1.
PETROLEO DESDE ARGELIA |
La agencia de noticias Reuters nos trae
una noticia de cuya insólita naturaleza sólo nosotros, los venezolanos, podemos
tomar plena conciencia: el gobierno de Nicolás Maduro se ha visto obligado a
importar dos millones de barriles de petróleo desde Argelia para cumplir sus
propias obligaciones de exportación. Imposible dar con mejor y más irrebatible
demostración del estado cataléptico en que se encuentra la principal y a estas
alturas única industria nacional capaz de atender a nuestras necesidades de
divisas extranjeras para proveer a nuestras necesidades primarias, vista la
práctica desaparición de la producción nacional en todos los rubros de nuestra
economía.
No es necesario ser alarmista para comprender
la gravedad de la situación en que se encuentra nuestra economía. Ni pretender
enconar la situación anunciando la perspectiva real de vernos enfrentando una
declaración de insolvencia. Lo cual nos empuja al borde de un caos social de
inapreciables consecuencias. La inflación alcanza niveles verdaderamente
intolerables y hace prácticamente imposible programar con mínima eficacia el
uso de nuestros escasos recursos. Los salarios se hacen agua, bienes esenciales
se hacen inalcanzables, la angustia asalta a todos los hogares, pues de este
tsunami nadie parece estar a salvo. Por primera en 14 años, la inseguridad deja
de ser la principal preocupación de la ciudadanía para ser arrasada por la
desesperación que causan la inflación y el desabastecimiento. Las cifras de
todas las últimas encuestas, particularmente las de IVAD y Consultores 21 así
lo manifiestan.
Nadie dotado de una elemental racionalidad
puede alegrarse por los efectos que esta gravísima situación ha comenzado a
provocar en el universo político gobernante. En el que la muerte de Hugo Chávez
ha terminado por desatar los demonios de la desunión y las desaforadas apetencias,
provocando el enfrentamiento entre camarillas y grupos de poder por el control
del aparato. Su muerte ha acarreado la desaparición del único factor de
legitimidad de su sistema de dominación, ha dejado al desnudo la ausencia de
institucionalidad y ha permitido el desborde de las ambiciones de Poder, el
recrudecimiento de las diferencias y la pérdida de disciplina interna.
La perfecta expresión de esta auténtica
tragedia se puede escuchar a diario entre los antiguos adeptos al régimen:
afirman con cierta rebeldía que siguen siendo chavistas, pero que de ninguna
manera se muestran solidarios con lo que llaman “el madurismo”. Al que, según
dejan ver las encuestas, atribuyen no sólo la traición al legado de Hugo Chávez
sino la desorientación y extravío en que se encuentran el movimiento, su
régimen y el gobierno que dejara encargado de llevarlo a buen puerto.
De allí que no sea precipitado señalar que
jamás, ni en sus peores momentos del pasado, el régimen se halló en peores
circunstancias que en la actualidad. La revolución perdió todo su poder de
encantamiento, ha desfigurado la imagen de sus esperanzas para asumir el
carácter de una apuesta ya perdida y sin destino. El chavismo sin Chávez llegó
a su llegadero.
2.
RAREFACCIÓN OPOSITORA |
Respecto de su contraparte, tampoco el
panorama es muy halagüeño. La oposición se encuentra gravemente fracturada y a
pesar de haberse convertido, siempre según las encuestas señaladas, en el
bloque mayoritario de opinión, nada indica que se haya transformado en una
fuerza equivalente.
Las monumentales inversiones en compra de medios le
permiten al régimen sofrenar el poder de descontento potencialmente existente,
que dejado a su libre cauce y reproducidas sus voces por los medios provocarían
una avalancha de rechazo, protesta y rebelión imposibles de sofrenar.
En el
silencio de los medios, las amenazas de persecución y la represión abierta del
liderazgo se encuentran las razones de la aparente apatía del comportamiento
público. Y es en la complicidad abierta y declarada de las cancillerías de la
región, así como en los graves problemas internacionales que enfrentan los
países democráticos de Europa y Norteamérica, obligados a privilegiar el trato
a conflictos más urgentes e inmediatos como los del Estado Islámico, encuentra
el régimen espacio de maniobra para postergar el enfrentamiento con la solución
de sus propios y urgentes problemas.
Una elemental racionalidad, una suficiente
información del estado real de la Nación y una comprensión del cerco objetivo
impuesto a sus pretensiones de sobrevivencia en el orden interno y externo
debieran permitirle a los factores gobernantes más capaces de autonomía e
inteligencia políticas comprender que el proyecto originario de la revolución
castrocomunista en Venezuela se encuentra definitivamente clausurado. Que sólo
la división de las fuerzas opositoras entre quienes propugnan radicalizar las
acciones y empujar a un enfrentamiento definitorio, por una parte, y quienes
imponen acomodarse al inevitable ritmo de la crisis, la creciente pérdida de
respaldo y legitimidad y la desafección frente al actual gobierno de parte de
las fuerzas armadas, permiten esta suerte de parálisis en que nos encontramos.
Pero si es previsible que la situación
internacional no sufra modificaciones sustanciales que afecten el curso de
nuestro proceso, en el orden interno los síntomas indican lo contrario. Las
razones de la enorme expresión de descontento popular que hemos llamado “la
revolución de febrero” continúan vigentes, la crisis económica agudiza las
tensiones que pueden llevar a una nueva explosión de la crisis social y el
descontento en las propias filas del régimen contra las políticas impulsadas
por el gobierno de Nicolás Maduro crece exponencialmente. De otra forma no se
explican los atroces sucesos que por ahora se manifestaran en el asesinato de
Robert Serra, su asistente y cinco principales dirigentes de dos de los
colectivos más militantes de la llamada revolución bolivariana. Provocando la
explosión de un tumor maligno, que ha comenzado a gangrenarse.
Véanse esos luctuosos sucesos como se vean:
sea como expresión de enfrentamientos entre pandillas por el control del Poder
o como expresión de la pudrición de los principios e ideales revolucionarios,
la conclusión no puede ser más grave: el sistema atraviesa por una crisis que
parece terminal.
3.
BONAPARTISMO |
Puestos ante esta situación de
indefiniciones, ni el gobierno ni la oposición se encuentran en capacidad de
imponer en el corto plazo sus pretensiones totales. La muerte de Chávez ha
constituido un golpe mortal a las pretensiones de implantar un régimen
totalitario de signo castrocomunista en Venezuela, privando a su régimen
estrictamente personalista y caudillesco de toda base de legitimidad. La falta
de un liderazgo a la altura de las circunstancias, capaz de responder a los anhelos
y necesidades del conjunto de la población – gravemente quebrantada,
desorientada y dividida en dos pedazos aparentemente irreconciliables – le
impiden a la oposición, por su parte, imponer el desalojo del régimen y
comenzar el tránsito hacia la reconstrucción nacional.
Queda en el aire la incógnita acerca de algún
otro factor que en estas circunstancias de anomia, pueda favorecer salidas de
corte bonapartistas, como las entiende la ciencia política: – “se llama
bonapartismo al régimen autoritario que surge en circunstancias de desorden
social y de pugna de poderes (…) para imponer el orden y promover después la
“legitimación” de todo lo actuado a través de alguna forma de participación
popular, como hizo Luis Napoleón con su plebiscito del 20 y 21 de diciembre de
1851.” En otras palabras: aquel régimen establecido por un tercer factor de
Poder capaz de dirimir, por la fuerza, el conflicto entre facciones por el
control del Estado, restablecer el orden global y conducir una transición hacia
la recuperación de la normatividad sociopolítica e institucional en el mediano
y largo plazo.
¿Están las fuerzas armadas venezolanas en
capacidad de actuar con independencia de juicio, recuperar su jerarquía
propiamente estatal manteniéndose al margen de los partidos, zafarse la
intromisión de cualquier poder extranjero de cualquier naturaleza que incida
sobre los destinos de la Nación y asumir el rol de árbitro supremo de este
práctico empate de fuerzas, que desangra al país y lo precipita por los abismos
de la disolución?
Imposible responder a una interrogante de esa
envergadura, sin contar con los más mínimos elementos de juicio. Si bien el
histórico antecedente de la actuación de las fuerzas armadas el 23 de enero de
1958 apunta exactamente en esa misma dirección. Con una diferencia esencial: la
intervención de las fuerzas armadas el 23 de enero no fue de naturaleza
propiamente bonapartista. No intervinieron representando sus propios intereses
mediante una cuña que separase los bandos en pugna para asumir el protagonismo
del Poder, sino que se sumaron a la rebelión política del pueblo y sus partidos
para desalojar, simple y llanamente a la dictadura del Poder, asumir junto a la
Junta Patriótica la dirección de una corta transición, velar por el desarrollo
de las elecciones y garantizar el tránsito a la plenitud democrática. Detrás
del 23 de enero no hubo un insignificante Luis Napoleón, sino un pueblo alzado.
Muchos insisten en traer a colación la salida
plebiscitaria chilena y el desalojo pacífico y electoral del general Augusto
Pinochet como normativo a nuestras circunstancias. Amén de las manifiestas
diferencias de regímenes, de tradición política y cultural, y los contrastes
absolutos de propósitos: – aquella era una dictadura militar abierta y
legitimada sin propósitos de entronizarse y auto limitada al restablecimiento
del orden constitucional; ésta pretende entronizarse por los siglos de los
siglos siguiendo el modelo cubano – cabe una consideración de naturaleza
subjetiva, personal, que hace al carácter de los protagonistas.
Diosdado Cabello ha reiterado, abiertamente y
sin melindres, que el régimen jamás permitirá que la oposición gobierne. Podría
ser una balandronada. A mí me parece la más profunda verdad del fascismo
tropical que expresa y representa. Me viene a la mente una frase parecida, del
personaje histórico que más se le asemeja: “Nunca cederemos el poder; tendrán
que sacarnos a rastras, como cadáveres…”.
Lo dijo Joseph Goebbels en 1932. Su profecía
se cumplió al dedillo: lo sacaron a la rastra a él, a su mujer y a sus seis hijos
del Bunker del Tiergarten, hecho despojos.
Antonio
Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
@Sangarccs
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