Aunque es difícil de entender,
razonar o aceptar, en la sociedad venezolana donde nos desenvolvemos,
convivimos con personas resentidas, quejosas, irritadas y rencorosas
socialmente, quienes por X o Y razón, se enferman del progreso estudiantil, profesional, académico, económico, familiar;
en fin de todo lo bueno que puede alcanzar esa persona que ve como su
competencia.
Nos encontramos con este tipo de
seres humanos dentro y fuera de la familia; en la institución donde se estudia,
donde se trabaja; universidades y hasta en los grupos recreativos. Esto obedece
a las carencias humanas de quienes padecen sentimientos malsanos y venenosos.
Convirtiéndoles en seres capaces de violentar el sagrado derecho a la paz de
sus semejantes. Transformando el clima estudiantil, laboral y familiar en espacios beligerantes y
conflictivos.
Bien dice el refrán;”el diablo
sabe más por viejo que por diablo”, la edad nos permite acumular experiencias y
a lo largo de nuestras vidas compartir con personas heterogéneas de quienes
podemos obtener aprendizajes dulces y experiencias amargas.
Mucha de esa gente, siendo
incluso solidaria, se ve dominada por un nocivo sentimiento: la envidia, que
ocasiona bastantes trastornos a quien la padece y hace que lastime a sus
semejantes, bien sea adrede o de forma
indirecta. La envidia, contrario a lo que creemos, no sonríe. Así lo afirmó el
poeta Rubén Darío: “no puede, pálida y enferma traga su propia bilis y está con
el ceño arrugado...”.
El reconocido Psiquiatra César
Mella, citando a Ignacio Larrañaga en su libro “Del Sufrimiento a la Paz”, dice
que la envidia vegeta y engorda lanzando
picotazos, minimizando méritos, apagando todo brillo. Yo agrego, usurpando
talento, pues es creativa; incluso sustrayendo trabajo intelectual, aún hoy que
existen normativas que castigan esta acción.
Es difícil para algunos seres
humanos entender que sus semejantes tienen iguales derechos, como educarse,
ganar un salario digno, tener sus necesidades básicas cubiertas, gracias a su
desenvolvimiento en la sociedad que vive.
Y eso es nocivo para su
desarrollo social, pues, afecta sus relaciones interpersonales, genera malestar
en las personas con quienes se relaciona. Incluso, en ocasiones por razones de
edad, ya que vivimos en una sociedad donde hay
gran cantidad de juventud empoderada y preparada en las distintas áreas
del saber; sin miedo a desarrollar sus saberes. Eso la envidia no lo perdona.
En otras ocasiones la envidia
compite por ser la favorita de mamá, papá, hermanos, hermanas, entre otros, y
esa acción la lleva al entorno laboral, hasta ser el adulador o la aduladora
del jefe. Es una gran molestia convivir con seres poseídos por ella.
Estoy 100 por ciento de acuerdo
con Baltasar Gracián, cuando dijo en su obra Oráculo Manual y Arte de la
Prudencia:” el oro vale más según su peso y las personas, según su peso moral”,
es necesario tener don de gente, con eso nos convertimos en seres inmensos.
La envidia es tan dañina, que San
Agustín la consideró: “una fiera que arruina la confianza, destruye la justicia
y engendra toda especie de mal”.
Me uno al llamado de los
psiquiatras Robert Burton y César Mella al decir que los seres humanos debemos
protegernos de esta víbora mediante la caridad, la superación constante, y la
exhibición de sanos sentimientos.
¡Sigamos fortaleciendo las
relaciones de paz. Que los resentidos no nos roben energía y dañen nuestra
bondad. Fortalezcamos nuestros conocimientos, pues como dijo Baltasar
Gracián:”es necesario tener juicio y fortaleza: sin valor es estéril la
sabiduría”.
Zenair Brito Caballero
britozenair@gmail.com
@zenairbrito
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