En la batalla de Pavía, cuando una cayapa de españoles,
alemanes y flamencos, infligieron una grave derrota al cristianísimo Rey de
Francia, Francisco I, el gran monarca, con el cual se inicia el renacimiento en
las antiguas Galias, protector de un exiliado que conocemos como Leonardo da Vinci, pudo decir –afortunado él- “Todo se
ha perdido menos el honor”. Los que nacimos en estos 912.050 Km cuadrados, que
al menos tenía, la extinta República de Venezuela, no podemos decir ni eso.
Aquí hemos perdido todo, comenzando por la identidad
nacional, este trozo de tierra tan costoso en sangre, en interminables luchas
por la libertad y luego por la democracia, está en acelerado proceso de
disolución. Las instituciones baldadas, los partido políticos, aún aquellos de
ilustre trayectoria Histórica, convertidos de letrinas públicas, en
“vespasianos” como llamaban en París esas, avanzadas –para su época-
instalaciones, que creara en el antiguo Imperio Romano, Tito Flavio Vespasiano.
Las Fuerzas Armadas, rebajadas a ordenanzas del extranjero. Las universidades,
vestigios de la dignidad perdida, en estado de sitio. Las “elites”
intelectuales, profesionales, empresariales, políticas y sociales, inexistentes
como clase. Desde luego individualidades dignas quedan, cada vez menos,
desgarradas por el doloroso espectáculo de este lupanar decadente…
La conciencia de esta realidad me ha hecho escribir cada día menos, he sucumbido a
la creencia de que decir las cosas, como yo las veo, es contraproducente. Me he
equivocado, solo a partir de la verdad, por dolorosa que esta sea, se puede
construir algo positivo y durable, le debemos a los valerosos jóvenes, en los
cuales reposa la golpeada dignidad nacional, no sólo el no integrarnos a los
coros del gobierno y de la “oposición oficial” sino el no facilitar la caída
con nuestra mudez, hay que vencer la nausea y escribir y escribir y escribir…
Ayer, un hombre que tuve por digno, alto ex funcionario
de la democracia civil, dirigente de un partido político “nacido para hacer
Historia” permitió o facilitó, que un libro suyo recibiera “las aguas
lustrales” del bautizo de manos de uno de los mayores responsables del
envilecimiento de la oposición oficialista y de la destrucción de su propio
partido. Qué necesidad tenía el libro, que no debe ser malo, de ver la luz con
ese estigma de blandenguería, sólo me alegré de que el hermano del autor,
ilustre escritor, historiador y académico, de impoluta trayectoria, a quien
mucho admiré y quise, no estuviese vivo para padecer ese bochorno.
Este artículo, doloroso, desgarrado, escrito desde el
alma, no es sólo un desahogo –que bien lo necesito- es un mensaje a la juventud
venezolana, en la cual veo la esperanza de redención y reconstrucción de la
República. Rescátenla, pero deben recibirla “a beneficio de inventario”, no
dejen que se les cuelen las manzanas podridas que se pretenden presentar como
vestales, después de haber vendido el alma, antes o después de 1999. Creen un
país inclusivo, abierto, donde no se exija sino la cédula de identidad y las
credenciales de formación y trayectoria, pero también, una hoja de vida digna
que es la mejor de todas. Quien no se respeta a si mismo mal puede respetar a
los demás, hombres o instituciones. Reproduzco, de memoria, un trozo de la obra
de teatro, en verso, de la gran poeta venezolana Ida Gramcko "Maria
Lionza", estrenada en plena dictadura prezjimenista, perfectamente
pertinente:
"Si la patria está triste
triste ha de estar el hijo que la bese
y alegre sólo cuando la conquiste
porque antes no le es fiel
ni la merece
...............................
Odio a los parias y odio
a los vendidos
también el odio puede ser fecundo..."
Itaca 20 de noviembre de 2014.
Alfredo Coronil Hartmann
acoronil2@gmail.com
@Alfredo43
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