GABRIEL BORAGINA |
Como ya hemos señalado en otras
oportunidades, bajo la máscara de las llamadas "políticas públicas"
se esconden no pocas veces los proyectos asistenciales más variados que, sin
embargo, tienen todos ellos un denominador común que se descubre a la hora de
ponerlas en práctica : será necesario expoliar a los contribuyentes para poder
efectuarlas. En suma, echar mano a la mal llamada "justicia social"
que en definitiva consiste en algo simple: quitarles a unos lo que les
pertenece para darles a otros lo que no les pertenece. Los partidarios de las
"políticas públicas" se consideran a sí mismos o se hacen llamar
"hombres prácticos" que desprecian a los teóricos. Estos últimos son
tratados con epítetos desdeñosos por dedicarse a la investigación y a la
enseñanza. Y así se ha dicho que:
"Muchas veces se tratan
estos temas como si estuvieran en departamentos estancos: una cosa son los
teóricos de la investigación y la enseñanza y otra bien distinta son los
prácticos de la coyuntura. Unos se encierran en sus torres de marfil
discutiendo sobre el sexo de los ángeles y otros son los profesionales de la
coyuntura bien asentados sobre la realidad y la práctica de todos los días. Así
se pinta la caricatura de estos dos campos de acción. Sin duda se trata de
roles distintos pero, nuevamente, cabe recalcar que no hay políticas públicas o
análisis de coyuntura que no se basen en la teoría. Esta podrá ser defectuosa o
idónea pero no hay comentario práctico que no esté sustentado en un esqueleto
teórico. Pretender buenas políticas públicas sin andamiaje teórico-conceptual
es lo mismo que pretender que existan productos farmacéuticos sin investigación
médica. El menosprecio por la investigación y la transmisión de teorías
inexorablemente conduce a políticas públicas de peor calidad. Revalorizar el
estudio teórico es uno de los cometidos más importantes de la sociedad
moderna."[1]
Los partidarios de las
"políticas públicas" piensan que "una cosa es la teoría y otra
cosa bien distinta es la práctica", y seducen a muchísimos incautos
repitiendo esta falacia tan conocida y divulgada en prácticamente todos los
ámbitos, generando la mayor de las confusiones y de los desconciertos en la
gente. Sin embargo, esos sedicentes "hombres prácticos" son tan
teóricos como los teóricos que ellos desaíran y que se desempeñan en el campo
de la enseñanza. Los políticos echan mano de esos autodenominados "hombres
prácticos", que no pocas veces se terminan convirtiendo en asesores de
aquellos políticos ya en función de poder, y acaban adoptando las
"recetas" de "políticas públicas" recomendadas, que siempre
se traducen en el mismo resultado : aumentos del gasto público, de impuestos,
de tasas, contribuciones, alícuotas y demás instrumentos financieros para poder
costear tales "magníficos proyectos" que -se repite como loro- van a
finalizar "favoreciendo a los que menos tienen". Cuando la realidad
indica que cada vez perjudican más a la gente de menores recursos.
"El práctico no hace más que
adoptar teorías ya aceptadas. Si el práctico menosprecia al campo teórico su
disciplina se estancará o entrará en franco retroceso al tiempo que teóricos
con otras concepciones ocuparán los espacios vacíos para que otras teorías le
corran la practicidad al práctico. En el caso de las ciencias sociales resulta
patético observar cómo muchas organizaciones pretenden contribuir “al
mejoramiento de la sociedad” restringiendo fondos a los estudios teóricos que,
como queda dicho, hacen de apoyo insustituible para el mejoramiento de “la
práctica”. Invertir las prioridades es como poner la carreta delante de los
caballos puesto que una vez entendido el campo conceptual, el resto se da por
añadidura. Invertir los pasos es como pretender aplicar algo antes de
concebirlo."[2]
Los teóricos de las
"políticas públicas" (que no se consideran teóricos cuando en
realidad lo son) no constituyen excepción cuando conforman organizaciones del
tipo ONG o de cualquier otro, con el fin de recaudar fondos que dicen querer
ser destinados a la "ayuda" de los más necesitados. En definitiva, y
sin eufemismos, a combatir la pobreza. Sin embargo, suelen fracasar, porque
confunden continuamente pobreza con desigualdad, y en lugar de concentrarse en
atacar a la primera centran sus dardos en la segunda. Es aquí donde se
evidencian las fallas conceptuales que tienen esos teóricos de las
"políticas públicas", son incapaces de distinguir las diferencias
entre pobreza y desigualdad, a la par que, independientemente de esto último,
terminan convirtiéndose en mendicantes de subsidios estatales, por cuanto en
sus mal fundadas "teorías" creen que es "función" del
estado "la lucha contra la desigualdad". Son incompetentes para
comprender que si se suprimiera la desigualdad la especie humana se extinguiría
por completo en muy pocas décadas. Y, como también dijimos un sinfín de veces,
el rol de los incentivos y desincentivos es fundamental en este tema:
"Otro factor poderoso en el
aumento de las nóminas de asistencia social es la creciente desaparición de
varios fuertes desincentivos para acogerse a ese régimen. El más importante de
ellos ha sido siempre el estigma que significaba para toda persona el subsidio
a la desocupación, que la hacía sentir que vivía parasitariamente a expensas de
la producción en lugar de contribuir a ella. Este estigma fue eliminado por
valores que han penetrado en el moderno populismo socialdemócrata; además, los
organismos gubernamentales y los propios asistentes sociales cada vez instan
más a la gente a recibir lo antes posible beneficencia por parte del Estado. La
idea "clásica" del asistente social era la de alguien que ayudaba a
las personas a ayudarse a sí mismas, que las impulsaba a lograr y mantener su
independencia y a valerse por sus propios medios. El propósito de los
asistentes sociales era ayudar a los que vivían de la beneficencia del gobierno
a salir de esa situación tan pronto como fuera posible. Pero ahora tienen el
objetivo opuesto: tratar de que la mayor cantidad de gente posible reciba
asistencia social, promocionar y proclamar sus "derechos"."[3]
En esto desembocan habitualmente
las "políticas públicas": proliferación de subsidios, planes
sociales, ayudas de todo tipo bajo el pueril pretexto de "inclusión
social". El resultado es la más pavorosa exclusión social como nunca antes
se hubiera visto.
[1] Alberto Benegas Lynch (h). El juicio crítico como progreso.
Editorial Sudamericana. Pág. 166-167
[2] Alberto Benegas Lynch (h). El juicio crítico...ob. cit. Pág. 166 -167
[3] Murray N. Rothbard. For a New Liberty:
The Libertarian Manifesto. (ISBN13: 9780020746904). Pág. 171-173
Gabriel Boragina
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