domingo, 21 de diciembre de 2014

JOSÉ MANUEL QUINTERO STRAUSS, ¿EXISTE EL NIÑO JESÚS?

                           (A los hijos de mis amigos en esta Navidad)

LA VIRGEN MARIA Y EL NIÑO JESUS
Siempre he creído en que Jesucristo hace verdaderos milagros a las personas que creen en él. Incluso lograr estirar los presupuestos familiares permitiendo que un pequeño aguinaldo alcance para muchos gastos navideños.

A pocos días de reunirnos en familia para compartir el pan y el vino quisiera hablarles de los milagros que realiza Jesús a las personas que tienen fe.
El viernes pasado por la tarde, después de haber sentido la presencia de la muerte muy cerca, luego de haber sido humillado y vejado por seres desalmados que provistos de armas que jamás había visto -ni sentido- y que continuaron sembrando más tristeza en mi alma, al ver con impotencia como cargaban todos –absolutamente todos- los recuerdos materiales de mi recordada esposa y de mi adorada hija,  aproveché para recorrer las céntricas calles de mi Mérida serrana para mitigar mi dolor y dejar que brotara alguna lágrima fortuita.
Pude constatar que están invadidas de vendedores de todo tipo de barajitas y otras inverosímiles cosas de un chocante materialismo. Tan solo por los alrededores de la Plaza Bolívar -antiguo centro de esparcimiento- usted se encontrará con todo lo inimaginable; desde aquellos que ofrecen cachorros y loritos !con pedigrí¡ hasta suspiros, caballitos de madera, relojes despertadores (todos repicando), eucaliptos, pitos que hablan, papas rellenas y pingüinos vendiendo helados. Otros ofrecen escapularios y rosarios, mandarinas y piñas (enteras o en rodajas) o mango con sal, adobo y vinagre, torta de jojotos, Cd chimbos, mata chiripas (la original, dicen a fuerte voz), lentes a granel, centros de comunicaciones portátiles cada 20 metros, obleas, incienso, ojales metálicos para correas (la 1ª. gratis) lubricantes para autos, café en termos, cotufas, musgos, casitas de barro (sobre el capot de lujosos autos), popsicles y raspados, rifas, maíz para palomas (por puñados y el precio varia dependiendo de las palomas) y para remate los típicos tambores de San Benito se combinan con la música vallenata en la mayoría de los locales. Hay estatuas vivientes y hermosas jovencitas en shorts promocionando lindos departamentos de unos amigos argentinos, barquillas, triciclos, tungas y carabinas, coquitos, melindres,  cosméticos, papel de regalo y toalet,  bambalinas, brillantina para pesebres, regañonas, templones y en la esquina norte con la Av 3 se ofrece placer corporal. Atol caliente en reverbero, leche e’ burra, bolsitas de alcanfor (creía que eso ya no existía) y fuegos artificiales (camuflados). Hombres vestidos de San Nicolás (gordos y flacos) y hasta uno afrodescendiente, moto-taxis como arroz, flores, floreros y saquitos con pétalos. Un señor sentado en una mesita donde guinda un letrero “Se venden poemas” (¿o se escriben?). Sin contar los vendedores de kinos, los quiscos de periódicos, las tarimas y carpas de los  afectos al gobierno, los múltiples necesitados pidiendo limosna y los tradicionales buhoneros de siempre e incontables colas (para todo).
Lo único que faltaba era venta de mondongo y cerveza fría en plena vía pública, pues hasta hallacas con ensalada rusa se ofrece en la esquina de la CANTV. Eso si, sólo un stand de libros, con pocos…pero muy pocos textos. Ante aquel gigantesco  bazar persa que me recordó mis días en Bagdad, opté por entrar a la Capilla de El Carmen -donde por las tardes siempre rezaba mi madre- y pensar imaginariamente en mis hijos.
No faltó un niño que quiso abrirle los ojos -a mis hijos que son hermosos e inocentes- diciéndoles en sus orejitas: “saben, eso de que viene el niño Jesús a cada casa y nos deja regalos al pié de la cama o debajo del arbolito son tonterías, pues todos los regalos los compra tu mamá y tu papá”.
Cuando los pequeños escucharon tal revelación vinieron hasta mi oficina para hablar conmigo y relataron lo que les había dicho su amigo y me preguntaron acerca de la verdad, a lo que no pude negarme ni engañarles; puse mis manos en sus hombros, les miré de frente y les dije en voz serena mi versión acerca de Jesús, de los niños y la Navidad. “Lo que su amigo les ha dicho como una gran verdad y develando un misterio, yo lo supe hace como cincuenta años y hasta me ufanaba ante otros niños de mi infantil sapiencia, hasta que un día mi padre murió y yo tuve hijos y volví a creer en la maravillosa historia que mi madre -doña Beatriz- siempre me contó, pues todos los años el Niño Jesús siguió visitando nuestra casa, inundándola de amor y de algunos regalos”.
Al escuchar mis palabras me preguntaron: “¿Has visto al niño Jesús visitando nuestra casa, le has dado la mano y has hablado con él?”. Ante tan difícil pregunta que requería una respuesta delicada, me encomendé al Santísimo Sacramento pidiéndole que no me saliera una tontería y les dije a mis hijos -tratando de entrar en su alma- unas palabras que pudieran entender. Les dije: “A Dios no se le ve con los ojos sino con el corazón y yo percibí su presencia en nuestra casa en cada navidad; y no entró por la puerta, ni por la ventana, ni por la chimenea, sino que de repente sentíamos que se hallaba entre nosotros llenando nuestras almas de un gozo especial; ninguno de nuestros parientes les dio la mano pero él comenzaba a realizar milagros como la multiplicación del amor, la conversión del agua en vino o en mistela, o de las tristezas por alegrías y del pan en panetones o en turrones de Alicante”
Los pequeños se quedaron meditando unos  instantes y volvieron a la carga:
 “¿o sea que Jesús viene a todas las casas trayendo regalos y haciendo milagros?”. Sin ánimo de hacer teología elemental, les respondí: “Viene a todas las casas donde lo invitan, donde sabe que hay niños que lo  aman y donde hay hombres de buena voluntad”. Ellos -mis hijos- intuyeron el sentido de la Navidad y me dieron un fuerte abrazo y también abrazaron a otro niño que estaba a su lado, entre nosotros. Ellos sintieron en sus corazones que era Jesús y me dijeron con tierna voz: “Papá, me parece más hermosa la Navidad de la que nos has hablado, que de la otra de la cual nos contó nuestro amigo, que es una fiesta sin alma, sin misterio y sin milagros”.
Ese es el mismo deseo para todos ustedes en esta Navidad. Que en unión de sus hijos y demás familiares, sea de regocijo espiritual con el encantador misterio de la ternura infantil y que les conceda el milagro de la felicidad, del entusiasmo y mucha salud para poder tener un mejor año 2015.
Y para nuestra ciudad de Mérida, que su Plaza Bolívar vuelva a ser la de sus hermosos jardines, límpidas calles de neblina fresca y suave, aquella de las lindas retretas dominicales del recordado Maestro don José Rafael Rivas.

José Manuel  Quintero Strauss
chachaqst@hotmail.com

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