Nicolás Maduro demuestra cada día la más
absoluta incapacidad de gobernar el país. Su predecesor y “padre” putativo
había dejado a la nación en un estado de postración alarmante.
El comandante se
acostumbró rápidamente a gobernar con unos precios petroleros dispararados a
las nubes a partir de mediados de la década pasada y con una producción de
crudo que frisaba los tres millones de barriles por día. Con la mochila llena
de dólares y con una gigantesca capacidad de endeudamiento, decidió innovar en
la historia del socialismo mundial: se propuso crear el comunismo petrolero,
rentista, algo nunca visto porque los regímenes colectivistas siempre han
tratado de construirse a partir del trabajo proletario y del protagonismo
heroico de la clase obrera. Cuando los precios del crudo bajaron de $140, se
estabilizaron alrededor de $100 y el flujo de caja comenzó a languidecer, el
hombre que nunca había administrado ni siquiera la cantina de las guarniciones
donde operaba como militar, comenzó a mostrar su impericia. El dinero se le
había evaporado y los problemas nacionales requerían una severa rectificación.
El sueño de construir el socialismo fundado en el reparto de la riqueza
petrolera había fracasado.
Esta verdad tan simple no la entendió el
heredero. Maduro cree que puede mantener la utopía de su “padre”, aunque todos
los datos de la realidad indican que resulta imposible. El mundo superó la
quimera colectivista, aunque hayan rebrotado los modelos políticos
autoritarios. La economía de mercado progresa incluso en regímenes embrutecidos
por el fanatismo ideológico. Los vivos que rodean a Maduro le siguen
alimentando la esperanza socialista, al mismo tiempo que se enriquecen con los
lucrativos negocios que florecen alrededor del despistado mandatario.
Lo único que sabe Maduro en medio de su
patética desorientación es que debe reprimir y amenazar para surfear la ola y
no ahogarse. No gobierna, sino que intimida y golpea con sus fuerzas de choque,
ahora legitimadas por una ley gomera. El chantaje y la coerción sustituyeron el
diálogo. Si una planta de detergentes se paraliza porque el Gobierno no entrega
las divisas a tiempo o se las da por cuenta gotas, la respuesta es ocuparla. Si
los médicos denuncian la falta de insumos médico quirúrgicos y la imposibilidad
de atender a los enfermos con dengue o chikungunya, se le acusa de
terroristas y de formar parte de la
“guerra” bacteriológica planificada en los laboratorios del Imperio. Los
obreros de SIDOR no son dignos trabajadores que luchan por sus derechos en una
empresa arruinada por los comisarios rojos, sino siervos incondicionales de la
derecha apátrida y merecedores de castigos infernales. Si las líneas de
aviación reclaman los miles de millones de dólares que se les adeudan, se les
descalifica como empresas capitalistas que solo piensan con el bolsillo.
Desde su reducida óptica, el Estado y su
instrumento administrativo, el Gobierno, no fueron creados para orientar los
países, llegar a acuerdos, construir consensos y dirimir conflictos en sana
paz, sino para atropellar a quienes disienten de la línea oficial y, cuando sea necesario, encarcelarlos.
Leopoldo López, Enzo Scarano y Daniel Ceballos son víctimas de esta visión
limitada y distorsionada del poder. Pero
las baterías no apuntan solo hacia ellos, representantes de la oposición
política. Los cañones también están dirigidos a todo aquel que exprese su
inconformidad con el régimen o un leve distanciamiento. La asesoría de Ramiro
Valdés y de Orlando Borrego está dando
los resultados esperados. Para eso el Gobierno paga el alto costo financiero y
político que representa la subordinación a Cuba: a través de la intimidación
recomendada por los isleños, se garantizan la eternidad en el poder, tal como
los Castro han hecho en el territorio antillano.
Este esquema basado en una alianza
aparentemente indestructible entre una claque civil arrogante y corrupta y una
casta militar llena de privilegios, y también corrupta, se impuso en la URSS y
en los países de Europa del Este. Este año se cumplirán 25 años de la caída del
Muro de Berlín. Nada es eterno.
Trino Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
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