Aparte
de ser un pésimo lector de la crisis -un analfabeta funcional, para precisar-
Maduro también revela que es incapaz de mantener sus viejos aliados mientras se
atrae otros nuevos, y que nadie, como él, para no alejarse del centro de un
huracán que hunde sus índices de aprobación a menos de 20 puntos.
Es
otro ejemplo histórico de inmolación política, de abulia y suicidio, como si
presintiera que la única forma de transcender y ser recordado es por esos
minutos finales que a lo mejor le inspiran algo.
En
tales circunstancias puede suceder lo impensable, es el “sacudón” más dramático
de la vida humana y quién sabe si surge el chispazo que permita decir lo
inesperado.
Un
gesto, una frase, quizá una imagen, que por lo menos insinúe que ahí, en la
presidencia estuvo un señor cuya única preocupación fue no hacer nada.
Creo
que su última aparición ante el país y ante los medios, la del martes pasado,
estuvo inscrita en esa modorra, pues, según transcurría, resultaba increíble
que al 90 por ciento de los que asistieron, dirigentes de su partido y
ministros de su gobierno, les machacara -en alta e inteligible voz- que si
había una crisis, él no la había notado y mejor era que cambiaran de cassette y
comenzaran a repetir que vivíamos en el mejor de los mundos posibles.
Hombres
y mujeres que no le reían sus chistes, que aplaudieron muy pocas veces y que,
en cuanto se convencieron que el presidente había ido hablar más insensateces y
lugares comunes que nunca, se largaron a dormir a pierna tendida.
En
sentido estricto, solo se veía a una funcionaria “a la bajura” de las
circunstancias, la ministra de la Defensa, “almiranta” Carmen de Meléndez, muy
contenta, al parecer, de su ratificación en el cargo y de que la represión
continuara como siempre.
Pero
los que permanecieron despiertos no salían de su asombro, resultándoles difícil
admitir que el presidente no estuviera persuadido del dilema de que, o tomaba
medidas económicas o se hundía.
Pero
Maduro decidió jugar a la ruleta rusa, a que sea lo que Dios quiera, a como
vaya viniendo vamos viendo y convencido que si se le viene encima otra ola de
protestas, se podrá contener con otro baño de sangre.
Disparatando
y como un elefante en una cristalería, lo vio también la mayoría de la
teleaudiencia que se acercó a enterarse de qué era aquello del “sacudón”, si de
verdad había un propósito serio en el anuncio de “reforma de la economía” y si
se adoptaría el cambio único o dual, o aumentaba (y en cuanto) el precio de la gasolina.
También,
puede asegurarse, que se contaban por millones las amas de casa que se mordían
las uñas esperando alguna medida para aliviar el desabastecimiento que les ha
arrebatado la leche, la harina pan, el arroz, el azúcar, la carne, el papel
toalet, y tantos productos de la cesta básica, sin los cuales, es imposible que
una sociedad pueda sentir que vive una existencia decente y civilizada.
Y
tanto como las amas de casa, los enfermos, en los hospitales, y en sus casas,
sin medicinas ni equipos médicos para tratar sus dolencias, y que, como el
resto de los venezolanos ha rodado hacía el abismo de la carestía y las
carencias enfrentados a esta subespecie de gobernantes para quienes la vida no
vale nada.
Lo
saben mejor que nadie las víctimas del hampa común (y de todas las hampas),
reducidos a sus casas y abandonados en calles y lugares de trabajo por un
estado fallido, indefensos y a la buena de Dios, frente a feroces asesinos que,
por no dejarse arrebatar unos pocos cobres, un par de zapatos, un celular o un
objeto cualquiera, les quitan la vida.
Hasta
25 mil venezolanos fueron asesinados el año pasado por las pistolas y toda
clase de armas de estos criminales, y a los cuales Maduro, por ser incapaz de
combatirlos, ha incorporado a sus cuerpos represivos.
En
mucho sentidos, es una suerte de fuerza militar nueva, siglo XXI, informal y
anormativa, pero diluida entre la oficial, formal y regular y, por eso mismo,
más eficaz e indetectable a la hora de ejecutar sus crímenes.
Viene
operando a pocos años de establecida la llamada revolución, que había dado
pruebas de su irrupción en señalados choques del pasado, pero que solo ahora y
a raíz del estallido estudiantil que se lanzó a protestar contra Maduro de
febrero a junio de este año, se reveló como una fuerza paramilitar que llegaba
a complementar las fuerzas regulares y, en muchas ocasiones, a sustituirlas.
En
otras palabras: que sobre este volcán en ebullición fue cómo apareció Maduro el
martes pasado, a implementar su “sacudón”, decretar sus reformas económicas,
anunciar el cambio único o dual y anunciar el aumento de la gasolina, y sobre
estos temas fue precisamente que no dijo una palabra, como si no existieran y
su programa en el corto, mediano y largo plazo, fuera profundizar la tragedia
que el socialismo tiene como menú principal para los venezolanos.
Porque
ese fue, en última instancia, y por sobre todo, el asunto que no se quiso
abordar, el del socialismo, que es el sistema económico y político que al
margen de la constitución, y a trancas y barrancas, ha querido imponérsele a
los venezolanos, pero para no conducirlos a otro paraíso que el que vivieron
los soviéticos, los chinos comunistas, los países de Europa de Este y viven
Cuba y Corea del Norte.
Reliquias
donde imperan la más absoluta miseria, regímenes de partido y pensamiento
únicos y feroces dictadores que destruyen cualquier vestigio de individualidad
para que los derechos humanos sean borrados del recuerdo como si jamás hubieran
existido y la sociedad retroceda a la Edad Media o al mundo antiguo.
Amenazas
que no son espejismos, empezaron y se fueron estableciendo según la sociedad
redujo sus necesidades al mínimo para existir y devenir en una masa que solo
busca alimentos, medicinas y bienes y servicios que siempre se le niegan o se
les suministran por cuenta gotas.
Panorama
que no es un accidente, sino un objetivo que los llamados socialistas o
comunistas buscan persistente e incansablemente, sea a través de crueles
dictaduras o de sistemas de simulación democrática, en los cuales, ya sea por
la tortura, la cárcel, la muerte o las engañifas electorales siempre se arriba
a lo mismo: la dictadura del caudillo redentor que gobierna a nombre del
hambre.
Libreta
de racionamiento o captahuellas para dosificar y al fin acabar con los
suministros alimenticios, son parte de este sistema que solo favorece a la
élite que se somete a la esclavitud del Único, mientras se la impone al resto
de la sociedad.
Y
desde esa perspectiva, que Maduro no vea, no oiga, ni perciba la crisis es lo
normal, y que contrario al resto de los venezolanos se sienta contento con sus
resultados, fue lo que nos dejó el “sacudón”.
Manuel
Malaver
manuhalm912@cantv.net
@MMalaverM
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