ARTURO MOLINA |
Abandonar
el país de origen para trasladarse a otro en busca de oportunidades, era normal
en ciudadanos procedentes de naciones en guerra, o con sistemas de gobierno
totalitarios, fascistas, dictatoriales, represores, violadores de derechos
humanos y normas constitucionales. Los lugares seleccionados a pernotar tenían
como referentes la paz y las oportunidades, las cuales se traducían en trabajo
con respeto.
Venezuela
cobijó a cientos de hombres y mujeres venidos de otras partes del mundo; ellos
asumieron a está como su patria, y ayudaron al engrandecimiento del país, de su
desarrollo. La historia ahora es contraria, y la marcha de venezolanos hacia
otras latitudes se manifiesta a gran escala. No importa la edad o el sexo,
profesión o condición social, el camino es buscar senderos distintos a los
presentes en el territorio nacional, plagado de muerte, hambre y división.
La
diáspora se siente con fuerza en el sector joven, profesionales o no, quienes
ven en otros lugares oportunidades negadas en su país; profesionales sin
probabilidades de crecer y desarrollarse por la miopía de la elite
gubernamental y su sistema de gobierno excluyente, mientras otros países abren
las puertas y facilitan la incorporación al trabajo productivo de esas naciones
ofreciendo estímulos económicos, sociales, laborales y seguridad ciudadana.
La
juventud venezolana deambula permanentemente en el vacio de no poder hacer las
cosas que le gustan y disfrutar de oportunidades emprendedoras, y terminan
fastidiados al no conseguir establecer un sistema de vida independiente. Asumir
relación de pareja es posible sólo si se ubica en la vivienda de uno de sus
padres, a menos que se inscriba en el partido del régimen, se vista del color
preferido por ellos, entone consignas y se ponga en cola para ver si le asignan
una vivienda de “interés social”.
La
desnaturalización del sector gobernante para con sus gobernados se manifiesta
abruptamente en el derecho al trabajo. El régimen destruyo el aparato
productivo privado y se convirtió en el gran empleador, y ahora arremete contra
los trabajadores, pretendiendo obligarlos a aceptar los designios
gubernamentales, utilizando para ello la amenaza y el uso de sus camaradas para
sapear a los contrarios y excluirlos del cargo.
La humillación, odio, vejación, es la
estrategia implementada para arrodillar al colectivo social. Venezuela reclama
liderazgos serios y responsables; gerentes comprometidos con el país y la
sociedad. Vivir en sana convivencia,
respetando la pluralidad y el derecho a disentir, es el sentido de la libertad;
lo contrario, es la esclavitud de la dignidad del ser humano; la alfombra para
la diáspora; el triunfo de la tiranía.
Josue
Arturo Molina Suarez
jarturomolina@gmail.com
@jarturoms1
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