(A los hijos de mis
amigos en esta Navidad)
LA VIRGEN MARIA Y EL NIÑO JESUS |
A pocos días de
reunirnos en familia para compartir el pan y el vino quisiera hablarles de los
milagros que realiza Jesús a las personas que tienen fe.
El viernes pasado por
la tarde, después de haber sentido la presencia de la muerte muy cerca, luego
de haber sido humillado y vejado por seres desalmados que provistos de armas
que jamás había visto -ni sentido- y que continuaron sembrando más tristeza en
mi alma, al ver con impotencia como cargaban todos –absolutamente todos- los
recuerdos materiales de mi recordada esposa y de mi adorada hija, aproveché para recorrer las céntricas calles
de mi Mérida serrana para mitigar mi dolor y dejar que brotara alguna lágrima
fortuita.
Pude constatar que
están invadidas de vendedores de todo tipo de barajitas y otras inverosímiles
cosas de un chocante materialismo. Tan solo por los alrededores de la Plaza
Bolívar -antiguo centro de esparcimiento- usted se encontrará con todo lo
inimaginable; desde aquellos que ofrecen cachorros y loritos !con pedigrí¡
hasta suspiros, caballitos de madera, relojes despertadores (todos repicando),
eucaliptos, pitos que hablan, papas rellenas y pingüinos vendiendo helados.
Otros ofrecen escapularios y rosarios, mandarinas y piñas (enteras o en
rodajas) o mango con sal, adobo y vinagre, torta de jojotos, Cd chimbos, mata
chiripas (la original, dicen a fuerte voz), lentes a granel, centros de
comunicaciones portátiles cada 20 metros, obleas, incienso, ojales metálicos
para correas (la 1ª. gratis) lubricantes para autos, café en termos, cotufas,
musgos, casitas de barro (sobre el capot de lujosos autos), popsicles y
raspados, rifas, maíz para palomas (por puñados y el precio varia dependiendo
de las palomas) y para remate los típicos tambores de San Benito se combinan
con la música vallenata en la mayoría de los locales. Hay estatuas vivientes y
hermosas jovencitas en shorts promocionando lindos departamentos de unos amigos
argentinos, barquillas, triciclos, tungas y carabinas, coquitos,
melindres, cosméticos, papel de regalo y
toalet, bambalinas, brillantina para
pesebres, regañonas, templones y en la esquina norte con la Av 3 se ofrece
placer corporal. Atol caliente en reverbero, leche e’ burra, bolsitas de
alcanfor (creía que eso ya no existía) y fuegos artificiales (camuflados).
Hombres vestidos de San Nicolás (gordos y flacos) y hasta uno afrodescendiente,
moto-taxis como arroz, flores, floreros y saquitos con pétalos. Un señor
sentado en una mesita donde guinda un letrero “Se venden poemas” (¿o se
escriben?). Sin contar los vendedores de kinos, los quiscos de periódicos, las tarimas
y carpas de los afectos al gobierno, los
múltiples necesitados pidiendo limosna y los tradicionales buhoneros de siempre
e incontables colas (para todo).
Lo único que faltaba
era venta de mondongo y cerveza fría en plena vía pública, pues hasta hallacas
con ensalada rusa se ofrece en la esquina de la CANTV. Eso si, sólo un stand de
libros, con pocos…pero muy pocos textos. Ante aquel gigantesco bazar persa que me recordó mis días en
Bagdad, opté por entrar a la Capilla de El Carmen -donde por las tardes siempre
rezaba mi madre- y pensar imaginariamente en mis hijos.
No faltó un niño que
quiso abrirle los ojos -a mis hijos que son hermosos e inocentes- diciéndoles
en sus orejitas: “saben, eso de que viene el niño Jesús a cada casa y nos deja
regalos al pié de la cama o debajo del arbolito son tonterías, pues todos los
regalos los compra tu mamá y tu papá”.
Cuando los pequeños
escucharon tal revelación vinieron hasta mi oficina para hablar conmigo y
relataron lo que les había dicho su amigo y me preguntaron acerca de la verdad,
a lo que no pude negarme ni engañarles; puse mis manos en sus hombros, les miré
de frente y les dije en voz serena mi versión acerca de Jesús, de los niños y
la Navidad. “Lo que su amigo les ha dicho como una gran verdad y develando un
misterio, yo lo supe hace como cincuenta años y hasta me ufanaba ante otros
niños de mi infantil sapiencia, hasta que un día mi padre murió y yo tuve hijos
y volví a creer en la maravillosa historia que mi madre -doña Beatriz- siempre
me contó, pues todos los años el Niño Jesús siguió visitando nuestra casa,
inundándola de amor y de algunos regalos”.
Al escuchar mis
palabras me preguntaron: “¿Has visto al niño Jesús visitando nuestra casa, le
has dado la mano y has hablado con él?”. Ante tan difícil pregunta que requería
una respuesta delicada, me encomendé al Santísimo Sacramento pidiéndole que no
me saliera una tontería y les dije a mis hijos -tratando de entrar en su alma-
unas palabras que pudieran entender. Les dije: “A Dios no se le ve con los ojos
sino con el corazón y yo percibí su presencia en nuestra casa en cada navidad;
y no entró por la puerta, ni por la ventana, ni por la chimenea, sino que de
repente sentíamos que se hallaba entre nosotros llenando nuestras almas de un
gozo especial; ninguno de nuestros parientes les dio la mano pero él comenzaba
a realizar milagros como la multiplicación del amor, la conversión del agua en
vino o en mistela, o de las tristezas por alegrías y del pan en panetones o en
turrones de Alicante”
Los pequeños se
quedaron meditando unos instantes y
volvieron a la carga:
“¿o sea que Jesús viene a todas las casas
trayendo regalos y haciendo milagros?”. Sin ánimo de hacer teología elemental,
les respondí: “Viene a todas las casas donde lo invitan, donde sabe que hay
niños que lo aman y donde hay hombres de
buena voluntad”. Ellos -mis hijos- intuyeron el sentido de la Navidad y me
dieron un fuerte abrazo y también abrazaron a otro niño que estaba a su lado,
entre nosotros. Ellos sintieron en sus corazones que era Jesús y me dijeron con
tierna voz: “Papá, me parece más hermosa la Navidad de la que nos has hablado,
que de la otra de la cual nos contó nuestro amigo, que es una fiesta sin alma,
sin misterio y sin milagros”.
Ese es el mismo deseo
para todos ustedes en esta Navidad. Que en unión de sus hijos y demás
familiares, sea de regocijo espiritual con el encantador misterio de la ternura
infantil y que les conceda el milagro de la felicidad, del entusiasmo y mucha
salud para poder tener un mejor año 2015.
Y para nuestra ciudad
de Mérida, que su Plaza Bolívar vuelva a ser la de sus hermosos jardines,
límpidas calles de neblina fresca y suave, aquella de las lindas retretas
dominicales del recordado Maestro don José Rafael Rivas.
chachaqst@hotmail.com
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