Que era un patiquín que no saldría
a la calle sin peinado y maquillaje, lo sabemos de toda la vida. Cada cual es
dueño de sus ambiguas viscosidades. Que era un lameculos dispuesto a jugarse el
todo por el todo para complacer a quien, en muy mala hora, lo encumbró al
Poder, lo supimos cuando llevó a sus últimos extremos las órdenes que le
impartiera quien manejaba la alcabala que le abriría las puertas del palacio
Nariño, incluso dispuesto a invadir un territorio extranjero en donde sabía no
encontraría una verdadera oposición. Que fue el Libertador el primero en
clasificar al Ecuador de republiqueta.
EL IMPOSTOR |
Que era un siniestro tartufo de lucido
aprendizaje en las mazmorras de la policía política, lo aprendimos cuando
después de asesinar a Raúl Reyes secuestró las informaciones que podían
alfombrarle la entrada a la presidencia, maniatar a Chávez y sobarle el lomo a
Fidel Castro al que, como toda la clase política colombiana, le ha lamido las
entre suelas.
Cuando se negó a entregarle Makled,
el Kingspin, a la DEA supimos que su inescrupulosidad y su maquiavélico afán de
poder iba tan lejos como estar dispuesto a enconchavarse con el chavismo y
aliarse con las FARC. Y cuando la miopía colombiana lo reeligió y perdió todo
freno, llegó al extremo de acostarse con Timoschenko y Raúl Castro sin hacerle
asco a los viejos compromisos con Álvaro Uribe. Finalmente, si una hechura del
Islam gobierna en los Estados Unidos y antes se chorrea que enfrentarse al
castrocomunismo, ¿por qué no habría el patiquín de la burguesía neogranadina
abrazarse con los socios de las narcoguerrillas colombianas?
El colmo acaba de suceder: ansioso por granjearse las simpatías de la satrapía venezolana y darle una sobadita de lomo al tirano habanero, decide pisotear todos los compromisos internacionales y ultrajar los más elementales derechos humanos expulsando de Colombia a un joven luchador por la libertad y la democracia como Lorent Saleh. Se iguala en hombría y decencia al pedófilo nicaragüense, que impide la entrada al país a uno de los más notables diplomáticos venezolanos, Milos Alcalay.
Así, Daniel Ortega y Juan Manuel
Santos, Fidel Castro y Timoschenko comen del mismo plato y ultrajan los mismos
principios. Todo sea en bien de una dictadura de mala muerte que aún puede
seguir siendo ordeñada. Una buena lección para aprender hacia el futuro.
Humillaciones y traiciones de este calado no se olvidan fácilmente. Ya llegará
el momento de las cuentas. Prohibido olvidarlas.
Antonio
Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
@Sangarccs
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