JOSE LEOPOLDO DECAMILLI |
Hace 25 años, en un
nueve de noviembre como el que acaba
de pasar, se desplomó el símbolo
pétreo de la infamia marxista-leninista.
Dondequiera que el
comunismo lograse imponerse y asentarse
en el poder levantó siempre bochornosos vallados interiores y exteriores, pero
ninguno adquirió tan triste renombre como el Muro de Berlín.
Es de público
conocimiento que al término de la II Guerra Mundial los aliados dividieron a
Alemania en cuatro zonas (y a Berlín en
4 sectores). Gracias a la asistencia económica de las potencias occidentales,
las zonas y sectores alemanes bajo su
administración consiguieron al poco tiempo organizar con éxito su vida, sobre
las bases de reglamentaciones de espíritu liberal, y la economía experimentó un
fuerte desarrollo. Corrigieron así con mucha cordura los errores en que
incurrieron al fin de la primera guerra mundial con el afrentoso Tratado de
Versalles. En la zona soviética, en cambio, las cosas no marchaban muy bien. La
Unión Soviética, con la eficaz ayuda de marxistas alemanes, se
había lanzado a la tarea de
estructurar un Estado totalitario, con un completo control de la vida política,
social y económica. El cociente: miles de personas -obreros, estudiantes y
representantes de la vida cultural- huían por la única puerta abierta (Berlín).
Este continuo desangramiento, la ola ininterrumpida de fugitivos , constituían naturalmente una
verdadera afrenta para quienes se ufanaban de ser lo gestores de la redención del género humano . Era
imperiosa la búsqueda de una salida.
Ante los rumores
que circulaban insistentemente, de que el gobierno marxista se proponía la
bárbara solución de construir un muro
que partiese la ciudad en dos mitades, el máximo jefe del Estado de la Alemania
Oriental, Walter Ulbricht, desmintió públicamente tal propósito : „Nadie tiene
la intención de construir un muro en Berlín“. La mentira le quemó los labios. Poco tiempo después ordenaba la
construcción de un monstruoso monumento
de cemernto y piedra que separaba corazones, calles y barrios. El Estado
comunista hizo lo que sabe hacer: encerrar en jaulas a los habitantes para
obligarles a gozar de los dones de la bienaventuranza socialista.
Veintiocho años se
mantuvo este grotesco monumento de
represión de un pueblo. El Partido Social-Demócrata (Socialista) de la
República Federal de Alemania consideró en algún momento que la única vía para preservar la paz en
Europa exigía el reconocimiento de la división definitiva de Alemania en dos
Estados. Penosa claudicación. El gran mérito de los dirigentes de la Democracia
Cristiana – Konrad Adenauer y Helmut Kohl – fue el haber mantenido la reivindicación de la unidad de Alemania.
La feliz coyuntura histórica, con el ascenso al poder de Gortbaschov
en la Unión Soviética y sus
liberadoras ideas de ,la perestroika (trasformación, reestructuración) y
glasnot (apertura,de transparencia), y la presencia de masas en las calles de ciudades alemanas („Nosotros somos el
pueblo“), permitieron finalmente
que las ansias de unidad y libertad del pueblo alemán adquiriesen realidad.
Con el
derrumbamiento del "Muro de protección antifascista“ - en la terminología de
los ideólogos comunistas- y su profunda repercusión en todo el bloque de países
del este- muchos creyeron que la paz se
afincaría al fin en toda Europa y aún en
el mndo entero. Algunos hablaron incluso del fin de la historia...Se olvida que
la vida en la tierra, por desgracia, está sometida a las imperfecciones de la naturaleza humana.
Su vocación de felicidad discurre sobre
el escabroso sendero en el que frecuentemente se ocultan las raíces venenosas
del mal. Mas, una cosa es segura, el desplome del muro de Berlín se ha
convertido en el emblema de las más puras aspiraciones humanas, contra los
regímenes totalitarios de cualquier color.
Jose Leopoldo Decamilli
joledecamilli@gmail.com
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