Pocos acontecimientos han resultado tan
sorprendentes y conmocionales en la política latinoamericana de los días de las
guerras de fin de mundo, como el crecimiento de la candidatura de Marina Silva
en la primera vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas a celebrarse
el 5 de octubre, al colocarse a 5 puntos de la presidenta y candidata para la
reelección, Dilma Rousseff y segura ganadora con poco menos de 9 en una segunda
vuelta o balotaje que tendría lugar 26 días después.
Últimas encuestas: Elecciones Presidenciales Brasil 2014. Dilma Rousseff vs. Marina Silva
La encuesta se nutre de 2000 casos y fue realizada por IBOPE entre los pasados días 5 y 8 de septiembre.
Intención de votos para primera vuelta (5 de octubre):
- Dilma Rousseff (PT): 39%
- Marina Silva (PSB): 31%
- Aécio Neves (PSDB): 15%
- Pastor Everaldo (PSC): 1%
- Blanco/Nulo: 8%
- No sabe/No contesta: 5%
Simulación de segunda vuelta (26 de octubre):
- Marina Silva: 43%
- Dilma Rousseff: 42%
- Blanco/Nulo: 10%
- No sabe/No contesta: 5%
Intención de votos para primera vuelta (5 de octubre):
- Dilma Rousseff (PT): 39%
- Marina Silva (PSB): 31%
- Aécio Neves (PSDB): 15%
- Pastor Everaldo (PSC): 1%
- Blanco/Nulo: 8%
- No sabe/No contesta: 5%
Simulación de segunda vuelta (26 de octubre):
- Marina Silva: 43%
- Dilma Rousseff: 42%
- Blanco/Nulo: 10%
- No sabe/No contesta: 5%
Datos de numerosas encuestadoras confirmados
por las prestigiosas Ibope y Datafolha, que, sin duda, dieron comienzo al mes y
medio más amargo, cruel y sombrío de las carreras políticas de la presidenta
Rousseff y de su mentor, Lula da Silva, quienes, si es verdad que aún le quedan
días y recursos para recuperarse y ganar con un margen exiguo pero indiscutido,
no podrán evitar despertar del sueño de que merecen la confianza de mucho más
de la mitad de los electores y que, en 4 años, el líder fundador, el PT y sus
aliados podrán continuar sus pretensiones dinásticas y subimperiales.
No es poco el tiempo que se perdió en tamañas
fruslerías, en una anacronicidad que recordaba el “tiempo de los generales” y
del tristemente célebre “modelo de desarrollo”, y que, lejos de animar al
gigante a volar por el mundo, lo redujo a dar vueltas por el cielo siempre
nublado y tormentoso del hirviente y helado Cono Sur.
Ocho años que derritió Lula, y cuatro (y si
no ocho) que congeló la Rousseff aislados de los grandes retos y desiderátum
que propulsó el fin de la “Guerra Fría” y en, stricto sensu, afiliados al
trasnocho redentor de un teniente coronel venezolano, y a la atracción por dos
leyendas sobrevivientes pero activas que seguían cautivándolos: Fidel y Raúl
Castro.
Fue su adscripción a una de las peores causas
de las tantas que ha sufrido el continente, como fue convertir las costas,
selvas y cordilleras de la región en la tierra de resurrección del populismo y
el socialismo, en una en la cual, los pobres y desheredados venían a tomar la
venganza por el escarnio de la caída del Muro de Berlín y el fin del Imperio
Soviético.
No sabemos cuán profundo y consciente llegó a
ser el compromiso de Lula -y mucho menos el de Dilma- con el programa que había
nacido en latitudes brasileñas, concretamente en el Foro de Sao Paolo y que era
de inspiración castrista y de financiamiento chavista, pero que se dejaron
llevar por “los tres tristes tigres” caribeños, y aun utilizar, de eso no me cabe
la menor duda.
Lo cierto es que resultó desconcertante y
desmoralizante ver cómo en el país donde el militarismo desarrollista impuso
una dictadura que por casi dos décadas no escatimó crueldades para asesinar,
torturar y encarcelar a demócratas brasileños -y que después fue de los
primeros de la región en recuperar la democracia en 1985-, en 2006, con el
ascenso al poder del obrero metalúrgico, Luiz Inacio Lula da Silva, líder del
Partido Trabalhista Brasileiro, inició una suerte de regreso de las agujas del
reloj que año tras año fue haciéndolo más retro, autoritario y populista.
Rasgos que, muy a lo periodístico, pueden
reducirse: En la economía acento en la redistribución, el gasto, el
intervencionismo y el paternalismo. En política: sistema aparentemente plural,
porque en los hechos, el ventajismo y el clientelismo electoral buscaban
establecer la dictadura de un partido único. En lo social: conexión con los
sectores más pobres y menos pobres de la sociedad para, a través de programas
de ayuda, inscribirlos en un ejército de votantes que, en cada elección
(presidencial o legislativa, para gobernadores o alcaldes), legitimaran una y
otra vez en las urnas a estos “dadores” y “hacedores” del bien que nacieron con
ímpetu excluyente y vitalicio.
Por eso, tras de Lula, vino Dilma, tras de
Dilma, regresaría Lula y quién sabe si después de los nuevos 8 años de Lula, un
hijo de Dilma o un nieto de Lula.
Nada de extrañar, entonces, que con tales
ideas, métodos, vocaciones y caducidades, el Brasil de Lula y Dilma se
convirtiera en un apalancador, sostenedor y aliado de autoritarios menos
embozados y más cínicos como Hugo Chávez de Venezuela, Daniel Ortega de
Nicaragua, Rafael Correa de Ecuador y Evo Morales de Bolivia.
Y, desde luego, primeros en la fila de
adoradores que año tras años no se perdían la romería para presentarse en La
Habana a expresar su devoción a las momias vivientes de Fidel y Raúl Castro.
Pero, por supuesto, que hubo deslices más
hirientes e intolerables para la dignidad de Brasil, como fue creer en aquel
desvarío de Chávez que se llamó “El gasoducto del Sur” (cuando Venezuela no
tiene reservas de gas para exportar), o de Petrosudamérica, o apostar que la
pertenencia de la Venezuela de Chávez al Mercosur podía traducirse en un
beneficio para el Mercosur o Venezuela.
No era, sin embargo, lo que más podía doler a
los demócratas venezolanos, y de Cuba, Nicaragua, Ecuador y Bolívar, como fue
ver a los dos gobiernos trabalhistas haciendo causa común o callándose ante los
atropellos a los derechos humanos de la región, o involucrándose en circos sin
ninguna propiedad, identidad, ni utilidad como son la Unasur, la Celac, o la
Cumbre Unasur-África.
Pero quizá a causa de ese amor por los
autoritarios locales y regionales, le llegó a Lula y a Dilma su encanto por los
autoritarios planetarios, y así, una mañana despertaron durmiendo en la misma
cama con Putin, el presidente chino de turno, y el presidente o primer ministro
indio también de turno.
No fue, sin embargo, una decisión propia, ni
del grupo, sino el invento de un economista inglés, Jim O’Neill, presidente de
Goldman Sachs Asset Management, quien “hace más de una década detectó el
potencial de cuatro países que, para la mayoría de los inversionistas, pasaban
desapercibidos: Brasil, Rusia, India y China”.
Los llamó BRIC (Brasil, Rusia, India y China)
y por ahí le llegó a los trabalhistas la distracción y justificación que
necesitaban para aislarse de los bloques democráticos y tecnológicos
occidentales y de Asia, -concretamente de Estados Unidos, la EU, y Japón-, y
pasar a hacer parte de un grupo de países de antecedentes dudosos (menos
India), ya que Rusia y China no niegan sus apetitos imperiales.
Malos socios económicos y peores aliados
políticos, puesto que, del lado chino, Brasil se “unió” a un competidor en los
mercados de manufacturas, y del ruso, a otro en la exportación de materias
primas.
Que al final, es el destino inescapable de
todos los populistas antiimperialistas, como lo revela la crisis en que se
hundió Brasil a medida que se desaceleraron las economías de China e India, y
“el gigante” terminó pasándole lo que le sucedió a la Venezuela chavista con su
petróleo: cae la demanda internacional, se desploma el país.
El Brasil de hoy hace unos días entró en
recesión, la inflación ya casi desborda el 6 por ciento, “y el capital
extranjero ya no cubre el déficit exterior, que supera los 80 mil millones de
dólares (contra 60 y pico mil millones de inversión foránea). Lo último
significa que Brasil tendrá que endeudarse aun más o gastar reservas. Aunque
tiene todavía muchas reservas, esa dinámica es propia de una economía en
crisis, no de una economía “estrella”, como quería Dilma, una de las líderes
más empeñosas de los Brics”. (Álvaro Vargas Llosa dixit.)
En otras palabras: que hay desencanto en
Brasil, y las consignas “cambio de modelo” y “cambio de gobierno” se oyen desde
los barrios exclusivos de Leblon y Vila Nova a las favelas de Rocinha y Vila
Canoas, desde el norte, el centro y el sur, y por una jugarreta del destino, o
de lo que llaman los ingleses “justicia poética”, no lo está encarnando un
candidato blanco y de centroderecha, del partido de la Social Democracia
Brasileña de Fernando Henrique Cardozo, Aecio Neves, sino negra y del Partido
Socialista Brasileño, Marina Silva.
Que Marina Silva sea negra y socialista (aún
más: que haya sido dirigente del PT y ministra del primer período de gobierno
de Lula) tiene un enorme significado simbólico en un país donde urge romper el
mito de la integridad, armonía y distensión racial que fundó a comienzos de los
30 el sociólogo. Gilberto Freyre, en su clásico “Casa Grande y Senzala”.
Y que ha sido debatido con ardor y profusión
por académicos contestatarios de Brasil como José Jorge Carvalho (“As propostas
de cotas para negros en Brasil o racismo académico”) e Isabel Manuela Estrada
(“Las cuotas raciales en el discurso mediático y académico brasileño”), y de
otros investigadores que sería copioso citar, y que, sin duda, subyace como
fundamento último de un fenómeno electoral que tan cabalmente representa una mujer
de color de la Amazonía (Río Branco, Estado de Acre), criada en una aldea de
seringueiros, que ha sido cauchera, ha padecido brotes de malaria, hepatitis y
lesmaniasis, y que si no puede ganar ( ya la maquinaria electoral del PT ha
lanzado cientos de miles de millones de reais a la calle tras la caza de votos
clientelares, y en consecuencia Dilma revela una recuperación en las encuestas)
destruyó el mito de la invencibilidad del caudillo Lula y el PT y que su
vigencia será tan breve y atacada como un próximo gobierno de su favorita Dilma
Rousseff.
¡Louvado seja Deus!
Manuel
Malaver
manuhalm912@cantv.net
@MMalaverM
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