jueves, 11 de septiembre de 2014

JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ, MIRANDA Y LA JUSTICIA REVOLUCIONARIA

"Yo me justificaré ante el tribunal de la ley", Miranda.

Cuando el ciudadano Dumont, primer jurado en el juicio realizado a Miranda en mayo 1793, entró a considerar en su audiencia la conducta militar del prisionero, acusado de traición en complicidad con el general Dumourier en ocasión a sus acciones durante el sitio de Maestricht, Lieja y la batalla de Neerwinden, en ese momento singular cuando la Revolución Francesa que se debatía entre los intereses de los grupos en conflicto, definió extraordinariamente las condiciones en la que era necesario realizar los procesos judiciales indicando que: "nosotros no tenemos otro juicio que nuestra conciencia, inevitablemente en medio de la borrasca de todas las pasiones; nosotros no debemos contar en nuestras opiniones sino con nosotros mismos; es por ello que importa a la salud de la República que este tribunal no cese un instante de estar rodeado de la confianza de todos los buenos ciudadanos...", afirmando de manera ejemplar: "la nación ha sido indignamente traicionada; la perfidia de muchos de nuestros generales es constante; el pueblo demanda, con razón, el castigo de los culpables, pero si los grandes males han extendido las sospechas sobre todas las personas puestas en estado de arresto, estos prejuicios están fuertemente enraizados y yo creo necesario fijar la opinión pública sobre el asunto actual...".

Dumont se pronunció a favor de Miranda de la siguiente manera: "... en estas circunstancias donde las simples sospechas exigen precauciones extraordinarias, los eventos que han precedido el arresto de Miranda son de esta naturaleza, pero el pueblo, siempre justo, no puede querer el castigo de los inocentes...; el error no debe jamás dictar los juicios y los criminales solo deben expiar sus hechos...; el hombre culpable debe temblar cuando se aproxima a este tribunal..., pero el inocente se puede presentar con garantías...".

Otros testimonios fueron concordantes, el ciudadano Fallot destacó su: "convicción íntima de que la intriga y la perfidia han conducido a ese tribunal" en contra de Miranda y que si: "el crimen recibe sus junta punición, la inocencia resulta siempre triunfante". De la misma manera, el ciudadano Chrétien, con valor y determinación, condenó las prácticas persecutorias aplicadas en Francia al juzgar que: "... en este momento de la revolución en el que frecuentemente la hipocresía toma el lugar de la virtud,  y el hombre virtuoso es generalmente observado por los ciudadanos como culpable", se hacía necesario defenderlo como en el caso de Miranda.

Destacando la función de los jueces el ciudadano Sentex cuestionó la degeneración de los principios y aun cuando él debía en razón de sus funciones: "escuchar los efectos de la calumnia, yo los debo juzgar...; repugna a mi conciencia... favorecer a la calumnia y ser injusto", considerando indignos de un funcionario republicano tales extravíos; calificaba de "impostor" a Dumourier, a quien Miranda denunció, y reconoció sus desvelos ciudadanos siendo como eran evidentes: "las pruebas del amor del acusado por la libertad, por el régimen republicano" inspirado en valores de patriotismo auténtico.

Pero si algún juicio fue acertado sobre las cualidades republicanas de Miranda ningún otro más elocuente que Jourdeuil, miembro del Tribunal Revolucionario, al expresar que: "Durante la instrucción de este penoso asunto, yo he reconocido en Miranda, el filósofo mas esclarecido, el amigo más sincero de la revolución, el padre de los soldados, el defensor del oprimido, y yo me he dicho muchas veces: si la República no hubiera tenido generales comparables a Miranda, los déspotas no existirían más...".

Al concluir la audiencia, tal y como refirió la "Le Moniteur Universel" del 30 de mayo de 1793, el jurado declaró a Miranda irreprochable. "El pueblo, -señalaba el periódico-, después de haber aplaudido con emoción la sentencia, ha, por así decirlo, llevado al general en triunfo a la casa de su defensor Chauveau Lagarde, gritando: Viva la República, Viva Miranda".

Al asumir meses después los jacobinos el poder por decisión del "Comité de Salvación Pública" fueron arrestados varios militares y entre ellos Miranda en julio de ese año, quien afirmó: "yo soy un hombre libre encadenado, un inocente encarcelado por una medida de seguridad general". La revolución se transformó en tiránica y cruel, la dictadura apareció a través de Robespierre.

Miranda criticó los excesos revolucionarios y mantuvo sus planes de liberar a su país, pero otra vez, mal juzgados sus actos e incumplida la capitulación de 1812 por Monteverde en Venezuela,  en medio del infernal: "bochinche" propio de nuestros errores ciudadanos y debilidad republicana, fue definitivamente víctima de España y de sus propios compatriotas. La revolución negaba su carácter, su virtud y su origen, terminó destruyendo a uno de sus más prominentes gestores, perdió en ese acto el juicio y la razón.

Jose Felix Diaz Bermudez
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