El gobierno ha chocado contra sus fracasos. El primer rebote se debe a
la gestión de Maduro. Es esa gestión la que actúa para ahondar la crisis y la
responsable de una mayor ofensiva para controlar la sociedad y reprimir
quirúrgicamente a las protestas. La regla, dice Aristóbulo, es conservar la
sartén.
Pero lo que de fondo lanza el país hacia atrás es el modelo que se ha
tratado de acuñar en los últimos quince años y que ha logrado invadir a todos
los poderes del Estado. Una somera comparación de nuestra situación con la de
cualquiera de los países bolivarianos bastaría para indicarnos la brutalidad de
nuestra caída.
En la cabina gubernamental están prendidas todas las alarmas. Los
operadores más pragmáticos buscan algún tipo de combinación y coexistencia con
el mercado y los grandes capitalistas, especialmente para recibir dólares vía
inversión o endeudamiento. El fin no es la justicia social como lo ha
comprobado la socialización de la pobreza, sino salvar la contin uidad del
régimen mediante una relativa apertura económica, mayores restricciones de los
derechos y ahogo de la oposición.
El remedo del modelo chino no
es viable. Además de las dificultades de traducción asociadas a su aplicación
en otra realidad, hay, al menos tres fuertes obstáculos: El costo añadido por
la corrupción a cualquier intento de reconstrucción bajo un régimen sin control social ni parlamentario.
Luego, las distorsiones que produce la economía criminal y los signos de
infiltración del narcotráfico en instancias del Estado. Por último, la falta de competencias y
eficacia de la clase gobernante.
Se nos vienen encima calamidades
cada vez peores. Los que van a prestar los dólares impondrán condiciones duras.
El desacuerdo principista con la liberación de la economía, retardará el
momento y la dosis para aplicar el purgante. Además, se repetirá lo que ocurre
con el aumento de la gasolina. La gente puede aceptarlo, pero exige que también
se acabe la regaladera de petróleo a otros gobiernos.
La gran pregunta es cómo afectará al apoyo popular el contrasentido de
ver a un gobierno aplicar un plan de ajuste en medio de altos precios
petroleros y sin suficientes medidas de protección para reducir sus daños en
los sectores de menos recursos. El
cuadro es más trágico que el del hombre que vendió a crédito, porque aquí se
llevó a pique a un país.
La buena noticia es que se abre la posibilidad de ponernos de acuerdo
respecto a como salir de la catástrofe. El conector pasivo es el descontento
que esta juntando a partidarios del gobierno y de la oposición. Los ciudadanos
comienzan a actuar juntos en defensa de sus intereses y demandas
concretas.
Pero el lunar es la oposición, debatiéndose entre dejarse tragar por las
pequeñeces o prepararse para lo grande. Uno espera que los partidos
fundamentales se concentren, en forma casi exclusiva, en dar respuesta
inmediata a las definiciones para relanzar la MUD como mecanismo para formular
iniciativas políticas comunes. Las organizaciones de la sociedad civil que han
tenido un desempeño exitoso gracias a su autonomía de los partidos, deben
continuar su labor sin convertirse en una parcela de signo opositor.
A los partidos les corresponde mover el salto de amplia oposición a
fuerza alternativa. Necesitamos un liderazgo colectivo en torno a Capriles,
López, María Corina, Falcón, Guaruya, Ledezma y los Secretarios Generales de
los partidos. Hay muchas figuras dispuestas a manejar con sentido plural y
democrático las diferencias que ya han dividido de hecho a la MUD.
Todo apoyo suma. Pero quienes consideran que la Unidad es incompatible
con la radicalidad de las protestas deberían sincerar sus posiciones y declarar
hasta donde están dispuestos a aceptarla.
Ojalá no contribuyamos, desde la oposición, a que todo sea peor.
Simon
Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
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