FERNANDO LUIS EGAÑA |
La
miopía es cortedad de alcances o de miras. En especial la miopía política. La
realidad está allí, a la vista, pero hay una incapacidad para apreciarla, para
alcanzarla, para mirarla en su efectiva naturaleza. Esa miopía política ha sido
bastante extensiva en estos años menguados de supuesta “revolución”. Y en no
poca medida sigue estando presente.
Y
claro, una cosa es la miopía política que surge del entusiasmo, o del
fanatismo, o de la confusión, o de la ignorancia, y otra muy distinta es la
miopía que se deriva del interés orgulloso, de la conveniencia subalterna, del
lucro indebido. El tema es pertinente porque todavía se insiste en caracterizar
al régimen venezolano como una “democracia imperfecta” –democracy with tropical
flavor, solía decir un locuaz embajador gringo.
No.
El régimen que impera en Venezuela no puede ser una democracia imperfecta
porque no es una democracia. Es un proyecto de dominación política, económica y
social, que utiliza las formas de la democracia, para reforzar su vocación
despótica y depredadora. Y uno se pregunta, ¿qué más tiene que pasar para que
se adquiera una conciencia clara al respecto? Incluso, algunos voceros de la
hegemonía fingen menos sobre la temática democrática que algunos voceros de la
oposición.
Hay
una especie de síndrome que tiende a ponderar todos los atropellos y agresiones
del despotismo depredador, como si fueran meros excesos de un poder
constitucional y legal, acaso justificados por las posiciones sectarias de
“parte y parte”. El referido síndrome reconoce que hay cosas que “no marchan
bien” o que “podrían marchar mejor”, pero justifica que ello sea así por el
ambiente enguerrillado de las posiciones políticas, por lo demás nada
infrecuente en una “democracia con sabor tropical”, como la venezolana del
siglo XXI. Así alegan…
El
daño que esto le ocasiona al país, a su cultura democrática, a sus aspiraciones
democráticas, es colosal. Porque es un daño insidioso, que trastoca los valores
de una manera habilidosa. Va minando la comprensión básica de la que significa
la convivencia democrática. Hace aceptable lo que de suyo no lo es. Desarma las
resistencias. Confunde la inteligencia y enreda la voluntad. El militarismo es
“unidad cívico-militar”. La censura es equilibrio. El vandalismo es legalidad.
Las bandas armadas son colectivos sociales. La satrapía es el Estado. La
hegemonía es la república. El poder barbárico es la Constitución.
Y
no. La democracia política nada tiene que ver con eso. Nada. La democracia es
respeto al pluralismo. Es diálogo permanente y natural entre los contrarios. Es
que los organismos del Estado investiguen, juzguen y condenen los desmanes del
poder. Es que la expresión pública sea libre y sin temores. Es que las
elecciones sean institucionales, de verdad. Es que los gobiernos siempre tengan
sus días contados.
Hay
democracias notables, donde todo ello forma parte del orden normal de la
sociedad, y hay democracias deficientes, donde todo ello se reconoce pero no se
asegura bien o se asegura mal. Una misma democracia puede tener sus períodos de
brillo y de opacidad. Pero el régimen que impera en Venezuela no respeta el
pluralismo y no dialoga. No investiga, ni juzga, ni condena los desmanes de sus
jefes. Impone la hegemonía comunicacional, el control partisano del CNE y está
resuelto a continuar en el poder hasta el dos mil siempre… Luego no es una
democracia. Ni siquiera imperfecta.
La
realidad podrá disfrazarse con palabrerías y con alcahueterías. Mucha gente es
experta en eso. Dentro y fuera del país. Tienen que saber lo que está pasando
en Venezuela. Tienen que saber cuál es la profundidad de la crisis y los
riesgos que comporta. No obstante, se empeñan en no apreciarla, en no
alcanzarla, en no mirarla en su efectiva naturaleza. Padecen de miopía
política. Pero de miopía política interesada. Y hasta cultivada. Y esa miopía
perjudica tanto a Venezuela como la negligencia y el dolo de quienes la
desgobiernan.
Fernando
Luis Egaña
flegana@gmail.com
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