Si
comparamos los ofrecimientos y las realidades, nuestros gobiernos han sido
inconsistentes. Los ofrecimientos han sido como para que fuéramos los reyes del
mundo moderno. La realidad en el tiempo es que hemos ido bajando en un tobogán
sin fin; una inconsistencia entre la oferta y los resultados. Durante los cien
años en los que hemos sido un país petrolero la oferta permanente de nuestros
gobernantes ha sido paradisíaca. Quizás pudiéramos resumir la oferta como
aquella orientada a garantizar que, con el producto de la explotación del
petróleo, nos convertiríamos en un país moderno y progresista, competitivo y a
nivel de los más avanzados del mundo. Loable e incuestionable ilusión.
En
el camino se nos fueron subiendo los humos, sobre todo al iniciar y después de
reiniciar la etapa democrática. Los únicos períodos en los que verdaderamente
dimos un salto al futuro fueron el de la salida del gomecsmo y el de la década
de Pérez Jiménez (cierto que a expensas de la democracia) y antes y después de
este último tuvimos un período gris de escaso progreso como país petrolero
debido a las ideologías políticas que tomaron arraigo en la dirigencia de los
partidos y que reinaron y fueron haciendo que el mercadeo de la acción política
las hicieran ver como las más convenientes para el país y su gente. No siendo
el nuestro un país moderno ni consolidado en sus instituciones y acciones y con
un pueblo carente de cultura y de identidad propia, nutrido de las creencias
que le había impuesto ese mercadeo de ideologías políticas, nuestros dirigentes
políticos y los intelectuales de la época, procedieron a castigar al petróleo y
todo lo relacionado con él como el gran causante de las deficiencias, tanto de
la capacidad del estado para actuar en beneficio del pueblo, como de la falta
de los ingresos necesarios para desarrollar a la gente y al país. Con ese
cuento, los dirigentes de los partidos políticos prefirieron frenar el
desarrollo petrolero y el consecuente aumento de los ingresos y el posible
consecuente desarrollo y animaron a la gente, en su ignorancia, a creer en y
defender las acciones basadas en postulados que supuestamente deberían
beneficiar al país y su gente, cuando sucedía todo lo contrario: estábamos
degollando la gallina de los huevos de oro. Las acciones de los gobernantes y
los resultados así lo confirmaban.
Antes
de la estatización del petróleo la inflación era mínima. Con la estatización se
inició la inflación desmesurada que ha fluctuado incrementalmente y ha llegado
a cifras de 100% interanual y que en camino a ese viejo objetivo, más
recientemente se ha unido a la escasez, la inseguridad y todos los horrores de
un país fuera del control del estado dentro de una política de estado que
parece responde al concepto de “laisser mourir” en referencia todo lo que
existe que sea necesario para tener una mejor calidad de vida. Dejar morir la
disponibilidad de servicios médicos, de educación, de seguridad, de
infraestructura, de derecho y defensa ciudadana, del derecho a la alimentación
y a la vida de progreso. Es decir “laisser mourir” los derechos de un pueblo a
ser poseedor, cada día, de un mayor nivel de Desarrollo Humano en beneficio de
todos y para todos.
Con
notorios paréntesis, hemos sido un país de dirigencia inconsistente con lo que
debieron ser, son y seguirán siendo los objetivos, políticas y estrategias
necesarias para convertirnos eventualmente en un país desarrollado. Se ha
preferido buscar el poder político a expensas del Desarrollo Humano de la gente
y, por ende, del país.
Odoardo
León-Ponte
odoardolp@gmail.com
@oleopon
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