre lo que vendría. Agradeció a todos, a Obama, a los congresantes que le respaldaron, a las visitas que recibió, a quienes se preocuparon, motivaron y mantuvieron vivo su caso en la opinión pública nacional e internacional. Fue sencillo, pienso que aún no estaba consciente hasta dónde se vio involucrado en el  laberinto de la real politik, que como él mismo afirmaba, no sabía que lo que hizo en La Habana fuere delito, solo quería ayudar, darle un instrumento, una posibilidad a los cubanos que luchaban por la libertad a riesgo de su integridad y, quizá, su pequeña aventura que le reivindicaba ante sí mismo, miembro de la especie humana.
Se retiró discretamente y no ha vuelto a declarar, luego de dejar aquella frase que dejó caer: “He aprendido que la libertad no es gratuita”, frase que fue más allá de su rescate por intercambio. Imagino que ahora irá donde su odontólogo a salvar lo que queda de su dentadura e instalarse una buena prótesis, a recuperar peso, reflexionar sobre su futuro, y a disfrutar de la calidez de un hogar.
Los espías cubanos liberados en el intercambio, fueron el fiel contraste entre una dictadura y una democracia.
Hay que resaltar dos reflexiones de la intervención de Gross al agradecer su liberación. Una, “Para mí los cubanos, o la gran mayoría de ellos, son increíblemente amables, y me duele ver cómo los trata ese régimen represivo”. 
La otra, al recordar que su liberación se produjo al inicio de la fiesta judía de la Janucá. Lo que no dijo fue que Janucá celebra el milagro del aceite que alumbró el Templo de Jerusalén  durante ocho días, luego que los Macabeos lograran la independencia del pueblo judío de la tiranía del rey heleno Antíoco Epífanes, por allá en II a.C. 
Para mí fue un mensaje subliminal, espontáneo, de Gross, así como llamar a su abogado, “mi Moisés particular”. Ambas gestas ligadas a la libertad, esa que no se consigue congraciándose con la tiranía, ni de manera gratuita.
Juan Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant

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