domingo, 14 de septiembre de 2014

JUAN JOSÉ MONSANT ARISTIMUÑO, ESTOS DÍAS DE SEPTIEMBRE…

Es indudable que el mes de septiembre es significativo. Es el noveno mes del año, el ciclo de la gestación de una mujer ofrendando vida; también se celebra en el mundo cristiano la Natividad de María de Nazareth. El escogido por Tim Cook para presentar su esperado modelo iPhone 6, y el Apple Watch a lo Dick Tracy. Además, comienza a dejarse el verano atrás y los primeros frescos del agradable y transitorio otoño suavizan la temperatura.

Fue una mañana como la del pasado jueves 11, pero en 1973, cuando las Fuerzas Armadas apoyadas con los Carabineros chilenos bombardearon el Palacio de la Moneda y tomaron el poder de facto, una vez que el gobierno marxista de Salvador Allende había perdido el control de la nación, y el país se precipitaba en plena Guerra Fría, hacia una cruenta guerra civil.
Cómo pasar por alto uno de los hechos más siniestros y dolorosos que haya presenciado nuestra generación, aquella mañana del 11 de septiembre de 2001 cuando la ciudad de Nueva York comenzaba a desperezarse, mientras humildes aseadoras centroamericanas o asiáticas una vez vaciados cientos de cestos de basura en cada piso, en cada oficina, bajo cada escritorio, limpiado baños, alfombras y ventanas se disponían a dar por terminada su cotidiana labor; y cientos, miles de hombres y mujeres se dirigían a sus oficinas para encender sus computadores, revisar agendas, hacer  llamadas, o soñar con anhelados ascensos, preocupados por el seguro social o el pago de la hipoteca, café en mano se disponían a iniciar su día, cuando les sorprendió el estruendo del impacto de un avión de pasajeros que  en ese momento penetraba por sus ventanas. Fue todo, lo demás, la oscuridad, murieron sin persignarse.
Hay otro 11, propiamente un martes 12 de septiembre en la Universidad de Ratisbona situada al pie del Danubio, y un antiguo profesor de teología dio lectura a su discurso de orden frente al cuerpo rectoral, profesoral, estudiantil e invitados especiales. “Fe, razón y universidad. Memorias y reflexiones”, tituló su tesis magistral. Y algo de ello conocía el profesor, ese día, de pie, ante el atril de noble madera donde reposaban sus manos al terminar la lectura. Era el sacerdote Joseph Ratzinger, S.S. el Papa Benedicto XVI, uno de los grandes teólogos de nuestra era, que disertaba acerca de la fe y la razón, esencia misma de la creencia cristiana. Asumía allí que no había contradicción alguna entre fe y razón, divinidad y humanidad, y se remontó al diálogo sostenido entre el Emperador cristiano de Bizancio Manuel II con un noble y culto persa musulmán sobre religión, razón y guerra santa, en la ciudad de Ankara, por allá en 1391, antes de la toma de Constantinopla.
Benedicto XVI, en un momento, fundamenta su argumentación en una pregunta afirmación que le hace el Emperador Manuel II, sobre la yihad, a su interlocutor: “Muéstreme también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición de difundir por medio de la espada la fe que predicaba”
Su santidad intentaba apuntalar que por la fuerza de la razón se llegaba al conocimiento de Dios: “Para convencer a un alma racional no hay que recurrir al propio brazo ni a instrumentos contundentes ni a ningún otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a otra persona…” afirmó Benedicto. Fue todo, al otro día quemaron su esfinge, se rasgaron las vestiduras, amenazaron con romper relaciones con el Vaticano, lo acusaron de enemigo, guerrerista, conspiración occidental, dogmático y vaya usted a saber cuántos apelativos y amenazas  le endilgaron, desde el fundamentalismo islámico.
Y hay otro 12 de septiembre, vital, existencial para el mundo occidental, la batalla de Viena de 1683, cuando Kara Mustafá, Visir del Imperio otomano luego de apoderarse de los Balcanes, Macedonia, Hungría, Rumanía, Bosnia, al mando de más de 150.000 hombres, conformado por jenízaros, africanos, turcos y árabes sitió la ciudad de Viena con el fin de apoderarse de ella y llevar el islamismo al resto de Europa central.
 El emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Leopoldo I acudió a sus aliados europeos quienes respondieron a su llamado, salvo el rey Luis XIV de Francia, el rey sol, el de “El Estado soy yo”, que había firmado alianza con los musulmanes turcos. El Papa Inocencio XI impartió su bendición y apoyó la Liga Santa conformada por Lituania y los húsares alados de la caballería polaca. Entre todos ellos, no sumaban la mitad de los guerreros de Mustafá, quien al atardecer había perdido la que se conoció como la Batalla de Kahlenberg, librada ante los muros Viena. Ese día, Europa y sus valores, se salvaron de caer bajo la tiranía del fundamentalismo islámico y sus espadas.
Como bien señaló el Concilio Vaticano II “…mientras exista el riesgo de guerra y falte autoridad internacional competente, una vez agotados todos los recursos pacíficos de la diplomacia, no se podrá negar el derecho a la legítima defensa”. En eso estamos, de nuevo, en nuestra época
Juan Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, ACTUALIDAD INTERNACIONAL, OPINIÓN, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, REPUBLICANISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA,ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentario: Firmar con su correo electrónico debajo del texto de su comentario para mantener contacto con usted. Los anónimos no serán aceptados. Serán borrados los comentarios que escondan publicidad spam. Los comentarios que no firmen autoría serán borrados.