miércoles, 5 de noviembre de 2014

HUMBERTO SEIJAS PITTALUGA, CRÓNICA DE UN VIAJE A LA FRONTERA, SESQUIPEDALIA


HUMBERTO SEIJAS PITTALUGA
Debido a un compromiso familiar, recientemente viajé a la frontera del Táchira con el Norte de Santander.  Debo decir que el tránsito desde el aeropuerto de Santo Domingo hasta Cúcuta  fue una serie de golpes a la vista, al ánimo, a mi sentido de venezolanidad y al alma.  No importa lo que prediquen Rizarrita y Vielma Mora, lo que se observa son la degradación más absoluta del civismo, la claudicación del estado de derecho ante la bota militar y la ineptitud más rampante.  Y la rabia soterrada de los habitantes por el estado de cosas que, velis nolis, se les impone a la brava.  O, para decirlo mejor: a la machimberra.  

Dedico solo unas líneas a lo que se llama pomposamente: “Aeropuerto Internacional Mayor Buenaventura Vivas”.  Me imagino que lo de “internacional” será porque —mal-pensado que es uno— de cuando en cuando aterriza un avión con droga que viene de Colombia.  Pero, menos mal que no llegan aviones de pasaje internacional porque, ¡qué pena con esos señores!  Si los baños no tienen agua, mucho menos van a tener papel; el hedor a berrenchín llega afuera de ellos.  El aire acondicionado, pocón-pocón; la cinta porta-equipajes no mide ni tres metros de largo, por lo que la batahola entre los que deben recoger maletas es mayúscula.  ¡Y le cobran a uno una tasa por usar esa mezcla infame de pocilga con cuchitril!  Más bien, debieran pagarle a uno…

El puente sobre el Uribante sigue siendo el mismo de un solo canal que construyera en los años 40 nuestro querido amigo el doctor Miguel Power.  Pero en ese tiempo, el tránsito automotor por esa vía era esporádico —Venezuela no llegaba ni a 4 millones de habitantes— hoy, ese puente forma parte de la Ruta 5 de las carreteras nacionales.  Total, una cola larga para lograr sobrepasarlo.  Y, en el medio, un trío de manganzones pidiendo plata porque dizque están reparando el asfalto por su cuenta.  La autoridad no porta por ahí, ni para correr a esos pícaros ni para solucionar el problema de las juntas de dilatación, que ya dejan ver el río abajo.  Hasta que no se caiga como el viaducto de la autopista a La Guaira, no van a actuar…

Las colas en las gasolineras de todo el Táchira exhiben colas que llegan a kilómetros.  Por culpa de los que hicieron un negoción con un maldito chip que no ha servido sino para dificultar la vida, porque el contrabando de gasolina sigue.  Y, si uno escucha a los que critican, este pasa por el patrocinio y amparo de oficiales de alta graduación.

Pero, lo peor de todo es el intento de llegar a la línea divisoria por cualesquiera de los dos puentes internacionales.  A nosotros nos tocó gastar tres horas después de haber llegado a San Antonio.  Todo —según nos informó una mujer policía que nos impidió seguir por la Avenida Venezuela y obligó a seguir hacia Ureña— porque el gobernador estaba visitando la ciudad y andaba por esa avenida.  Toda una osadía eso de meterse por vericuetos estrechos y de doble vía junto con gandolas y camiones para lograr salir del enredijo urbano.  Ureña repetía las escenas de anarquía y “vivezas” en el tránsito.  Uno se pregunta cuántas horas-hombre se han perdido en el Táchira —que, tienen que admitirlo, está habitado por gente muy laboriosa— por esa maléfica combinación de colas en las gasolineras y el paso de la frontera.

Y alcabalas para dar y convidar.  En Peracal nos revisó un paracaidista que no sabía nada de nada.  Y que el chofer del taxi reconvino porque aquel se empeñó en abrir una maleta que venía plastificada y con la etiqueta de equipaje de la aerolínea: “¿No entiende que hasta por rayos X pasó esa maleta?”  Esa presencia de soldados sin entrenamiento —tanto es así, que recientemente uno, por no cumplir con las medidas de seguridad en el porte de armas, mató a un niño— no ayuda, sino que “tira la burra pa’l monte”.  Pero es que los guardias no son mejores.  Solo los aventajan en despotismo.  Antes de llegar al edificio de la aduana, una pareja de ellos intenta obligar a dejar con ellos medio tanque de gasolina si el vehículo va full.  ¿Por qué, si ese combustible fue comprado en una operación de lícito comercio; si al tanque de un Daewoo no le caben sino 40 litros?  Vaya usted a saber qué hacen después con la decomisada.

Contamos seis “puestos de control” desde la aduana hasta el límite. Guardias, soldados, vigilantes de tránsito, policías nacionales, más soldados y más guardias.  Debe ser por el síndrome Gillette: “el que a la primera se le pasa, la segunda lo repasa”.  Vi, y tengo foto, de los decomisos que esos “salvadores de la patria” hacen.  Entre otras cosas, un cartón de huevos que le quitaron a un ciclista.  Eso no está entre los alimentos subsidiados; eso lo necesitaba el pobre hombre para darle de comer a su familia, no para quebrar las arcas públicas.  Eso ya lo hicieron los que mangonean desde hace 16 años.  El exceso de discrecionalidad y el despotismo con el que tratan esas “autoridades” a los más humildes clama al cielo.

Se me acaba el espacio y no voy por la mitad de los agravios.  Solo me queda para informar que, apenas pasado el puente, todo es limpieza, orden, respeto a la autoridad.  Y respeto de esta hacia los ciudadanos.  Se nota que se está en otro país.  Con decir que, sumados todos los carros nuevos que estaban en las vidrieras cucuteñas, hay más que en las de todos los concesionarios de Venezuela…

Humberto Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt

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