PEDRO RAFAÉL GARCÍA M. |
“Por la decisión de los “ángeles”, y el
juicio de los santos, excomulgamos, expulsamos, execramos y maldecimos a Baruch
de Spinoza, con la aprobación del Santo Dios y de toda esta Santa comunidad,
ante los Santos Libros de la Ley con sus 613 prescripciones, con la excomunión
con que Josué excomulgó a Jericó, con la maldición con que Eliseo maldijo a sus
hijos y con todas las execraciones escritas en la Ley. Maldito sea de día y
maldito sea de noche; maldito sea cuando se acuesta y maldito sea cuando se levanta;
maldito sea cuando sale y maldito sea cuando regresa. Que el Señor no lo
perdone. Que la cólera y el enojo del Señor se desaten contra este hombre y
arrojen sobre él todas las maldiciones escritas en el Libro de la Ley. El Señor
borrará su nombre bajo los cielos y lo expulsará de todas las tribus de Israel
abandonándolo al Maligno con todas las maldiciones del cielo escritas en el
Libro de la Ley. Pero vosotros, que sois fieles al Señor vuestro Dios, vivid en
paz. Ordenamos que nadie mantenga con él comunicación oral o escrita, que nadie
le preste ningún favor, que nadie permanezca con él bajo el mismo techo o a
menos de cuatro yardas, que nadie lea nada escrito o trascrito por él".
(Texto de la excomunión sufrida por Spinoza, publicado por la comunidad judía
el 27 de julio de 1656, citado por Carl
Gebhardt en Spinoza, pp. 38-9).
Ubicando algunas pistas…
Así como la Iglesia Católica, después de más
de tres siglos, "absolvió" a Galileo de su "herejía", así
también deberían reconocer los judíos que con Spinoza cometieron una gigantesca
injusticia él dio a su doctrina la forma demostrativa de la matemática, porque
esta es la que expresa con más perfección el carácter impersonal de la verdad.
Que Spinoza era un gran escritor que podía expresar su pensamiento con todo el
poder del lenguaje lo demuestran las notas y los apéndices de su Ética, lo
mismo que muchas de sus cartas y, sobre todo, su Tratado teológico-político.
Pero él no quería actuar por la forma, sino solamente por la verdad.
La verdad no tiene por qué ser aburrida: la
estética es una de las partes cardinales de la filosofía. Si nos concentramos
sólo en el contenido y despreciamos la forma, obtendremos verdades del tipo
"uno más uno es dos", pero no más de ahí pasaremos. Tal vez en el futuro
las verdades más trascendentes puedan ser comprendidas mediante fórmulas
matemáticas, pero en el presente necesitamos del lenguaje para descubrirlas y
para endosarlas, y cuanto más rico sea ese lenguaje, mejor apreciadas serán
esas verdades. Los pensadores suelen desdeñar la retórica, pero creo que lo
hacen más por impotencia que por convicción, como si los ciegos impulsasen una
campaña en contra del abuso televisivo. Si la misión del escritor pensante pasa
por masificar sus verdades, deberá darle tanta prioridad al embalaje como a las
verdades mismas, ya que la verdad desnuda es hoy invisible a nuestros sentidos.
Una apariencia sucia y descuidada no nos transforma en Sabios. No todos los que
descuidan su apariencia son sabios, pero todos los sabios descuidan su apariencia.
Nuestra capacidad cognoscitiva está en la
misma relación con la plenitud de Dios, que la cifras con el infinito.
El hombre no puede ser concebido como Estado
dentro del Estado, sino como ser natural entre otros seres naturales. Lo que
rige para unos rige también para los otros. Por eso el reino de la moralidad no
puede separarse del reino de la naturaleza, ni someterse a leyes propias y de
otra especie. La unidad de la naturaleza fundada en Dios exige que todo sea
regido por las mismas leyes. Esto muestra hasta la evidencia que la esencia de
la filosofía de Spinoza es el dinamismo. Sería interpretar equivocadamente la
característica de su sistema considerarlo como un voluntarismo, pues para
Spinoza voluntad y entendimiento forman una unidad indivisible. Pero voluntad y
entendimiento son expresión de esa fuerza que aparece en el hombre y en todas
las cosas como impulso de auto-afirmación y que lleva a la teoría de que los
deseos del hombre son la esencialidad misma. Este impulso de realizar su ser que
yace en lo más profundo del hombre, no es negado sino afirmado por la ética de
la inmanencia. Según Spinoza virtud y poder son idénticos. Pero entonces la
misión de la ética sólo puede consistir en señalar el recto camino que permite
al hombre realizar su esencia. Señalar el camino y persuadir a los hombres de
que lo sigan, pero nunca obligándolos a caminar mediante decretos o
mandamientos. Ver en Spinoza sólo al consecuente partidario del determinismo
científico, indispensable para el conocimiento moderno de la naturaleza, es
olvidar que Spinoza es también el creador del concepto ético moderno de la
libertad, de la libertad inmanente. Ya en la teoría de la divinidad queda
señalado que la libertad no consiste en el libre albedrío de obrar a capricho,
porque todo albedrío dispara el mecanismo natural de la motivación; en
realidad, libertad y necesidad son coincidentes. No hay oposición entre
libertad y necesidad, sino entre libertad y coerción. Esclavo es el que obra
determinado por causas externas, libre el que sólo obra según su propia ley.
Los albedristas que tienen motivos para
serlo, sólo por tener motivos ya los abandona la lógica: su albedrismo está
predeterminado. Un albedrista coherente no puede jactarse de tener motivos que
apoyen su idea. Podrá decir que la idea del libre albedrío no le nació
racionalmente sino intuitivamente, pero es lo mismo: está determinada por un
presentimiento. Sostener esta idea, según distingo, es algo así como hablar de
la blancura del color negro.
Spinoza rechaza todos los expedientes morales
ajenos a la pura actividad del hombre, no sólo la esperanza y el miedo, que
crean una moral de esclavos, sino también la compasión y el arrepentimiento; el
sentimentalismo no es un afecto activo, sino pasivo y, por tanto, inmoral de suyo.
Pero Spinoza, ¿estaba completamente seguro de que sus ideas eran verdaderas? Si
lo estaba, era un dogmático, con lo que me la admiración por él decrecería
significativamente. Y si no lo estaba, entonces decía lo que decía porque se
tenía fe, porque tenía la esperanza de que sus pensamientos coincidiesen en
algún grado con la verdad inmutable. El espíritu del hombre sólo puede
manifestar tres estados: desesperanza, esperanza y seguridad. La desesperanza
es incompatible con la vida: quien vive desesperanzado, a la larga se aniquila.
La esperanza es compatible con la vida y con el deseo de felicidad, que es lo
que más se aproxima, de todo lo que conocemos, a lo que es la felicidad en sí
misma. Por último, el estado de seguridad es compatible con la vida, pero sólo
dos clases de seres están seguros de lo que piensan: los seres perfectos y los
perturbados. Y como estamos persuadidos de que Spinoza no era ni lo uno ni lo
otro, tomaremos su rechazo a la esperanza sólo en el sentido de una esperanza
celestial como la que pregona la Iglesia, pero no en el sentido completo del
término, que para mí significa el creer en algo que no está plenamente
demostrado como verdad, o el creer, al menos mínimamente, que nuestro futuro,
por uno u otro motivo, está sembrado de placeres. Yo estoy seguro de que el
teorema de Pitágoras es verdadero, pero si me preguntan si el alma humana
tiende a la felicidad, sólo pudo contestar que tengo la esperanza de que así
sea, esperanza futura sin la cual es imposible la felicidad presente.
Respecto de los sentimientos de compasión y
arrepentimiento, tratemos de no meterlos en el mismo morral. El arrepentimiento
es hijo de la ignorancia, del total desconocimiento o negación de la hipótesis
determinista, que incluso si no fuese cierta en forma radical, inexorablemente
se comunica con la herencia y la educación y por lo tanto nos hace ver que, si
somos culpables de algo, lo somos en grado mínimo. Este sentimiento, por estar
ligado a la oscurantismo, es por supuesto inmoral; pero el sentimiento de
compasión no está ligado a ninguna barbarie: aparece y ya. Es cierto que
aparece debido a causas externas, a saber, el percibir el dolor ajeno, y que
por eso podría merecer el calificativo de "afecto pasivo"; pero digo
yo, ¿no era que en la filosofía de Spinoza todos los seres compartían la misma
sustancia? Si es así, yo siento el dolor ajeno como algo inherente a mi misma
esencia, y entonces esta sensación es tan interna como la que más: es un afecto
activo. Y después está la prueba del amor: pongo a dos hombres frente un
pequeño animal y comienzo a pegarle valiéndome de un látigo. El primero, un
estoico, corre a salvarlo "por obligación moral", sin experimentar
emoción alguna. El segundo, en cambio, se me acerca sudoroso, temblando y con
los ojos bañados en lágrimas, aunque sin cólera. El primero lo salva por
precepto, porque su código de conducta, previamente delineado, así lo
establece. El segundo lo salva porque su corazón se lo implora, no por sentirse
obligado a ello. Ahora quiero que alguien me aclare cuál de los dos fue
arrebatado por un afecto activo y cual por un afecto pasivo, porque se me hace
muy difícil creer que no inmutarse ante la tortura de otro es algo activo y
algo moral. Más bien parece todo lo contrario.
Trascendieron algunos detalles que podemos
creer o no de lo que aconteció en esa histórica ceremonia: "Por fin había
llegado el día de la excomunión, reuniéndose enorme gentío para asistir al
lamentable acto. Éste empezó encendiéndose una serie de velas negras, y
abriéndose el arca sagrada que guarda los libros de la ley mosaica. De esta
forma se incitó la fantasía de los creyentes para todo el horror de la escena.
El gran rabino, antiguamente amigo y preceptor, ahora el enemigo más mortal del
reo, tuvo que ejecutar la sentencia. Quedó de pie, conmovido por el dolor, pero
inflexible. El pueblo le observó con suma expectación. Desde lo alto tarareó en
melancólicas voces el cantor las palabras de la execración, mientras que desde
el otro lado se mezclaban con estas maldiciones los sonidos penetrantes de una
trompeta. Ahora se inclinaban las velas negras cayendo la cera derretida gota
por gota en un gran recipiente lleno de sangre (Lewes, Historia biográfica de
la filosofía, citado por Henry Ford en El judío internacional, de. 142). Según
Ford, antes de excomulgarlo "se le ofreció al joven Spinoza la suma de mil
florines al año, si se callaba con sus convicciones, asistiendo de vez en
cuando al culto en la sinagoga. Spinoza la rehusó indignado, resolviendo a
ganarse el sostén de su vida pulimentando lentes para instrumentos
ópticos". Por último, una paradoja: el nombre de pila del maldito Spinoza
era Baruch, que significa bendito...
Spinoza, como buen estoico, rechazaba el
sentimiento de compasión por considerarlo inmoral y afeminado del carácter del
hombre virtuoso. Sin embargo, ¿qué es un estoico? Un estoico es un cínico
socializado, o más bien un cínico que ha claudicado y ha perdido buena parte de
su autonomía. Es digámoslo con toda las letras un cínico disoluto. Pues bien:
¿alguien podría juzgar a Diógenes, Antístenes o Crates como seres afeminados?
No lo creo; y es el caso que estos grandes señores, si hemos de darle la razón
al filólogo austríaco Theodor Gomperz, profesaban "una calurosa compasión
hacia los desventurados y oprimidos" (Pensadores griegos, libro 4º, cap.
VII, parág. 7). Si así era, si los cínicos eran compasivos en el sentido propio
del término, no limitándose a ir en auxilio de los desvalidos por puro deber,
sin emocionarse durante el proceso..., si así era, digo, ya tenemos un nuevo
motivo para increparles a quienes quebrantan al país y a todos los pusilánimes
seguidores y constrictores que me perdone Epicteto, debemos gritarles este
merecido insulto: ¡Desalmados!
Pedro
R. Garcia M.
pgpgarcia5@gmail.com
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