Si un pastor falla hay que separarlo de los otros pastores, pero ¡hay si las ovejas comienzan a desconfiar de los pastores! Umberto Eco
Es un
principio ético que, sembrado
en el alma de
las personas, crea libre
espontaneidad, comprensión y un
profundo respeto; mueve,
desinteresadamente, a servir a
los fines del bien común
en toda sociedad
porque produce frutos
maravillosos de entrega para la
ayuda mutua: “una
de las formas -como
lo afirma Jaspers- en
que se realiza
la historicidad de la existencia.” Ya
Unamuno había empleado la expresión : ”la lealtad
por la lealtad
misma,” definiéndola como “la
voluntad de creer en algo
eterno; de expresar tal creencia
en la vida práctica
de un ser humano.” Es pues,
la lealtad, un sentimiento
que llama a guardar
fidelidad a una fe, a
unos valores encarnados
en seres que han
elevado en el orden ético y moral
su personalidad, imprimiéndole a
su propia vida el
sello de su radical
unidad ontológica. La
lealtad, obliga a
guardar fidelidad a
esas instituciones en las que la
vida de la razón y de la libertad domina
a los
sentidos y las pasiones.
La
lealtad, por ser
un valor trascendente,
prepara el corazón de los
hombres para la
sinceridad y la
rectitud; para comprender
la importancia de reconocer
y
asumir la fidelidad a
principios que se convierten en
factores de unión y de fraternidad.
Por lo tanto, sembrarla en
el corazón del
pueblo es un
imperativo nacional que
lleva a colocar
los dones intelectuales, espirituales
y materiales, al servicio de
las exigencias que
aquel reclama. La lealtad
es, por lo demás, una suerte de defensa
o amparo para proteger el cuerpo moral de la República. Su
presencia es como
un fierabrás para curar
ese mal de pugnas, intrigas,
rivalidades y celos
del que se resienten, en
todo el organismo social,
los grupos humanos. Un
recurso, un auxilio -que
gracias a su carga espiritual- ayuda
en los conflictos
a una “sana
digestión histórica” que
pueda evitar cualquier
intoxicación del alma nacional.
La
lealtad es una
aspiración a mas-ser;
una potencia progresiva,
un factor de fraternidad que
confina la falsía, la perfidia
y la indignidad, que también
enlaza y junta voluntades nobles, recurriendo al instinto de emulación entre sociedades de personas, tratando así de obtener un
ambiente de comprensión, de cordura y
de unión, para lograr alcanzar
el mayor grado
de comunión existencial. Por otra parte, la lealtad aporta solidez
a la democracia, particularmente a la democracia
social que, como dice Burdeau:
“mira a un dominio de la sociedad
entera, controlando cada una de las relaciones, cada
uno de los
actos que forman
la vida colectiva.” Y como
aspiración que es
a mas-ser, mueve
grandes cosas: por
una parte, en
el plano personal
y en la relación
del tu y
del yo, recreando
la filosofía de
la segunda persona,
para estrechar los deberes de
los unos para con
los otros, porque, además, sin
lealtad no hay
verdadera amistad; por la
otra, en
el plano político de
la relación
polis-gobernantes, cuya filosofía exige
a estos ejemplaridad y grados
superiores de existencia y de conducta; autenticidad,
para despertar en los
gobernados interés, apoyo,
seguimiento e imitación. Ello para
que las masas,
con el ejemplo
que puedan dar
los gobernantes, comprueben
que el comportamiento cívico
honesto, las formas
elevadas de vida y la hombría,
- entendida como placer por
las cosas superiores-
proporcionan bienestar, porque
ayudan a elevar
la conciencia, la
inteligencia y el gusto por
el bien, la verdad y la belleza,
y hacen posible que la masa
deje de ser masa para
llegar ser pueblo.
La
lealtad, por lo demás, constituye
uno de los
valores éticos que
debería formar parte de la
escala jerárquica de
todo buen político,
porque cuando el
político carece de ella,
revela, en el fondo
de su personalidad, que
no apacienta en
su ánimo ni
ideales, ni principios y
menos aún la firme
vocación por la sana convivencia
pública y la solidaridad. En
la práctica, este
valor fundamental para la buena marcha de una sociedad democrática,
poca resonancia ha tenido entre
nosotros. Mal, y muy mal
suele andar toda
sociedad que no
manifieste interés alguno
por abonar su
solar con este
humus salutífero que
hace brotar la fidelidad
a una idea, a un pensamiento del
que todo ser humano se vale
para salir de sí
mismo y participar, lealmente,
de algo que está más allá de él y que es a la vez la fuerza que
inspira y crea un
modelo de vida y un sistema ético particular
en una nación.
La carcoma
que ha horadado
las bases de nuestro
sistema “democrático” ha sido, entre
otros, la falta
de lealtad que
tuvieron buena parte
de los civiles
que tomaron el poder
a partir de 1974.
Entonces se ofrecieron
cualquier cantidad de
recursos para llenar
lo que llamaron:
“el vacío social
y económico y la crisis educativa que
dejó la dictadura.” Sólo
lograron cumplir a
medias. Tanto fue así,
que muchos de los planes
que, galoparon por
esas cabezas, poco a
poco cayeron en el olvido. Fueron planes ofrecidos, sobre todo, para
superar la indigencia
material y cultural
de los sectores marginales
de la Venezuela
pobre, y que dieron a
luz, con fogoso entusiasmo
en las plazas
públicas al calor
de multitudinarias concentraciones populares. Lamentablemente,
el viento se los fue llevando como
el humo de
las quemas y,
Venezuela , comenzó a
vivir en un “Campamento” que tan bien describió Cabrujas
en su brillante ensayo.
Valga decir , holgando
sin encontrar en
la marcha del
tiempo un progreso
de unificación; un crecimiento
de la vitalidad
nacional. Fue imposible,
por ejemplo, que el
vellocino petrolero dejara de ser
el mayor proveedor del
presupuesto, él restó
al campo el laborioso músculo del labriego y
feracidad a la tierra; igualmente crecimiento y
tenacidad a la
industria. Hoy, deberíamos
estar exhibiendo un
sostenido y vigoroso desarrollo, una
política realista, es decir, de realizaciones, la
que invita a transformar la realidad
según un plan de ascensión sobre
nuestro horizonte histórico. Esta
suerte de Estado
saudita, como se lo llamó, “cocainizado” con
la riqueza adventicia
provocó en el venezolano mucha deslealtad con el
país pues al
no sentirse aguijoneado
por el acicate
de la necesidad,
se frivolisó negándose
a asilarse en
lo que llamó
Platón la “plenoxia,” esto es,
a vivir en acrecentamiento, en
expansión permanente, tanto como
personas así como
sociedad, porque todo
individuo y todo pueblo llevan, en potencia,
inoculado en su
ser el bacilo de
la energía, de la
creación, esa gran
fuente de vida de la
que nos dotó
el Senor: co-creadores, a
su imagen y
semejanza. Se trata del “L’ élan vital”
de Bergson, que incita
a la expansión, al
crecimiento, al desarrollo de
un amplio espacio
de cultura; a buscar en las
profundidades del ser para extraer
aquellas porciones de vida
que se encuentran todavía, misteriosamente veladas en
el espíritu.
“ La democracia,
siendo una filosofía -como la
define Burdeau- una manera de vivir, una
religión y casi
accesoriamente una forma
de gobierno,” demanda
la presencia de seres
cultos, virtuosos y preparados.
De una
minoría sobresaliente que es,
por cierto, de lo que ha carecido
la “democracia” venezolana en estos tiempos recientes, que no ha pasado de ser más que una
oclocracia (Diccionario de
la Real Academia:
“gobierno abusivo de la plebe”)
donde lo selecto, lo docto, lo instruido ha
estado ausente. El gobierno, buena ha
estado signado por
la bastardía de lo
inculto, lo ordinario
y lo soez; por el
torrente crematístico de la corrupción, por
el pillaje y la malversación, para
lo que no han
valido los principios
de la moralidad
y el decoro.
(No quiero negar
que individualmente -persona
por persona- no
haya habido hombres de
elevada formación y cultura
y de comprobada probidad
y honradez, la
carencia ha sido un de equipo
humano poco recto y virtuoso;
de incompetentes para acometer un
proceso histórico-político de unidad
nacional) En una palabra, lo que
Venezuela, en realidad, no ha
tenido es una dirigencia culta y preclara,
suficiente en número y
calidad; a lo mejor porque tuvo, en su alumbramiento, lo que Ortega
diagnosticó para España “una
embriogenia defectuosa.”
Lo que se osa
llamar “democracia,” cuenta
entre sus líderes
con una media intelectual que llega
apenas a la de un ser ignorante. Además, es
un sistema maleado en su
base que lo
único que puede salir
de él es un
oscurecimiento completo de la conciencia del país, motivado
por una política de disolución
nacional que ha provocado este estado de
descomposición en que vivimos.
Una quiebra continuada
de los valores, pervirtió nuestra
“democracia” y de
esa quiebra ha quedado
una especie de conchabanza oclocrática prestada
para cometer desafueros, como
la insólita y vergonzosa
exculpación y condonación
que se le hizo
al narco Carvajal,
por la real gana
y con la
patente mafiosa de un poder
militar que le permitió
sentirse, cínicamente, con
derecho a ocupar una dignidad que su
indignidad no merece. Este
hecho confirma que lo
que hay
en Venezuela es
un régimen trabucaire
que ha hecho
de la política un
filón tiránico misoneísta;
que ha proscrito la moral,
la ética y la hombría de
los seres honrados, para darle
cabida y presencia al poder
militar séptico; a esos
oficiales que se solazan desfilando
al sonido de una
música marcial, y que
a juicio de Albert Einstein: ”quienes
disfrutan de placer tan
primitivo, no tienen la
altura suficiente para
que se les desprecie,
un gran cerebro les
fue adjudicado por error,
les hubiera bastado, de
sobra, con la médula
espinal.”
La
concupiscencia, ese apetito
desmedido por los bienes materiales que
en Venezuela germinó
y proliferó gracias
al “Pactólo“ petrolero,
desmoralizó la conciencia y desató en
el país la más aberrante
corrupción, causando: desorden,
anarquía, confusión, desgobierno y lo
que es más grave todavía una
pavorosa anomia -generada
por el chavismo- que no solo ha mancillado cuantas veces le ha venido en gana la Constitución y
las leyes, sino
que con un
descaro impúdico, hollando principios
y normas jurídicos cardinales,
el Tribunal Supremo de Justicia se ha prestado, aviesamente y sin escrúpulos, para escamotear
cualquier violación a la Constitución que el Poder Ejecutivo le ordene.
En este
sálvese quien pueda en que vivimos,
queda ya poco lugar para la
risa o el llanto.
La inseguridad, la escasez, la inflación,
la crisis de alimentos, de medicinas, de luz, de gas… se ha hecho ya un hábito y un
negocio pingue para los boliburgueses. La intriga política acalla
la verdad. Parlamentarios, ministros,
militares, políticos, viven,
ávidamente agachados lamiendo el plato suculento de la corrupción. Nadie cree ya en la lealtad.
La vida espiritual está
interrumpida. La indiferencia y el miedo
han invadido las almas. Se conculcaron los valores: el honor,
la dignidad, la honradez, el patriotismo. Las
conciencias, certifican las
miasmas, pero pareciera que se sienten
bien y a gusto en ellas.
Por desaliento, temor o indolencia, todo lo oculta el silencio, cuando no la
complicidad.
El estilo
de vida se quebró en Venezuela.
El egoísmo, suplantó al
bien común. Se perdió
el amor por los fines para
esclavizarse a los medios. La vida se tornó
un laberinto tortuoso,
por la falta de
solidaridad, de amistad y de amor. Un
ríspido relativismo convirtió
a la política en un
negocio, que ha sido el lastre
fatal que ha impedido que se construya un
proyecto de vida que inserte a Venezuela en la historia. Se
perdió el perfil y el tono de la República,
por la ausencia en el alma nacional
de trémolo metafísico, ese “nous”
que hace posible, en toda sociedad, una ofensiva victoriosa contra
las tinieblas porque acopla a
las personas a las exigencias
intelectuales y aptitudinales de su tiempo; a las normas permanentes de
existencia civil y al rumbo que todo
pueblo debe tanto atender y velar.
“Lo que reconcilia nuestra
libertad con el orden -como dice Octavio
Paz- la palabra con el acto y ambas con
una evidencia que ya no será
sobrenatural sino humana: la de nuestros semejantes.”
Ante todo,
lo que salta
vigoroso y visiblemente a
la vista es
que estamos en un
país desmoralizado y desorganizado de punta a punta. Que no
hay guías que señalen caminos ni que den
buen ejemplo. “Oves non habetes pastorem.” La
mentalidad paleta de
nuestros dirigentes no
difiere en gran cosa
de la baja cultura y educación de
la masa. Por esto,
todo lo que a la masa seduce e impresiona de aquellos,
palpita en la sensibilidad de
ella. ¡Por esto,
entre nosotros, los mediocres
mandan!
Aquellos que pretendieron ser pastores,
perdieron el camino al trocar
el callado por la alforja de la sinecura y la prevaricación; por la chistera del mago, para
lucir los conejos disfrazados con sus desvergonzadas mentira;
esas, con las cuales adulan
a las masas,
enardecen sus pasiones y fomentan sus vicios para
conseguir el voto,
que es su trampolín
para saltar al poder. Y sobre todo,
mantenerlo indefinidamente, por la ya conocida y grotesca
manipulación de artilugios
fulleros en manos
de traficantes del desenfreno y
la holganza, para hacer de la “ democracia” una
ironía. Escribas y jactanciosos fariseos,
que en vez de decir
lo que piensan, fingen pensar
lo que dicen para
inmolar con la farsa, el
disimulo, el engaño y la trampa
-símbolos patognomónicos de
toda oclocracia- la conciencia republicana.
Pedro Raul Villasmil Soules
prvillasmils@hotmail.com
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