JESÚS ANTONIO PETIT DA COSTA |
No puede haber
democracia sin capitalismo ni burguesía, ni se puede llegar al socialismo sin
pasar por el capitalismo. No entenderlo explica la suma de incongruencias en nuestra historia.
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Por su formación
marxista Betancourt conocía el “materialismo histórico”, que se resume en estas
palabras: las relaciones de producción forman la estructura económica de la
sociedad, la cual constituye la base real sobre la que se levanta la
superestructura jurídica y política de cada etapa histórica. A esta sincronización entre la estructura económica
y la superestructura político-jurídica la han denominado más recientemente “ley
de la congruencia”(Toffler). Lo contrario es la incongruencia o
desincronización.
Deduzco entonces
que Betancourt se dio cuenta de la incongruencia que venía arrastrando la
República desde su creación, causa de la inestabilidad política y de la
sucesión de fracasos. Los padres de la patria trasladaron a nuestro país las
instituciones político-jurídicas del capitalismo entonces emergente con la
revolución industrial que elevó a la burguesía a la categoría de clase
dirigente, después de derrocar el absolutismo real. Constitución, república y
democracia son creaciones de la burguesía, construidas sobre la base de la
economía capitalista. Pero aquí, para la fecha de la independencia, no había
capitalismo ni burguesía. Los padres de la patria eran terratenientes
esclavistas que dominaban en una sociedad semejante a la feudal.
Ni entonces ni
después en siglo y medio de historia republicana tuvimos una revolución
industrial que implantara el capitalismo y a la burguesía como clase dirigente.
Ello explica que la Constitución y las instituciones republicanas fueran
entelequias o superestructuras sin base económico-social. La realidad política
era el caudillismo militar, rémora del feudalismo, adoptando la presidencia
imperial como forma de gobierno. Al no existir capitalismo ni burguesía tampoco
podía haber proletariado o clase trabajadora, ya que unos existen por los
otros. Y al no existir burguesía ni proletariado, no hubo contrapeso social al
caudillismo militar, porque ambos son, en una sociedad capitalista, los poderes
fácticos o de hecho que enfrentan el absolutismo.
Lo anterior explica
que, ya curado de lo que llamaba “sarampión juvenil”, Betancourt trazara en
1945 la estrategia para echar las bases de una democracia estable incorporando
a la incipiente burguesía industrial, que se estaba formando a la vera de la
inversión extranjera en petróleo, y promoviera su crecimiento mediante la
industrialización, base del capitalismo, para lo cual fue creada la Corporación
Venezolana de Fomento (CVF). El acierto de esta estrategia se comprobó cuando
la burguesía industrial participó en el derrocamiento de la dictadura de Pérez
Jiménez y el líder del empresariado, Eugenio Mendoza, formó parte de la junta
de gobierno de la transición democrática y luego fue suscritor del Pacto de
Punto Fijo. Así comenzó el proceso de hacer congruente la democracia con la
estructura económica y la clase social que le dieron origen, capitalismo y
burguesía. En consecuencia los gobiernos de 1959 a 1974 (Betancourt, Leoni y
Caldera) impulsaron aún más la industrialización con la política de sustitución
de importaciones y exención de impuestos por años a las industrias que se
instalaran en el país. Entusiasmada la burguesía nacional fundó el movimiento
“Pro-Venezuela” (presidido por Alejandro Hernández), con su lema: “compre
venezolano”.
Pero en 1975, al
disparate de hacer dueño del petróleo al presidente imperial se le agregó el de
construir un Estado Empresario, que ha sido el fracaso total. Sólo trajo
derroche y corrupción en proporciones jamás vista. Y, al mismo tiempo, socavó
las bases sociales de la democracia, facilitando su caída al impedir que
burguesía y proletariado se consolidaran como poderes fácticos independientes
del gobierno. Desde entonces vivimos en un estado de extravío ideológico. Somos
el único país donde todos los partidos son socialistas, ninguno se propone
implantar el capitalismo aún estando en la etapa de la globalización
capitalista. Somos el único país en el cual ningún partido se identifica con el
capitalismo que impera en todas las potencias económicas, incluyendo a China.
Aprendamos la
lección: Todos nuestros fracasos políticos se han originado en no entender que
la democracia requiere del capitalismo como base económico-social. Por ello la
llaman democracia burguesa. Y no entender los comunistas lo más elemental del
materialismo histórico: sin pasar por el
capitalismo no hay socialismo posible, si acaso se llamará así la etapa
histórica que suceda a la vigente en el mundo. De allí el desastre actual.
Jesus A. Petitt Da Costa
petitdacosta@gmail.com
@petitdacosta
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