lunes, 29 de septiembre de 2014

LUIS GARCÍA MORA, EL ESTALLIDO, AL LÍMITE

Examinemos la hoja de ruta. La bitácora.

Todo el mundo espera que estalle la bomba. Desde el economista más preclaro hasta el taxista que se descarga con un “No sé en qué parte de la madre tienen que darle a este pueblo para que reaccione”.

Existen coincidencias específicas que obligan a afirmar que todo es cuestión de tiempo.

El país como botín no da más.

El Gobierno trata de evadir la realidad y, al estar contra las cuerdas, intenta ganar tiempo. Tiempo. La mercancía política más codiciada en este momento de transición.

Hasta el gurú y pragmático operador político de este régimen, el inefable José Vicente Rangel, dictamina sobre el trazado del mapa de esta situación de calamidad que “la reacción ante el desabastecimiento, la inflación, la inseguridad, la caída de la producción, el nefasto entramado burocrático que entraba la gestión oficial, repercute en un pueblo consciente de sus derechos y dispuesto a reclamar. Por ahora pacíficamente, pero ¿por cuánto tiempo?”.

Es lo que inquieta en esta Venezuela del cambio y las definiciones.

Mientras tanto, otro operador sagaz, Vladimir Villegas, subraya que no sólo las puertas para el diálogo están abiertas para que se establezcan los espacios de conversación entre el oficialismo y la oposición, sino aún más, que el llamado formulado por el nuevo secretario general de UNASUR, el expresidente colombiano Ernesto Samper, “seguramente obedece a una señal concreta por parte del gobierno del presidente Nicolás Maduro”.

Aunque hasta el (ya de salida) Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza, ve muy difícil este diálogo mientras haya líderes opositores presos, se habla de que se pueden abrir las compuertas algo más. Y así sea que por razones de seguridad y de salud fue que soltaron al muy enfermo Iván Simonovis, ante una situación de vida o muerte como ésta para el régimen también es el momento de las grandes definiciones.

El momento de los cambios en esta ecuación política.

La MUD, en sintonía con la actual situación, congestionada en su dirección y en un mal momento, reaparece con la elección de “Chúo” Torrealba en su coordinación ejecutiva. En lugar de un activista político, se decantan por un luchador y comunicador popular en sustitución de Ramón Guillermo Aveledo, o de lo que alguien acertadamente denominaba “un político de salón”. Dan la impresión de que en verdad están dispuestos a acometer un cambio de primer orden, de envergadura.

Veremos.

Y en este sentido hay que apostar, pues “La noticia es (ha dicho Torrealba) que la MUD se va para la calle”. Es decir: que convoca a movilizarse.

Sí.

Entonces, ¿se agotó la vía democrática?

No.

Aunque la amenaza de implosión se hace cada vez más manifiesta, ¿termina esto en una gran manifestación nacional?

Quizás.

¿Aguantan aún más nuestras clases y los sectores aún más desprotegidos esta violenta economía del rebusque vital y la feroz situación de inseguridad? ¿Hay esperanzas?

La casa venezolana, las familias, se asfixia desde afuera. Y se la está llevando a una crisis en que la presión aumenta de tal manera que, a estas alturas, los cambios de referencia y de personajes (sea en el Gobierno o en la MUD) no tienen importancia: lo que importa son los cambios que –en lo inmediato– tales personajes puedan producir.

En los sectores con naturalezas aspiracionales, el ser humano se refugia en su esencia: la esencia republicana. Las organizaciones civiles se han repotenciado durante este proceso. Sindicatos obreros, gremios, Fedecámaras, asociaciones profesionales, todos asumen denuncias y propuestas. El Colegio de Ingenieros. El Colegio de  los Médicos. Todos jugándose en muchos casos el pellejo, la vida, la libertad.

La desconexión es tal que las denuncias desde los partidos políticos vienen sin contenidos. Quienes pusieron al régimen contra las cuerdas fueron los estudiantes y los colegios profesionales. Quienes acabaron con las mentiras fueron y han sido los periodistas independientes.

Este régimen ha impuesto un modelo de vida.

Y la oposición está en proceso de recomposición: la manera como asume el reacomodo Torrealba es completamente distinta a la de Aveledo.

Pero el diagnóstico tiene que terminar en un tono de esperanza.

El Gobierno con todos sus recursos no ha podido dominar a la sociedad. El plan de comprarse todos los medios no les ha servido de nada, pues han perdido credibilidad. De acuerdo con las encuestas, cada vez más hay un sector del país más grande que no les cree.

Las imágenes de Maduro en el Bronx dan pena, tristeza. ¿Usted cree que ser conocido en el mundo como dictador –para un hombre salido de los sindicatos, un dirigente obrero– no le afecta?

Con el país en medio de una situación de calamidad sanitaria y humana como la nuestra, tan cruel y desatendida, lo del ébola es una falta de respeto. Y con toda esa sarta de lugares comunes en el discurso de la ONU, ¿cómo puede Maduro estar lanzando mensajes ambientales al planeta cuando con tanta insalubridad, acaba –de paso– de eliminar el despacho del Ambiente?

Hacerlo cuando el discurso global no está ahí, sino en este apocalipsis de los fundamentalismos, de los desplazados, de los problemas de migración (dos millones de venezolanos se han ido), de la tragedia de los nacionalismos, del nuevo orden financiero para evitar la crisis…

El diálogo, esos puentes suspendidos sobre la actual circunstancia, es un problema de todos. Cierto. Pero es aún mucho más acuciante para el Gobierno. Con esta crisis, y con las tuercas tan apretadas que mantienen al país inmóvil, están gravitando sobre el vacío.

Las formas de convivencia (y hasta de la cultura) siempre se han construido detrás de lo económico. Nunca al revés. Y cuando apagas los motores del comercio y la economía, lo único que sobrevive es la oscuridad absoluta.

Y en Venezuela se apagó la luz.

El 40% (o más) de las empresas del sector industrial está cerrado, más el 12% de las de servicios. El 8% de la población económicamente activa se fue. Como diría alguien, “estamos en un punto definitivo de la vida de la Nación”. No se le puede dar la espalda a las vainas de esa manera. Miren ya por dónde vamos: ¡Una guerra bacteriológica!

El Gobierno sí que tiene un problema de tiempo.

Querían pasar una aplanadora y acabar con esto, pero no pudieron. Se les acabó la gasolina: el legado de Chávez es la miseria.

Armaron una fiesta en un país amante de las fiestas. Y, a través de la petrodiplomacia, esa bacanal se extrapoló a Nicaragua, a Bolivia. Impresionante. Y están todavía celebrando y no quieren salir de la fiesta, mientras afuera amanece y la gente (el resto) intenta sobrevivir.

Todo está cambiando de un momento para otro. El Gobierno alcanzó sus niveles críticos. Lo que viene es desgaste.

Y sí, amigo lector, creo que están a punto de arrancar acontecimientos.​

Luis Garcia Mora
aguilaluis_7@hotmail.com
@LuisGarciaMora

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