Dentro del deformado
control cambiario venezolano, vigente desde hace casi doce años, se ha
producido una notable distorsión durante los últimos meses, caracterizada
por un sostenido y cada vez más intenso
encarecimiento del dólar en el mercado paralelo. Ello se ha debido a múltiples
razones, siendo la más importante la caída del petróleo. Como es ya
característico, al bajar los precios de los hidrocarburos se deterioran las
expectativas cambiarias, ya que se afianza el convencimiento de que los dólares
escasearán y que su precio aumentará, por lo que la gente se apresura a comprar
divisas antes de que se encarezcan, acelerándose así la materialización del
proceso esperado. La situación se ha exacerbado esta vez por la conjunción de
otros factores, tales como la escasez cada vez más evidente de reservas
internacionales líquidas, la abundancia de bolívares que se pueden canalizar
hacia el mercado cambiario debido a la creación masiva de dinero inorgánico por
el BCV para financiar gasto público deficitario, y el agravamiento evidente del
problema inflacionario.
La caída de la
capacidad de compra de los ingresos de las personas que este último fenómeno
causa, lleva inexorablemente a la busca de mecanismos o acciones de protección,
con el fin de evitar, o por lo menos mitigar, la pérdida de la calidad de
vida. Lo que tradicionalmente se hace en
esas circunstancias es adquirir bienes durables cuyo valor se incrementa con la
inflación, o comprar divisas sólidas. Dada la crónica escasez de artículos de
todo tipo que se vive en el país, las opciones de compra de automóviles,
artefactos eléctricos y otros productos no perecederos se ven severamente
limitadas, por lo que la alternativa de adquirir monedas fuertes parece ser la
más viable. Esa es otra razón que explica el repunte de demanda de dólares y su
consiguiente aumento de precio en el mercado libre.
Adicionalmente, la
abrupta reducción de los ingresos petroleros y los importantes pagos de
servicio de deuda externa hechos durante los últimos dos meses, han limitado la
disponibilidad de moneda extranjera, razón por la que las autoridades
cambiarias han restringido aún más la aprobación y la provisión de divisas
preferenciales. Eso se ha traducido en una mayor demanda de dólares no
controlados, cuyo precio se establece por el libre juego de oferta y demanda en
el mercado libre, a pesar de ser éste ilegal, ilegalidad que, de paso,
contribuye a su encarecimiento.
Todo lo anterior ha
creado un verdadero desconcierto cambiario, acentuándose aún más el divorcio
entre las tasas de cambio oficiales y la libre, al punto de que esta última
aumentó más de 50% en tan solo tres
semanas, elevando su diferencial con el absurdo tipo de cambio preferencial de
6,30 bolívares por dólar que insiste el gobierno en mantener, de 16 veces a
comienzos de noviembre a 24 veces a fines de ese mes. Eso tiene hondas
consecuencias, particularmente en materia inflacionaria, ya que ante las
dificultades cada vez mayores de obtener dólares preferenciales, y dadas las
expectativas de devaluación inminente, los precios se establecen cada vez más
en base a los costos esperados de reposición, los cuales están directamente
relacionados con el precio del dólar paralelo.
Múltiples y muy
diversas son las acciones y decisiones que tienen que aplicarse para afrontar y
corregir los profundos desequilibrios de la economía, siendo las cambiarias
solo algunas de ellas, aunque de capital importancia. En esa materia se debe
empezar por la legalización del mercado libre y los ajustes de los tipos cambio
oficiales con el fin de corregir la desproporcionada sobrevaluación de la
moneda, como pasos previos al desmantelamiento del control de cambios, que debe
ser sustituido por un sistema cambiario racional y funcional, caracterizado por
la libre convertibilidad de la moneda y por la preservación de un tipo de
cambio dinámico y razonable.
Pedro Palma
palma.pa1@gmail.com
@palmapedroa
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