CARLOS BLANCO |
Una pregunta recorre Venezuela. Anda envuelta
en una túnica color furia, ronda por campos y pueblos, con el quejido del
desamparo y la aflicción.
Ululante se escucha: “¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo?”.
Esa y no otra es la pregunta, y su misma formulación anuncia un principio de
respuesta.
En la calle va y viene. No se interroga mucho
sobre el cómo, los métodos y maneras, sino sobre los tiempos. Por los estudios
de opinión se puede convenir que la mayoría apuesta por una salida pacífica. No
se quiere una salida violenta aunque hay quienes la consideran inevitable; pero
se puede afirmar que en general se desea una solución ajena a traumatismos.
En el gobierno de Carlos Andrés Pérez, de la
mano de notabilidades y de Chávez, la mayoría llegó a concentrar su demanda en
la salida del presidente. Se querían más cosas, pero esta llegó a aglutinar la
demanda de la mayoría del país. Hoy sucede igual. La salida de Maduro condensa
demandas de chavistas y antichavistas, salvo el grupo del alto gobierno y
algunos opositores que consideran que Maduro debe continuar hasta 2019. La
sociedad demanda la salida del desvalido sucesor.
Los chavistas de izquierda desean un
sustituto del “proceso”; los militares rojos tal vez oteen algún camarada de
charretera; algunos opochavistas –de los que se alejaron de Chávez y volvieron
furtivamente– seguramente tienen su candidato; los opositores tendrán los
suyos, blandos o radicales, según los gustos. Pero lo cierto es que el relevo
está a la orden del día, como aspiración y exigencia.
La ausencia de respuesta a esa pregunta ha
dado lugar a una nueva geografía política. La división que ha existido entre
chavistas y antichavistas, aunque no ha desaparecido, se ha desdibujado ante
una nueva: los de abajo y los de arriba.
Los de abajo reúnen a chavistas y opositores.
Asediados por la inflación, la escasez y la inseguridad, demandan un cambio
aquí y ahora, al cual los de arriba no han respondido y parecen no responder.
Por esta razón se ha creado la idea, expresada en el crecimiento de “los
independientes”, según la cual los de arriba –del gobierno, salvo su
disidencia, y de la oposición, salvo su disidencia– deben irse. Es una idea
retadora y riesgosa porque de no emerger una política que responda hasta cuándo
y cómo, el descreimiento puede llevar a la furia generalizada y la furia a una
nueva dimensión del caos. Y el caos puede llevar a los militares. Cuando se
juega con el diablo, aunque no se crea en su existencia, siempre aparece.
Carlos Blanco G.
carlos.blanco@comcast.net.
@carlosblancog
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