CARLOS ALBERTO MONTANER |
Ocurrió. La ingeniera María Corina Machado
fue formalmente acusada de intento de magnicidio y de conspirar contra
Venezuela mediante un siniestro golpe de Estado. Las pruebas del magnicidio
eran unos falsos correos enviados por internet. Fueron fabricados por la
policía del señor Nicolás Maduro. Google se encargó de corroborar el fraude.
Era un trabajo excepcionalmente burdo.
¿Y qué? Al chavismo le trae sin cuidado ser
sorprendido mintiendo. Ni siquiera se toma la molestia de rectificar o
excusarse. Como en 1984, la novela de Orwell, el régimen posee un omnipotente
Ministerio de la Verdad y en su neolengua escribe y reescribe la historia sin
el menor recato.
Víctimas y victimarios cambian de roles con
un chasquido de los dedos. Esta manipulación comenzó con la versión del golpe
militar de 1992. Mágicamente Chávez se convirtió en el héroe y Carlos Andrés en
el delincuente. En el 2002 los agresores del Puente Llaguno eran los
opositores, mientras los muertos y heridos fueron los chavistas. El fiscal
Danilo Anderson y el diputado Robert Serra resultaron asesinados por los
escuálidos y no por sicarios afines al régimen. No hay límite en la mentira.
¿No afirmó Chávez que el terremoto que destruyó Haití fue causado por un arma
secreta del Pentágono utilizada por el imperialismo para apoderarse del país
caribeño?
En Venezuela no hay aspirinas o acetaminofén
porque la burguesía acapara las pastillas. No hay alimentos en los
supermercados porque el pueblo come más que nunca. En consecuencia, no hay
papel higiénico porque los venezolanos defecan copiosamente.
La esencia del totalitarismo es ésa:
regímenes que se apoderan de la verdad y le retuercen el pescuezo. Dicen o
desdicen lo que les da la gana. Al chavismo sólo le importa su propio relato.
Fabrica una historia, la divulga y el que la desmienta es un
contrarrevolucionario al servicio de la CIA y se le persigue por medio de los
tribunales de (in)justicia, puño y brazo togados de la revolución victoriosa.
No obstante, formalmente, Venezuela es una
democracia liberal, con libertades individuales, derechos humanos y cívicos,
partidos políticos, separación de poderes, propiedad privada y elecciones
periódicas. Eso dice la Constitución del país promulgada en 1999 a bombo y
platillo.
La realidad es que se trata de una dictadura
disfrazada, inmensamente corrupta, gobernada por una cúpula dispuesta a matar
por no abandonar el poder, orientada y controlada desde La Habana por dos
ancianos comunistas decididos a extraer hasta la última gota de sangre a su
rica colonia petrolera.
¿Por qué desatan ahora la tosca maniobra
contra María Corina? Porque el chavismo pretende aplastar a cualquier
venezolano capaz de unir a la mayoría del pueblo en su contra, y porque el
terror y la intimidación son los instrumentos clave para inducir a la
obediencia. Por eso encarceló a Leopoldo López, a Daniel Ceballos y a Enzo
Scarano, mientras mantiene a Manuel Rosales en el exilio. Por eso, en su
momento, Henrique Capriles fue a parar a un calabozo.
Pero tan culpables, como estos carceleros,
aunque sea en menor grado, son sus cómplices. ¿Ignoran Cristina Kirchner, José
Mujica o Dilma Rousseff, sus socios en el Mercosur, la inmunda alcantarilla en
que el chavismo ha convertido a Venezuela? ¿No siente el kirchnerismo el menor
escrúpulo al recibir maletas llenas de dinero para sus maniobras electorales
robado a los venezolanos?
¿No le importa al español Mariano Rajoy, como
no le importó a su antecesor Rodríguez Zapatero, vender armas a unos militares
dirigidos por generales acusados de narcotráfico, a sabiendas de que van a ser
utilizadas para reprimir al pueblo venezolano? ¿Creen los empresarios europeos,
latinoamericanos, asiáticos, estadounidenses, chinos y rusos que tienen una
patente de corso moral que les permite hacer negocios turbios con el Gobierno
venezolano sin mancharse, y pagar sobornos cuantiosos, sin advertir que los
crímenes que allí se cometen de alguna manera los salpican?
¿No sienten los dirigentes comunistas
españoles de Podemos –Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero–, ahora disfrazados
de socialdemócratas por viles razones electorales, el menor cargo de conciencia
por haber colaborado durante ocho años con esa crápula deshonesta, por cuyos
servicios cobraron nada menos que cerca de cinco millones de dólares?
Cuando uno se mete en la cama con la mafia o
con la casta, uno es responsable, en algún grado, de lo que hacen la mafia o la
casta.
La lista de los cómplices es larga y penosa,
pero es bueno que quienes figuran en ella, aunque no aparezcan en este artículo
por razones de espacio, adviertan que los venezolanos presos, perseguidos o
exiliados saben que el viejo dictum español es dolorosamente cierto: "Tan
culpable es quien mata la vaca como quien le amarra la pata".
Los cómplices forman parte del bando de los
carceleros. También son culpables.
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
Vicepresidente de la Internacional Liberal
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