domingo, 19 de octubre de 2014

ROSALÍA MOROS DE BORREGALES, CAUTIVOS DE LA ESPERANZA

Es una reacción normal del ser humano sentirse desanimado y triste cuando las circunstancias son cada vez más complicadas y difíciles. 

Quizá ya hemos esperado mucho sin ver cambios a nuestro favor. 

Quizá los límites de nuestro asombro han sido sobrepasados. No podemos ver una luz en el horizonte; lo que quisiéramos es tener alas como águilas para remontarnos en los cielos, lejos muy lejos. Sin embargo, como cristianos estamos llamados a poner nuestra mirada en Jesús, y en su inspiración llenar nuestros corazones con la esperanza.

Pero, no con esa esperanza que se asemeja a una pintura abstracta cuyo mensaje se nos hace imposible de descifrar. Cuando hablamos de esperanza en Dios nuestros corazones están sellados con la certeza interior de que El siempre nos bendecirá. La esperanza en Dios entreteje nuestros sueños, nuestros anhelos más profundos al Creador de nuestras vidas. Esperar en Dios es estar cautivos de nuestra fe, enlazados con El de una manera indivisible.

En el mundo somos prisioneros del miedo, de la mentira, de las preocupaciones, de la duda y de tantas otras cosas que nos esclavizan a una vida sombría de amargura. Cuando esperamos en Dios, el verbo esperar trasciende mucho más allá del movimiento de las agujas del reloj que nos marcan el tiempo; se convierte en una espera que nos provee cada día la virtud de confiar en medio de las adversidades. La esperanza en el Señor, nos transforma en mejores seres humanos cada día conformándonos a las virtudes cristianas.

A través de esta esperanza podemos romper las cadenas que nos atan a un mundo alejado de Dios. La esperanza del hombre cuya vida se fundamenta en los  principios cristianos le permite saber que la imposibilidad del hombre es la oportunidad de Dios para hacer Sus milagros. Sabiendo que el primero y más importante de todos los milagros es el que se lleva a cabo en nuestro corazón, el que nos permite ver la luz en medio de la oscuridad, estar en paz en medio de la guerra; saber que el juicio y el perdón vienen del Altísimo, de cuya mano nadie podrá escapar.

Ser cautivos de la esperanza en Dios no nos convierte en seres inactivos ante cuyos ojos el mundo, nuestra nación y nuestro propio hogar pueden hacerse pedazos. ¡No! El que espera en Dios, confía primeramente en Su bondad, inmerecida por todos los hombres, pero a la disposición de todos a través de la cruz de Cristo. Al mismo tiempo, se convierte en constructor de esperanza, en productor de alegrías, en dador de amor.

Volvamos al lugar seguro, a la fortaleza de nuestra fe; volvamos nuestros rostros al Señor, con un corazón sincero que reconoce en sí su insuficiencia y en Dios, su grandeza, su poder sin límites, y su amor inalterable.
¡Seamos cautivos de la esperanza que no avergüenza!

“Volveos a la fortaleza, oh prisioneros de la esperanza; hoy os anuncio que os restauraré el doble”. Zacarías 9:12

Rosalía Moros de Borregales
rosymoros@gmail.com
@RosaliaMorosB. 

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