sábado, 11 de octubre de 2014

EUGENIO MONTORO, NOSOTROS LOS PERFECTOS

         El asesinato de Robert Serra ha vuelto a poner en la mesa la costumbre de este gobierno de culpar a otros cuando algo malo sucede. No había pasado mucho tiempo de la noticia cuando ya  personeros del régimen acusaban a la oposición, a la burguesía, a Uribe y a los mayameros.

Eso podría suponerse en voz baja, pero hacerlo a grandes gritos por los medios de comunicación revela que la prudencia no abunda entre estos aficionados faltos de sentido común y cultura.
         Solo por lo que uno lee, Serra se mantenía muy cerca de sectores violentos como los llamados colectivos cuya tarjeta de presentación son fotos con armas de alto calibre. Aparentemente se negaron a entregar sus armas, desafiando la nueva ley, pues ellos se autodenominan  garantes de la revolución. También dicen que Serra era participante de buen nivel de una de esas misteriosas religiones santeras que tampoco tienen nada de pacíficas. 
          Comentan que a Serra le gustaba el mando y lo hacía con levante de ronchas y fuertes discusiones.
         A la hora de escribir estas líneas ya había indicios que a Serra lo había muerto su entorno cercano. Pero ese no es el punto que analizamos. Si al final descubriéramos que Obama en persona dio la orden de matar a Serra nada cambiaría y la imprudencia verbal de los rojos seguiría haciéndole mal a todo el país.
         Los ejemplos de este singular comportamiento quizás son ya miles y se repiten con una frecuencia que lo marca como oficial. Si algún intelectual o técnico especializado lanza una opinión contraria a lo que hacen o dicen los mandones de inmediato se trata de un enemigo encubierto seguramente financiado por el imperio, por la burguesía o por Uribe. Si un caricaturista hace un inteligente chiste en contra de algún funcionario hay que botarlo del periódico por irrespetuoso. Si no hay harina PAN se trata de un plan parte de la guerra económica para tumbar al régimen y así apoderarse de las riquezas de Venezuela.
         Las críticas siempre pican pero nunca están de más. Hoy “El discurso del método” de René Descartes es casi una Biblia en el mundo del conocimiento pero en su tiempo fue uno de los documentos más criticados por lo “absurdo” de lo que planteaba. Descartes tuvo que aceptar el chaparrón de críticas y civilizadamente analizarlas y aprender de ellas. Hasta un libraco menos conocido se animó a hacer defendiendo sus ideas.
         Culpar a otros es política demostrada del régimen y la razón podría ser muy simple. Al mantenerse en la brutalidad del no uso de argumentos, acostumbra a sus seguidores a la comodidad de no pensar y a la vagancia. Al promocionar la rústica simpleza de yo tengo la razón y soy el perfecto, crea al pueblo que no piensa para facilitar su permanencia en el poder. Fidel lo aplicó en Cuba y aún existen idiotas que creen que la pobreza en la isla es la consecuencia del bloqueo gringo.
         Tal vez estemos en algo parecido. La lucha entre los brutos y los que queremos el fresco y dulce aroma de la libertad.
Eugenio Montoro
montoroe@yahoo.es
@yugemoto67

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