No
es ocioso volver a repetir un principio educando que señala: las diferencias
humanas se resuelven por el vencimiento (lo militar) o por el convencimiento
(la política).
Como la gramática lo dice, la clave de la política- y, desde luego, de la democracia- consiste en vencer “con” el otro y no “sobre” el otro. Esta idea de asociarlo a la decisión común es el espíritu santo de la democracia y todo el encofrado de cualquier política fecunda.
Desde luego, con
la salvedad técnica de Clausewitz, que sostiene que la guerra suele ser la
continuación de la política por otros medios, así como la política, la continuación
de la guerra en una mesa de discusión.
La
democracia es endémicamente crítica. Consultar al otro significa la posibilidad
casi matemática de discrepar. Imaginar una democracia de calma chicha es una
ensoñación o una creación maliciosa de autoritarios disfrazados. Debemos
volver sobre el eje de diamante del
demos. El pueblo, el común, el otro con el que convivo me es imprescindible. Es
incomodo, fatigoso e incluso con tono irritante, pero necesario. Cuesta mucho
aceptar al distinto; mucho más valorarlo. Si se nos permite la vulgata de un
ejemplo de multitudes: mal que les pese, y asumiendo la verdad paradójica, el
Caracas seria menos sin el Magallanes. Sin el otro, el vacío los empequeñecería
recíprocamente. Volviendo a nuestras preocupaciones, la clave de la bóveda de
la vida democrática y de la vida civilizada consiste en saber que, todos los
infinitos inconvenientes de la convivencia, el otro es una fuente inagotable de
enriquecimiento personal.
El
hilo que enhebra el idioma y le da sentido a lo que expresamos gracias a él es
la lógica, también invento griego. No es lo mismo un adversario que un enemigo.
La diferencia en política no es gramatical, sino sustancial. Los adversarios
piensan distintos o son distintos, pero -otra cosa aguda paradoja- pueden ser
amigos. Porque pueden sentir como nosotros. Pueden ser emocionalmente
fraternales, aunque discrepen totalmente en el territorio de las ideas.
La
materia prima, toda la materia prima de la democracia, es la de partidarios y
adversarios. Los enemigos pertenecen al mundo de la acción directa, del golpe,
de la guerra. Cuando esa actitud beligerante se vuelve cotidiana en cualquier
sociedad, asistimos al peligroso ejercicio de caminar por los bordes de los
precipicios fascistas. Hay quienes desde las altas esferas del gobierno quieren
instalar en la sociedad venezolana la idea de que el fascismo es forzosa y
únicamente el de derecha. Son continuadores de otro invento tramposo que
atravesó el siglo XX y contribuyó a enturbiarlo: había comunistas o no comunistas;
si usted era comunista, era forzosamente reaccionario. Esa creación embustera
sirvió para maquillar los espantos del tirano Josefh Stalin y todas las
experiencias auténticamente reaccionarias de la hoz y el martillo.
Esa
idea de que se puede coincidir conmigo o no, pero que si se está en contra se
es un enemigo, ha sido la matriz de ríos de sangre que anegaron el siglo XX y
continúan activos en nuestros días. No importa quien se oponga. El pecado
mortal esta en oponerse.
Sixto
Medina
sxmed@hotmail.com
@medinasixto
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