viernes, 26 de septiembre de 2014

ODOARDO LEÓN-PONTE, PETRÓLEO, PETRÓLEO, PETRÓLEO,

El petróleo ha sido la excusa, el culpable y el objetivo político de todas las acciones de los partidos políticos y sus gobiernos en nuestro devenir de los últimos cien años. Zumaque nos convirtió en el país que pudimos ser, cuando los ojos del mundo desarrollado convergieron en nuestro pobre y aislado país y por su intermedio iniciamos nuestra incorporación a la modernidad. 

Los miembros de los de países desarrollados vinieron a incorporar sus modos de vida desconocidos para nuestras grandes mayorías, pero que, en vez de convertirse en el objetivo a lograr se convirtió en objeto de envidia para los que no estaban dentro del sector. 

Se veían las condiciones del mundo desarrollado que traían las petroleras como pecado y no como lo que debía ser nuestra aspiración a un mejor modo de vida y nuevas maneras a emular. No queríamos entender que quienes venían de ese mundo desarrollado no podían vivir en las condiciones las depauperadas comunidades que eran, entre otras, Lagunillas y la Costa Oriental del Lago: caseríos de ranchos.

Comenzó la pugna. En vez de tener a las petroleras como un ejemplo de lo que deberíamos ser, se las identificó, equivocadamente, como enemigo y se las usó como pivote para lograr figuración y proselitismo político: se las identificó como adversario político y no como la institución gracias a la cual habíamos comenzado a salir del oscurantismo. Lógico. Teniendo ellas una capacidad que las hacía indispensables y siendo nosotros un país recién “civilizado”, existían actitudes y prácticas que dejaban qué desear y que se debían también a nuestra incapacidad para controlarlas. 

A esto último comenzó a dedicarse el gobierno como parte de la modernización del país. Pero antes que optar por una actitud de respeto mutuo, comenzó el gobierno a  responsabilizar a las empresas por los males del país, resultado de nuestras acciones y debidas a las circunstancias de un mundo que no podíamos controlar y que nos afectaba y no nos permitía hacer lo que nuestros gobernantes querían pero estaban incapacitados para lograr.

Como era obligatorio a la luz de esa mentalidad, comenzó la creación de los procedimientos para el manejo de la relación y su limitación por la ideología política de moda, más la incapacidad de tomar las decisiones que más convenían y que nos hubieran llevado a convertirnos en un estado petrolero en constante superación si nos asociábamos a las petroleras, resultó en acciones para limitar el desarrollo y crecimiento de la actividad basándonos en la necesidad de “dominar” el petróleo, condenándolo a su reducción y deterioro y a la estatización. 

Sabemos lo que le costó a Pdvsa Siglo XX restituir a la industria a sus antiguos niveles, producto de esa insistencia en “dominar”, para caer de nuevo en el uso de la inversión privada como tabla de salvación, a pesar de que a través del tiempo las habíamos calificado de sustituibles e indeseables. Sin embargo, fue un paso al frente, un “vuelvan caras” que produjo un viraje positivo aunque breve.

El daño causado al manejar el petróleo como arma política y no de Desarrollo Humano y, consecuentemente, sin beneficio continuado y creciente para la gente, unido a la realidad circunstancial de altos precios petroleros que nos ilusionaron como si fuera seguro de vida para una supuesta riqueza indefinida en el tiempo que permitiría la creación de un hombre nuevo, nos han retrotraído a la depauperada calidad de vida de las etapas superadas de Lagunillas y la Costa Oriental del Lago. 

Esta nueva realidad, retorcida por la exacerbación del enfoque político “nacionalista” que ha sido subyacente, disimuladamente nos ha guiado en el tiempo hacia la tormenta perfecta y permanente, que ahora se convierte en tragedia nacional de inflación, escasez, inseguridad, ínfima calidad de vida, deterioro del país e hipoteca del futuro que será muy difícil remediar. Ahora somos lo que nunca fuimos: emigrantes. Las perspectivas: insoportables.

Odoardo León-Ponte
odoardolp@gmail.com 
@oleopon

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