HUMBERTO SEIJAS PITTALUGA |
Debido
a un compromiso familiar, recientemente viajé a la frontera del Táchira con el
Norte de Santander. Debo decir que el
tránsito desde el aeropuerto de Santo Domingo hasta Cúcuta fue una serie de golpes a la vista, al ánimo,
a mi sentido de venezolanidad y al alma.
No importa lo que prediquen Rizarrita y Vielma Mora, lo que se observa
son la degradación más absoluta del civismo, la claudicación del estado de
derecho ante la bota militar y la ineptitud más rampante. Y la rabia soterrada de los habitantes por el
estado de cosas que, velis nolis, se les impone a la brava. O, para decirlo mejor: a la machimberra.
Dedico
solo unas líneas a lo que se llama pomposamente: “Aeropuerto Internacional
Mayor Buenaventura Vivas”. Me imagino
que lo de “internacional” será porque —mal-pensado que es uno— de cuando en
cuando aterriza un avión con droga que viene de Colombia. Pero, menos mal que no llegan aviones de
pasaje internacional porque, ¡qué pena con esos señores! Si los baños no tienen agua, mucho menos van
a tener papel; el hedor a berrenchín llega afuera de ellos. El aire acondicionado, pocón-pocón; la cinta
porta-equipajes no mide ni tres metros de largo, por lo que la batahola entre
los que deben recoger maletas es mayúscula.
¡Y le cobran a uno una tasa por usar esa mezcla infame de pocilga con
cuchitril! Más bien, debieran pagarle a
uno…
El
puente sobre el Uribante sigue siendo el mismo de un solo canal que construyera
en los años 40 nuestro querido amigo el doctor Miguel Power. Pero en ese tiempo, el tránsito automotor por
esa vía era esporádico —Venezuela no llegaba ni a 4 millones de habitantes—
hoy, ese puente forma parte de la Ruta 5 de las carreteras nacionales. Total, una cola larga para lograr sobrepasarlo. Y, en el medio, un trío de manganzones
pidiendo plata porque dizque están reparando el asfalto por su cuenta. La autoridad no porta por ahí, ni para correr
a esos pícaros ni para solucionar el problema de las juntas de dilatación, que
ya dejan ver el río abajo. Hasta que no
se caiga como el viaducto de la autopista a La Guaira, no van a actuar…
Las
colas en las gasolineras de todo el Táchira exhiben colas que llegan a
kilómetros. Por culpa de los que
hicieron un negoción con un maldito chip que no ha servido sino para dificultar
la vida, porque el contrabando de gasolina sigue. Y, si uno escucha a los que critican, este
pasa por el patrocinio y amparo de oficiales de alta graduación.
Pero,
lo peor de todo es el intento de llegar a la línea divisoria por cualesquiera
de los dos puentes internacionales. A
nosotros nos tocó gastar tres horas después de haber llegado a San
Antonio. Todo —según nos informó una
mujer policía que nos impidió seguir por la Avenida Venezuela y obligó a seguir
hacia Ureña— porque el gobernador estaba visitando la ciudad y andaba por esa
avenida. Toda una osadía eso de meterse
por vericuetos estrechos y de doble vía junto con gandolas y camiones para
lograr salir del enredijo urbano. Ureña
repetía las escenas de anarquía y “vivezas” en el tránsito. Uno se pregunta cuántas horas-hombre se han
perdido en el Táchira —que, tienen que admitirlo, está habitado por gente muy
laboriosa— por esa maléfica combinación de colas en las gasolineras y el paso
de la frontera.
Y
alcabalas para dar y convidar. En
Peracal nos revisó un paracaidista que no sabía nada de nada. Y que el chofer del taxi reconvino porque
aquel se empeñó en abrir una maleta que venía plastificada y con la etiqueta de
equipaje de la aerolínea: “¿No entiende que hasta por rayos X pasó esa
maleta?” Esa presencia de soldados sin
entrenamiento —tanto es así, que recientemente uno, por no cumplir con las
medidas de seguridad en el porte de armas, mató a un niño— no ayuda, sino que
“tira la burra pa’l monte”. Pero es que
los guardias no son mejores. Solo los
aventajan en despotismo. Antes de llegar
al edificio de la aduana, una pareja de ellos intenta obligar a dejar con ellos
medio tanque de gasolina si el vehículo va full. ¿Por qué, si ese combustible fue comprado en
una operación de lícito comercio; si al tanque de un Daewoo no le caben sino 40
litros? Vaya usted a saber qué hacen
después con la decomisada.
Contamos
seis “puestos de control” desde la aduana hasta el límite. Guardias, soldados,
vigilantes de tránsito, policías nacionales, más soldados y más guardias. Debe ser por el síndrome Gillette: “el que a
la primera se le pasa, la segunda lo repasa”.
Vi, y tengo foto, de los decomisos que esos “salvadores de la patria”
hacen. Entre otras cosas, un cartón de
huevos que le quitaron a un ciclista.
Eso no está entre los alimentos subsidiados; eso lo necesitaba el pobre
hombre para darle de comer a su familia, no para quebrar las arcas
públicas. Eso ya lo hicieron los que
mangonean desde hace 16 años. El exceso
de discrecionalidad y el despotismo con el que tratan esas “autoridades” a los
más humildes clama al cielo.
Se
me acaba el espacio y no voy por la mitad de los agravios. Solo me queda para informar que, apenas
pasado el puente, todo es limpieza, orden, respeto a la autoridad. Y respeto de esta hacia los ciudadanos. Se nota que se está en otro país. Con decir que, sumados todos los carros
nuevos que estaban en las vidrieras cucuteñas, hay más que en las de todos los
concesionarios de Venezuela…
Humberto
Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
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