Examinemos
la hoja de ruta. La bitácora.
Todo
el mundo espera que estalle la bomba. Desde el economista más preclaro hasta el
taxista que se descarga con un “No sé en qué parte de la madre tienen que darle
a este pueblo para que reaccione”.
Existen
coincidencias específicas que obligan a afirmar que todo es cuestión de tiempo.
El
país como botín no da más.
El
Gobierno trata de evadir la realidad y, al estar contra las cuerdas, intenta
ganar tiempo. Tiempo. La mercancía política más codiciada en este momento de
transición.
Hasta
el gurú y pragmático operador político de este régimen, el inefable José
Vicente Rangel, dictamina sobre el trazado del mapa de esta situación de
calamidad que “la reacción ante el desabastecimiento, la inflación, la
inseguridad, la caída de la producción, el nefasto entramado burocrático que
entraba la gestión oficial, repercute en un pueblo consciente de sus derechos y
dispuesto a reclamar. Por ahora pacíficamente, pero ¿por cuánto tiempo?”.
Es
lo que inquieta en esta Venezuela del cambio y las definiciones.
Mientras
tanto, otro operador sagaz, Vladimir Villegas, subraya que no sólo las puertas
para el diálogo están abiertas para que se establezcan los espacios de
conversación entre el oficialismo y la oposición, sino aún más, que el llamado
formulado por el nuevo secretario general de UNASUR, el expresidente colombiano
Ernesto Samper, “seguramente obedece a una señal concreta por parte del
gobierno del presidente Nicolás Maduro”.
Aunque
hasta el (ya de salida) Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza, ve
muy difícil este diálogo mientras haya líderes opositores presos, se habla de
que se pueden abrir las compuertas algo más. Y así sea que por razones de
seguridad y de salud fue que soltaron al muy enfermo Iván Simonovis, ante una
situación de vida o muerte como ésta para el régimen también es el momento de
las grandes definiciones.
El
momento de los cambios en esta ecuación política.
La
MUD, en sintonía con la actual situación, congestionada en su dirección y en un
mal momento, reaparece con la elección de “Chúo” Torrealba en su coordinación
ejecutiva. En lugar de un activista político, se decantan por un luchador y
comunicador popular en sustitución de Ramón Guillermo Aveledo, o de lo que
alguien acertadamente denominaba “un político de salón”. Dan la impresión de
que en verdad están dispuestos a acometer un cambio de primer orden, de
envergadura.
Veremos.
Y
en este sentido hay que apostar, pues “La noticia es (ha dicho Torrealba) que
la MUD se va para la calle”. Es decir: que convoca a movilizarse.
Sí.
Entonces,
¿se agotó la vía democrática?
No.
Aunque
la amenaza de implosión se hace cada vez más manifiesta, ¿termina esto en una
gran manifestación nacional?
Quizás.
¿Aguantan
aún más nuestras clases y los sectores aún más desprotegidos esta violenta economía
del rebusque vital y la feroz situación de inseguridad? ¿Hay esperanzas?
La
casa venezolana, las familias, se asfixia desde afuera. Y se la está llevando a
una crisis en que la presión aumenta de tal manera que, a estas alturas, los
cambios de referencia y de personajes (sea en el Gobierno o en la MUD) no
tienen importancia: lo que importa son los cambios que –en lo inmediato– tales
personajes puedan producir.
En
los sectores con naturalezas aspiracionales, el ser humano se refugia en su
esencia: la esencia republicana. Las organizaciones civiles se han repotenciado
durante este proceso. Sindicatos obreros, gremios, Fedecámaras, asociaciones
profesionales, todos asumen denuncias y propuestas. El Colegio de Ingenieros.
El Colegio de los Médicos. Todos
jugándose en muchos casos el pellejo, la vida, la libertad.
La
desconexión es tal que las denuncias desde los partidos políticos vienen sin
contenidos. Quienes pusieron al régimen contra las cuerdas fueron los
estudiantes y los colegios profesionales. Quienes acabaron con las mentiras
fueron y han sido los periodistas independientes.
Este
régimen ha impuesto un modelo de vida.
Y
la oposición está en proceso de recomposición: la manera como asume el
reacomodo Torrealba es completamente distinta a la de Aveledo.
Pero
el diagnóstico tiene que terminar en un tono de esperanza.
El
Gobierno con todos sus recursos no ha podido dominar a la sociedad. El plan de
comprarse todos los medios no les ha servido de nada, pues han perdido
credibilidad. De acuerdo con las encuestas, cada vez más hay un sector del país
más grande que no les cree.
Las
imágenes de Maduro en el Bronx dan pena, tristeza. ¿Usted cree que ser conocido
en el mundo como dictador –para un hombre salido de los sindicatos, un
dirigente obrero– no le afecta?
Con
el país en medio de una situación de calamidad sanitaria y humana como la
nuestra, tan cruel y desatendida, lo del ébola es una falta de respeto. Y con
toda esa sarta de lugares comunes en el discurso de la ONU, ¿cómo puede Maduro
estar lanzando mensajes ambientales al planeta cuando con tanta insalubridad,
acaba –de paso– de eliminar el despacho del Ambiente?
Hacerlo
cuando el discurso global no está ahí, sino en este apocalipsis de los
fundamentalismos, de los desplazados, de los problemas de migración (dos
millones de venezolanos se han ido), de la tragedia de los nacionalismos, del
nuevo orden financiero para evitar la crisis…
El
diálogo, esos puentes suspendidos sobre la actual circunstancia, es un problema
de todos. Cierto. Pero es aún mucho más acuciante para el Gobierno. Con esta
crisis, y con las tuercas tan apretadas que mantienen al país inmóvil, están
gravitando sobre el vacío.
Las
formas de convivencia (y hasta de la cultura) siempre se han construido detrás
de lo económico. Nunca al revés. Y cuando apagas los motores del comercio y la
economía, lo único que sobrevive es la oscuridad absoluta.
Y
en Venezuela se apagó la luz.
El
40% (o más) de las empresas del sector industrial está cerrado, más el 12% de
las de servicios. El 8% de la población económicamente activa se fue. Como
diría alguien, “estamos en un punto definitivo de la vida de la Nación”. No se
le puede dar la espalda a las vainas de esa manera. Miren ya por dónde vamos:
¡Una guerra bacteriológica!
El
Gobierno sí que tiene un problema de tiempo.
Querían
pasar una aplanadora y acabar con esto, pero no pudieron. Se les acabó la
gasolina: el legado de Chávez es la miseria.
Armaron
una fiesta en un país amante de las fiestas. Y, a través de la petrodiplomacia,
esa bacanal se extrapoló a Nicaragua, a Bolivia. Impresionante. Y están todavía
celebrando y no quieren salir de la fiesta, mientras afuera amanece y la gente
(el resto) intenta sobrevivir.
Todo
está cambiando de un momento para otro. El Gobierno alcanzó sus niveles
críticos. Lo que viene es desgaste.
Y
sí, amigo lector, creo que están a punto de arrancar acontecimientos.
Luis
Garcia Mora
aguilaluis_7@hotmail.com
@LuisGarciaMora
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