jueves, 11 de septiembre de 2014

SAÚL GODOY GÓMEZ, EL VUELO DE ÍCARO,

Fantasía y tecnología parecieran ser las dos caras de una misma moneda, hay un viejo dicho anglosajón que dice “Lo que el hombre imagina lo puede lograr”, no hay límites para la imaginación y pareciera que siempre detrás, lentamente, la tecnología fue concretando sueños, en artefactos…  hasta que a mediados del siglo XX y principios del XXI, la tecnología pareciera haber tomado la iniciativa y, en una onda expansiva, rebasó la imaginación humana.

Tanto la fantasía como la tecnología tienen sus detractores. Espinoza advertía que la imaginación sin control era raíz del miedo y del error, enemiga de la razón, la tecnología sin contrapesos resultaba en creaciones dañinas; el sociólogo Jaques Ellul decía: “Cuanto más se desarrolla el aparato que nos permite escapar a la necesidad natural, más nos apremia con necesidades artificiales”.
Tomemos el ejemplo del celular, ese teléfono portátil, pequeño y bonito, que ya ha dejado atrás su papel de simple teléfono para convertirse en una estación de trabajo y entretenimiento portátil, es nuestro acceso a las redes sociales e internet, instrumento de posicionamiento satelital, cámara, receptor de radio y TV, generador de mapas y otras muchas prestaciones que ya lo hacen una parte de nuestra… digamos, ¿personalidad?, al punto que hay disfunciones y enfermedades atribuidas a su uso.
Pues el celular le ha cambiado la vida a todo el mundo y, en especial, al venezolano, una mal sana configuración mental hacia el celular lo convirtió en objeto de estatus, muy pronto el aparatico se transformó en botín deseado por dueños de lo ajeno, se abrió un mercado negro para ellos, en el que talleres clandestinos los desbloquean, cambian las configuraciones y códigos de seguridad y los dejan como nuevos para revenderlos en otros países; por ellos, mucha gente ha estado expuesta al peligro y algunos han sido víctimas fatales del crimen.
Y no sólo los roban, hay personas e instituciones expertas en interceptarlos y escuchar nuestras conversaciones, leer nuestros mensajes, haciéndose  pasar por nosotros, y acceder a nuestra información financiera, familiar, íntima…con la incorporación de cámaras abunda la pornografía casera en las redes, de gente que cree que esas fotos y videos estaban seguros en sus celulares; el periodismo y la información han cambiado de manera radical, ahora las cosas pasan, la gente graba los acontecimientos y, al segundo, ya están dispersos en listados enormes de usuarios y contactos que, a su vez, los replican.
Desde las cárceles venezolanas se organiza golpes y bandas criminales por medio de celulares, extorsionan, persiguen, y acosan a la gente indefensa; las tarjetas de teléfonos prepago se han convertido, en algunos círculos, en moneda de curso legal; los guerrilleros y terroristas usan teléfonos como detonadores de bombas; aún apagados, los celulares pueden escuchar lo que digo sin percatarme de que me espían. Ya se está hablando y hay prototipos de celulares que se implantan en el cuerpo, de un adminiculo que nos convertiría en cyborgs, podríamos activar ese caudal de información y comunicaciones con un solo pestañeo del ojo.
De esto es de lo que hablaba Issac Asimov, el Gran Maestro de las ciencias y la ciencia ficción, la tecnología tiene consecuencias, y es mucho mejor preverlas a que nos tomen por sorpresa; la literatura de fantasía y ciencia ficción, de alguna manera, nos lo advirtieron.
Heidegger, el filósofo de la gran metafísica, le atribuye al pensamiento técnico una característica provocante, se trata de un pensar representativo que pone a la naturaleza como almacén de materias primas necesarias para la producción continua e ilimitada (incluyendo al mismo hombre), negándole la posibilidad a cualquier otro pensamiento, incluso aquel que descubre el habitáculo del Ser, ese “estar-en-el-mundo” que es el seguro que tenemos los humanos para no dejarnos arrebatar por la técnica autodestructiva, es la técnica  que se impone y dispone de toda la cultura de nuestra época, y hace girar todo en torno al dispositivo.
Era a lo que se refería el gran literato romano Ovidio, en la historia de Dédalos, quien diseñó el famoso laberinto de Creta en que se mantenía prisionero el detestable Minotauro, la leyenda nos dice que fue Dédalos quien instruyó a la bella Ariadna sobre la única manera posible de entrar y salir del laberinto para rescatar a su amado Teseo (que fue dejando un hilo por todo el camino para poder regresar y salir).  El rey Minos pensó que, necesariamente, Dédalos estaba involucrado en el escape, de modo que lo mandó a apresar junto a su hijo, el joven Ícaro, y los encerró en el laberinto, pues estaba seguro de que, sin una pista, ni el mismo constructor podría salir de su propia obra.
Pero Dédalos sabía que ni por tierra ni por mar el escape era posible, pero por el aire sí, de modo que construyó unas alas y usó cera para pegarlas a sus cuerpos, explicó a su hijo que era vital no remontarse en un vuelo muy alto, pues el sol podría derretir el frágil pegamento.  Palabras inútiles, emocionado por el vuelo, eufórico por el sentimiento de libertad, el joven Ícaro dejó la seguridad de volar a ras del océano y subió a las alturas, donde el sol derritió la cera y las alas se desprendieron, el muchacho cayó al mar y desapareció; Dédalos logró llegar a Sicilia donde lloró la muerte de su hijo.
No hay mejor moraleja para la tecnología, “cuidado con lo que deseas, pues puede convertirse en realidad”… es así como vemos que, desde la fantasía, se disparan dardos que nos abren mundos que parecen imposibles y que al poco tiempo se convierten en realidad. Sucedió para el Departamento de Defensa de los Estados Unidos cuando, con gran preocupación, se enteró de la publicación de la historia The Zap Gun, del joven escritor Phil K. Dick (1965), pues creía que documentos secretos, sobre las primeras investigaciones sobre rayos laser, se habían filtrado; Dick era, para el FBI, un comunista peligroso y drogadicto,  miembro de una conspiración para debilitar el poderío militar de la nación;  para algunos amigos cercanos al escritor, estas investigaciones en su contra alimentaron la paranoia del autor, quien se creyó atrapado en una realidad virtual montada por las grandes corporaciones y el gobierno.
Otra novela de ciencia ficción, Tropas del Espacio, es una de las poquísimas novelas de ciencia ficción de lectura obligada en las academias militares norteamericanas, y es que su autor, Robert A. Heinlein, introdujo, en 1959, fecha en que fue publicada esta obra, unos cuantos adelantos técnicos y de estrategia que hoy están en uso por las fuerzas de infantería en diversos escenarios, incluyendo los visores termales, los de visión nocturna y los mapas digitales de terreno, señalando el camino para el desarrollo de la armadura (exoesqueleto) de la que hoy empiezan a disponer las tropas de asalto, desarrolló algunos principios generales para el uso de armas tácticas nucleares y el uso de “cápsulas” individuales para insertar tropas por aire en ambientes extremadamente hostiles.
Y como estos ejemplos, muchos otros; pero algo empezó a suceder, a mediados de los años 80 del siglo pasado, cuando los desarrollos científicos se fueron desprendiendo poco a poco de la imaginación humana, los grandes centros de investigación científica fueron apoyándose en las rutas que marcaban los algoritmos y las posibilidades estadísticas, las maquinas, cada vez más inteligentes, empezaron a estructurar los adelantos y el desarrollo de productos a cuenta de probabilidades y tendencias, en conjeturas matemáticas que le permiten hoy, por ejemplo, a los astrofísicos y físicos de partículas, plantearse escenarios que ni siquiera existen, cuerpos estelares, fenómenos cósmicos, fuerzas que nadie ha visto, y que sólo son posibles en los enormes cálculos de cerebros electrónicos, partículas como el bosson de Higgs, en el mundo cuántico, que son elucubraciones matemáticas y que todavía no se sabe si son reales.
Hoy por hoy, las nuevas hojillas de afeitar, los últimos modelos de zapatos deportivos, los autos más vistosos, las cosas de las que se compone nuestro mundo, se alejan cada vez más de la imaginación humana y se integran en una tableta de diseño controlada por máquinas, que van quitando o agregando atributos de acuerdo a una fórmula y a cálculos, es la singularidad tecnológica pregonada por tantos escritores y científicos, pero recargada… Ícaro fue sólo un “daño colateral” de aquella época, cuando la tecnología dependía de la fantasía humana. –
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul

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