Raúl
Castro ha desatado una desesperada ofensiva sobre Washington. Cree que en ello
se juega el destino de la revolución. Le preocupa intensamente que la
catástrofe venezolana acabe por eliminar o reducir drásticamente el subsidio
que recibe Cuba.
LA MANO EXTENDIDA DE RAUL CASTRO |
La
situación es apremiante. Raúl tiene 83 años y se siente abrumado. Se ha
comprometido a dejar el poder en el 2018. Para entonces habrá gobernado inútilmente
durante 12 años. Ya sabe que su reforma económica no funciona. Aumenta
exponencialmente el número de balseros y desertores. Nadie tiene ilusiones con
sus “lineamientos”. La consigna es huir.
Cada
día que pasa las auditorías que le presenta su hijo Alejandro le confirman que
el magro aparato productivo estatal está en manos de tipos corruptos,
incompetentes e indolentes. (En realidad el sistema los moldea de esa manera,
pero todavía Raúl no lo admite).
Su
problema más urgente es la falta de divisas para importar comida, combustible y
otros bienes esenciales. El país se está cayendo a pedazos. Cuba es
asombrosamente improductiva. Se trabaja poco y mal. La Isla vive, por este
orden, de siete rubros: El subsidio venezolano. El alquiler y explotación de
profesionales sanitarios en el extranjero. Las remesas de los exiliados. El
níquel que extraen los canadienses. El turismo. La mendicidad revolucionaria
que sostienen Brasil, Angola, Ecuador, y hasta la pobrísima Bolivia. El tabaco
y otras minucias de exportación, algunas de ellas indignas, como la venta de
sangre y de vísceras hmanas para trasplantes (por más de 100 millones de
dólares). Comenzaron emulando a Stalin y han terminado imitando a Drácula.
De
todas las fuentes de divisas la más importante es el subsidio venezolano. Raúl
Castro teme que se seque a corto plazo. Lo ve venir. El precio del petróleo cae
y el caos sembrado por la ineficiencia absoluta del chavismo tiene a Venezuela
a punto de cerrar el grifo. Los cubanos elegieron a Maduro, pero ha resultado
un desastre absoluto. Es una cuestión de supervivencia. Dos ahogados no pueden
salvarse mutuamente.
Por
eso la ofensiva. Raúl necesita, desesperadamente, que le saquen las castañas
del fuego. ¿Qué requiere? Un torrente de turistas norteamericanos que inunden
los hoteles con sus dólares frescos. Hoy no pueden viajar a Cuba libremente. La
ley lo impide. También desea crédito para importar insumos estadounidenses. Le
venden la comida y las medicinas, pero tiene que pagar en efectivo y carece de
dólares.
Raúl
Castro no está dispuesto a cambiar el sistema, ni a tolerar libertades, pero
cree que puede cambiar a Obama y eliminar las restricciones impuestas o
mantenidas por 11 presidentes norteamericanos.
Su
hipótesis es que lo logrará tras las elecciones de noviembre, en los últimos
dos años del gobierno de Obama. En esa dirección tiene trabajando a todo su
servicio de inteligencia y a unos cuantos exiliados que suscriben el extraño e
ilógico razonamiento de que la forma de acabar con la tiranía es dotándola de
recursos.
El
gran obstáculo –supone La Habana—es el senador demócrata Bob Menéndez,
presidente del importante Comité de Relaciones Internacionales del Senado. En
consecuencia, los servicios cubanos montaron una operación para destruirlo
inventando la calumnia de que se había acostado con prostitutas menores de edad
en República Dominicana. Finalmente, se descubrió la repugnante mentira.
Los
tentáculos del lobby cubano son muy extensos. Llegan al Congreso, a la prensa,
al mundo académico y artístico. Han logrado infiltrarse hasta en el Pentágono.
Quien evaluaba las actividades de La Habana para la Casa Blanca era la analista
principal de inteligencia Ana Belén Montes, una espía de Cuba, capturada en el
2001 y condenada a 25 años de cárcel. Desde el 85 espiaba para los Castro.
Scott
W. Carmichel, el agente que la descubrió, opina que hay muchos más topos
colocados o seducidos por Cuba en diversos estamentos del gobierno y de la
sociedad civil norteamericana. Probablemente tiene razón. Todos trabajan hoy
febrilmente para conseguir los objetivos de Raúl Castro.
En
todo caso, para que la ofensiva tenga éxito, primero Raúl tiene que conseguir
que eliminen a Cuba de la lista de países que apoyan al terrorismo. La tarea no
es nada fácil. En julio del 2013 fue detenido en Panamá un barco norcoreano con
250 toneladas de pertrechos de guerra procedentes de Cuba escondidos bajo miles
de sacos de azúcar.
Si
Obama sucumbe a la ofensiva y libera a la dictadura del vinculante calificativo
de país “sponsor de terroristas”, Raúl supone que inmediatamente procederá a
autorizar los viajes de los norteamericanos. De eso se trata.
Ese
hipotético flujo de divisas que espera como agua de mayo servirá para aliviar
la disminución sustancial del subsidio venezolano. Por una vez el Séptimo de
Caballería irá en ayuda de los indios para salvar a la revolución. Si Custer
levanta la cabeza no lo cree.
Carlos
Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
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