Alguna gente, más de la deseable, está sufriendo el desencanto que provoca la falta de victorias o la dificultad para verla. Gente que se dice cansada de esperar y que se dejó atraer por la esperanza de una salida rápida. Mucha se ha repuesto ya, porque sacaron las cuentas completas y comprendieron que la velocidad del cambio, que todos queremos, depende de acumular fuerzas y concentrarlas inteligentemente sobre el eslabón más débil del régimen.
Motivos para actuar sobran y hay que
sopesarlos nuevamente cuando la ineficacia de gestión y la incompatibilidad del
modelo están quedando al descubierto como el camino más corto para convertirnos en una sociedad inviable. Pero
además, tanto el cerebro como el corazón nos muestran poderosas razones para
mirar con mayor optimismo lo que está por venir.
La primera de ella es que nunca
antes un gobierno había sido tan rápidamente derrotado por su ineficacia, por
su descomposición ética y por la pérdida de su proyecto original. El presidente
Maduro no puede gobernar, como lo evidenció tan patéticamente en las vueltas y
revueltas que acompañaron el diseño y anuncio del frustrado sacudón.
Una segunda razón está en el
deslave que se está produciendo en la legitimidad del régimen. El aparato
dominante es una máquina que riega fracasos por donde pasa y que se empeña en
cumplir una misión destructiva respecto al país. Buena parte de sus seguidores
consecuentes le han retirado su confianza.
Una tercera es el constante ascenso del descontento y el rechazo social que han generado, por primera vez, una relación de fuerzas favorable a la oposición. Los números de IVAD, encuestadora que ha prestado sus servicios al gobierno, son claros: en junio de 2011 el bloque oficialista y el bloque opositor experimentaban un empate en torno al 45% cada uno y un 8% de ciudadanos No Identificados. La IVAD de agosto del 2014 registra otro país: el bloque opositor cuenta con el 49,8%, el bloque oficialista cae a un 32% y los NI crecen a un 17,17%.
La investigación de IVAD refleja el
hablar de la calle, el sentir en los mercados y hospitales, los coloquios entre
amigos y de las expresiones que cada vez se repiten más en lugares bajo
intimidación oficialista: El duelo por Chávez concluyó. Maduro no dio la talla
como líder sustituto. La gestión gubernamental es reprobada por tirios y
troyanos. Sobre la situación del país priva una percepción de muy mala a
pésima.
Todas las condiciones son altamente
favorables para afirmar en la opinión de la sociedad, en las iniciativas
políticas y en futuras inclinaciones de voto un consenso decidido a parar el
deterioro del país y tomar otro rumbo. Pero el hacia donde ir, no parece que esté
aún muy claro y la respuesta de la desesperación luce inválida: hacia donde
quiera que sea que no sea esto.
Fuerza hay. El liderazgo de
oposición expresado a través de Henrique Capriles, Leopoldo López y Henry
Falcón está colocado por encima de Maduro. Los partidos están iniciando un
interesante retorno a las comunidades. Las organizaciones civiles siguen su
labor. Aparecen iniciativas de activismo democrático como el Congreso de
Ciudadanos y Ciudadanos por la Unidad. La vieja polarización está cediendo ante
nuevos encuentros entre quienes se dividían por motivos ideológicos. La
protesta pacífica se extiende y elude falsas insurgencias.
Sin embargo, algo está fallando en
la oposición. No hay espacio para abordar aquí alguna reflexión. Pero, el
íntimo optimismo de la voluntad apuesta a que ella aparecerá dentro del ciclo
de renovación que está comenzando.
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
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