Fantasía y tecnología parecieran ser las dos
caras de una misma moneda, hay un viejo dicho anglosajón que dice “Lo que el
hombre imagina lo puede lograr”, no hay límites para la imaginación y pareciera
que siempre detrás, lentamente, la tecnología fue concretando sueños, en
artefactos… hasta que a mediados del
siglo XX y principios del XXI, la tecnología pareciera haber tomado la
iniciativa y, en una onda expansiva, rebasó la imaginación humana.
Tanto la fantasía como la tecnología tienen
sus detractores. Espinoza advertía que la imaginación sin control era raíz del
miedo y del error, enemiga de la razón, la tecnología sin contrapesos resultaba
en creaciones dañinas; el sociólogo Jaques Ellul decía: “Cuanto más se
desarrolla el aparato que nos permite escapar a la necesidad natural, más nos
apremia con necesidades artificiales”.
Tomemos el ejemplo del celular, ese teléfono
portátil, pequeño y bonito, que ya ha dejado atrás su papel de simple teléfono
para convertirse en una estación de trabajo y entretenimiento portátil, es
nuestro acceso a las redes sociales e internet, instrumento de posicionamiento
satelital, cámara, receptor de radio y TV, generador de mapas y otras muchas
prestaciones que ya lo hacen una parte de nuestra… digamos, ¿personalidad?, al
punto que hay disfunciones y enfermedades atribuidas a su uso.
Pues el celular le ha cambiado la vida a todo
el mundo y, en especial, al venezolano, una mal sana configuración mental hacia
el celular lo convirtió en objeto de estatus, muy pronto el aparatico se
transformó en botín deseado por dueños de lo ajeno, se abrió un mercado negro
para ellos, en el que talleres clandestinos los desbloquean, cambian las
configuraciones y códigos de seguridad y los dejan como nuevos para revenderlos
en otros países; por ellos, mucha gente ha estado expuesta al peligro y algunos
han sido víctimas fatales del crimen.
Y no sólo los roban, hay personas e
instituciones expertas en interceptarlos y escuchar nuestras conversaciones,
leer nuestros mensajes, haciéndose pasar
por nosotros, y acceder a nuestra información financiera, familiar, íntima…con
la incorporación de cámaras abunda la pornografía casera en las redes, de gente
que cree que esas fotos y videos estaban seguros en sus celulares; el periodismo
y la información han cambiado de manera radical, ahora las cosas pasan, la
gente graba los acontecimientos y, al segundo, ya están dispersos en listados
enormes de usuarios y contactos que, a su vez, los replican.
Desde las cárceles venezolanas se organiza
golpes y bandas criminales por medio de celulares, extorsionan, persiguen, y
acosan a la gente indefensa; las tarjetas de teléfonos prepago se han
convertido, en algunos círculos, en moneda de curso legal; los guerrilleros y
terroristas usan teléfonos como detonadores de bombas; aún apagados, los
celulares pueden escuchar lo que digo sin percatarme de que me espían. Ya se
está hablando y hay prototipos de celulares que se implantan en el cuerpo, de
un adminiculo que nos convertiría en cyborgs, podríamos activar ese caudal de
información y comunicaciones con un solo pestañeo del ojo.
De esto es de lo que hablaba Issac Asimov, el
Gran Maestro de las ciencias y la ciencia ficción, la tecnología tiene
consecuencias, y es mucho mejor preverlas a que nos tomen por sorpresa; la
literatura de fantasía y ciencia ficción, de alguna manera, nos lo advirtieron.
Heidegger, el filósofo de la gran metafísica,
le atribuye al pensamiento técnico una característica provocante, se trata de
un pensar representativo que pone a la naturaleza como almacén de materias
primas necesarias para la producción continua e ilimitada (incluyendo al mismo
hombre), negándole la posibilidad a cualquier otro pensamiento, incluso aquel
que descubre el habitáculo del Ser, ese “estar-en-el-mundo” que es el seguro
que tenemos los humanos para no dejarnos arrebatar por la técnica
autodestructiva, es la técnica que se
impone y dispone de toda la cultura de nuestra época, y hace girar todo en
torno al dispositivo.
Era a lo que se refería el gran literato
romano Ovidio, en la historia de Dédalos, quien diseñó el famoso laberinto de
Creta en que se mantenía prisionero el detestable Minotauro, la leyenda nos
dice que fue Dédalos quien instruyó a la bella Ariadna sobre la única manera
posible de entrar y salir del laberinto para rescatar a su amado Teseo (que fue
dejando un hilo por todo el camino para poder regresar y salir). El rey Minos pensó que, necesariamente,
Dédalos estaba involucrado en el escape, de modo que lo mandó a apresar junto a
su hijo, el joven Ícaro, y los encerró en el laberinto, pues estaba seguro de
que, sin una pista, ni el mismo constructor podría salir de su propia obra.
Pero Dédalos sabía que ni por tierra ni por
mar el escape era posible, pero por el aire sí, de modo que construyó unas alas
y usó cera para pegarlas a sus cuerpos, explicó a su hijo que era vital no
remontarse en un vuelo muy alto, pues el sol podría derretir el frágil
pegamento. Palabras inútiles, emocionado
por el vuelo, eufórico por el sentimiento de libertad, el joven Ícaro dejó la
seguridad de volar a ras del océano y subió a las alturas, donde el sol
derritió la cera y las alas se desprendieron, el muchacho cayó al mar y
desapareció; Dédalos logró llegar a Sicilia donde lloró la muerte de su hijo.
No hay mejor moraleja para la tecnología,
“cuidado con lo que deseas, pues puede convertirse en realidad”… es así como
vemos que, desde la fantasía, se disparan dardos que nos abren mundos que
parecen imposibles y que al poco tiempo se convierten en realidad. Sucedió para
el Departamento de Defensa de los Estados Unidos cuando, con gran preocupación,
se enteró de la publicación de la historia The Zap Gun, del joven escritor Phil
K. Dick (1965), pues creía que documentos secretos, sobre las primeras
investigaciones sobre rayos laser, se habían filtrado; Dick era, para el FBI,
un comunista peligroso y drogadicto,
miembro de una conspiración para debilitar el poderío militar de la
nación; para algunos amigos cercanos al
escritor, estas investigaciones en su contra alimentaron la paranoia del autor,
quien se creyó atrapado en una realidad virtual montada por las grandes
corporaciones y el gobierno.
Otra novela de ciencia ficción, Tropas del
Espacio, es una de las poquísimas novelas de ciencia ficción de lectura obligada
en las academias militares norteamericanas, y es que su autor, Robert A.
Heinlein, introdujo, en 1959, fecha en que fue publicada esta obra, unos
cuantos adelantos técnicos y de estrategia que hoy están en uso por las fuerzas
de infantería en diversos escenarios, incluyendo los visores termales, los de
visión nocturna y los mapas digitales de terreno, señalando el camino para el
desarrollo de la armadura (exoesqueleto) de la que hoy empiezan a disponer las
tropas de asalto, desarrolló algunos principios generales para el uso de armas
tácticas nucleares y el uso de “cápsulas” individuales para insertar tropas por
aire en ambientes extremadamente hostiles.
Y como estos ejemplos, muchos otros; pero
algo empezó a suceder, a mediados de los años 80 del siglo pasado, cuando los
desarrollos científicos se fueron desprendiendo poco a poco de la imaginación
humana, los grandes centros de investigación científica fueron apoyándose en
las rutas que marcaban los algoritmos y las posibilidades estadísticas, las maquinas,
cada vez más inteligentes, empezaron a estructurar los adelantos y el
desarrollo de productos a cuenta de probabilidades y tendencias, en conjeturas
matemáticas que le permiten hoy, por ejemplo, a los astrofísicos y físicos de
partículas, plantearse escenarios que ni siquiera existen, cuerpos estelares,
fenómenos cósmicos, fuerzas que nadie ha visto, y que sólo son posibles en los
enormes cálculos de cerebros electrónicos, partículas como el bosson de Higgs,
en el mundo cuántico, que son elucubraciones matemáticas y que todavía no se
sabe si son reales.
Hoy por hoy, las nuevas hojillas de afeitar,
los últimos modelos de zapatos deportivos, los autos más vistosos, las cosas de
las que se compone nuestro mundo, se alejan cada vez más de la imaginación humana
y se integran en una tableta de diseño controlada por máquinas, que van
quitando o agregando atributos de acuerdo a una fórmula y a cálculos, es la
singularidad tecnológica pregonada por tantos escritores y científicos, pero
recargada… Ícaro fue sólo un “daño colateral” de aquella época, cuando la
tecnología dependía de la fantasía humana. –
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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