ROSALÍA MOROS DE BORREGALES |
Todos los seres humanos anhelamos la felicidad, todos
legítimamente tenemos derecho a una vida de paz. Sin embargo, esa búsqueda
constante por alcanzar el bienestar nos hace pensar que todo depende de
circunstancias exteriores; depende del entorno, depende del lugar en el que
vivimos, depende del clima, depende de la economía, depende de la familia.
Depende siempre de todo lo que está allá afuera, y a consecuencia de este
pensamiento y de la actitud que lo acompaña, nuestras vidas son como una
montaña rusa en la que dependiendo de las circunstancias, un día estamos en la
cúspide experimentando las emociones más fascinantes y al siguiente estamos en
el subsuelo deprimidos y amargados.
Crecemos como personas en muchos aspectos pero espiritualmente
seguimos siendo tan inmaduros como niños. Somos arrastrados por toda clase de
factores externos; desde una publicidad, un comentario, un chisme, una noticia,
un chiste, hasta la expresión en el rostro de otra persona, en fin, todo puede
inducir en nosotros emociones que tomen el control de nuestros pensamientos y
por ende de nuestro proceder. ¡Por supuesto! ¡Somos humanos, hechos de carne y
hueso, con fibras nerviosas, con un alma que siente! ¿Pero, es esto a lo que
hemos sido llamados? Dios, nos ama más que nadie en este mundo y nos comprende.
El nos hizo y conoce nuestra naturaleza; pero El nos ha capacitado para vivir
en una vida de equilibrio en la cual deberíamos depender de El y no de las
circunstancias.
Lo que sucede es que esto no es algo que adquirimos en algún
lugar, tampoco hay una receta específica para lograrlo, pues la vida es como
una biblioteca llena de libros y cada libro narra una historia diferente. El
único ingrediente en común para la receta de cada uno es Dios. Si cada uno está
en amistad con El, cada uno cuenta con el ingrediente fundamental. Jesús les
dijo a sus discípulos en el evangelio según San Juan en el capítulo 16 verso 33: “Estas cosas les
he hablado para que en Mí tengan paz. En el mundo tendrán tribulación; pero
confíen, Yo he vencido al mundo."
Si en cada circunstancia buscamos la Palabra de Dios,
encontraremos en ella la paz … Estas cosas les he hablado para que en Mí tengan
paz… Si dejamos de ver a nuestro alrededor y ponemos los ojos en Jesús,
confiando nuestras vidas a El, entonces venceremos la tribulación, porque El
nos ha prometido que El ha vencido al mundo.
Y vencer no significa que la tribulación dejará de ser, sino que
caminaremos en medio de ella de la mano de nuestro Señor, que no usaremos
nuestras propias herramientas sino las que El nos ha ofrecido y está dispuesto
a proveer para nosotros cada día a través de la oración y la comunión con El.
Todo lo que acontece constantemente en nuestro país aunado a las
vicisitudes de nuestras propias nos afecta enormemente. Unos hemos sentimos
como una bofetada en nuestro rostro, otros como una puñalada por la espalda;
sentimos que ya no hay futuro para nuestros hijos, que todo se ha perdido.
Algunos nos hemos llenado de amargura y la frustración se siente como un enorme
peso que doblega nuestras espaldas. La desesperanza, el desasosiego y la
tristeza van convirtiéndose en depresión. Las alegrías se nos han ido
convirtiendo en desolación. Todas estas reacciones son perfectamente
comprensibles; sin embargo, como cristianos, como hijos de Dios, nuestras vidas
no dependen de un hombre, ni de un sistema, aunque seamos afectados por él,
Dios está por encima de todo y de todos.
Si confiamos a El nuestras vidas entendiendo que El tiene un lugar
para nosotros, que nuestro futuro depende solo de El, nada ni nadie podrá
doblegarnos. Porque Aquel en quien hemos creído ha vencido al mundo, y nosotros
somos vencedores con El.
Rosalía Moros de Borregales
rosymoros@gmail.com
@RosalíaMorosB
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