Desde
que tengo uso de razón siempre me ha apasionado la de México. Pero de todos los
dramáticos capítulos que han dibujado el rostro del país, para mí el más
excitante ha sido ese doloroso evento que nos llevó a perder la mitad de
nuestro territorio durante el siglo XIX. Acabo de leer el excelente libro de
Francisco Martin Moreno; México Mutilado.
Al
iniciar la lectura me encuentro con un pasaje increíble. El presidente en
turno, un tal Gral. Herrera, se alista para rechazar la agresión de EEUU en
Tejas y ordena a otro General, un tal Paredes, se dirija con sus tropas hacia
el rio Bravo y defienda el honor de la patria. Le hace llegar los recursos
solicitados y sorpresa. El honorable castrense en lugar de enfilar sus tropas a
la frontera, las dirige a la ciudad de México para, en otro golpe de estado,
derrocar al presidente Herrera. Pero oh sorpresa, cuando Paredes arriba a su
destino, se entera ya se le había adelantado otro Gral., Valencia. Luego
Valencia se arrepiente y Paredes es electo por una "junta de
representantes" como el nuevo mandatario.
Ahí
me dije, debo investigar.
He
dado con un artículo aparecido en EEUU durante 1846 de la pluma de una
prestigiada periodista; Jane Storms. Cuando el presidente Polk se debatía para
decidir por alguna de las alternativas del plan expansionista, A) Anexar Tejas
B) Anexar Tejas, California y Nuevo México C) Anexar Tejas, California, Nuevo
México, Chihuahua, Sonora y Baja California, a manera de ayudar al presidente
en su grave decisión, publica su nota:
ALGUNAS
DIFERENCIAS ENTRE MEXICO Y LOS EEUU.
"Las
colonias norteamericanas lucharon, desde un principio, para conservar las
instituciones políticas inglesas, tales como gobierno representativo, le ley
común (commun law) el sistema de jurado popular, la supremacía de la ley,
impuestos reducidos y la subordinación del ejercito a la autoridad civil. Gozábamos
de unidad nacional, arraigo institucional, soñábamos con una patria nueva y
promisoria. Las colonias españolas, por el contrario, durante trescientos años,
nunca contaron con un gobierno representativo ni hubo subordinación del
ejercito ni la iglesia al poder civil, nunca se dio el arraigo institucional ni
una identificación con el país.
Nosotros
no rompimos con nuestro pasado, mientras que los mexicanos rompieron con el
suyo: de ahí adivino una fuente de su caos. Nosotros nos convertimos en
anglosajones modernos, plenamente convencidos de nuestra nacionalidad. Ellos
rechazaron lo español pero también lo indígena y, por lo tanto, cayeron en una
confusión al no encontrar una identidad ni como deseaban ser en todos los
órdenes de la vida.
La
cerrazón española impidió abrir las puertas al mundo y dejó de poblar
masivamente sus colonias, lo que hubiera promovido se convirtieran en un país
libre y próspero. Nosotros abrimos la compuerta a inmigración masiva y, por
ello, en estos momentos con 20 millones de habitantes esforzados, libres,
alfabetizados, dotados de una mística de progreso y deseosos de construir un
futuro en una nueva patria, en donde los ignorantes y los perezosos no tendrían
cabida.
Nuestros
colonos vieron esta oportunidad como un designio divino para crear una
comunidad ejemplar que fuera la admiración del mundo. Eran hombres de negocios,
dueños de sí mismos, acostumbrados a tener autoridad y arribaban a este nuevo
mundo con sus familias para glorificar a Dios por medio del trabajo y a vivir
una existencia honesta y próspera, ya que el éxito de sus proyectos era signo
de bendición divina. Para nosotros trabajar es acercarse a Dios. Para los
españoles, al igual que toda la aristocracia europea, el trabajo es impropio
para su categoría social.
Los
conquistadores no eran colonos. Ellos llegaban solteros, venían a enriquecerse
a costa de los demás para luego regresar a España a disfrutar de sus fortunas.
Después de comerse el fruto tiran la cascara mexicana ¿Eso se entiende por
patria? Ellos no llegaron con sus familias y sus mujeres a fundar un nuevo
país. Ellos procrearon hijos por doquier. Prostituyeron a la gran familia
azteca, eran, en muchos casos, convictos que viajaban al nuevo continente en
contra de su voluntad. Su avidez por el lujo y la vida material no se
satisfacía por medio del trabajo, sino del despojo, del privilegio y las
influencias. El rencor que crearon entre las masas aborígenes desposeídas de su
religión y de sus bienes envenenó el alma mexicana.
La
colonización sajona extinguió el mestizaje; la española lo propició. Nosotros,
los protestantes, no estamos obligados al pago de diezmos; ellos, católicos,
deben pagarlo coactivamente. Nosotros, desde nuestro inicio, logramos separar
la iglesia del estado; ellos subsisten amenazadoramente fusionados en lo
político y en lo religioso. Nosotros ejercemos el libre comercio, ellos siempre
dependieron de Sevilla, al otro lado del Atlántico. Nosotros abrimos la
migración; ellos no colonizaron sus territorios norteños, no supieron trabajarlos
ni defenderlos ni unificarlos con el resto del país. Nuestras fincas
prosperaron, nuestros campos florecieron. A ellos los arroparon con La
Encomienda para concentrar la riqueza y crear abismales diferencias sociales
que hoy amenazan la vida y la paz de México.
Nosotros
crecimos por medio de la agricultura y el comercio; ellos, a través de la
minería y al desplomarse la actividad, se desplomó el país. Nosotros elegimos
nuestras autoridades religiosas y civiles; ellos nunca han elegido a sus líderes
políticos ni eclesiásticos, nunca han elegido a nadie.
Entre
nosotros los ricos se salvan, la riqueza es la manifestación de estar haciendo
bien el servicio al Señor. Para ellos es más fácil que pase un camello por el
ojo de una aguja a que un rico entre al reino de los cielos. Nosotros
promovemos la tolerancia religiosa; ellos aceptan los dictados de una iglesia
autoritaria que invita a la resignación y a la miseria para controlar mejor a
la feligresía, cobrar más limosnas cuyo importe siempre ocultan. Nosotros somos
optimistas, arquitectos de nuestros destinos; según ellos, Dios escribió, desde
el inicio, el destino. Son fatalistas, todo es irremediable. Lo que será, será.
Nosotros llegamos a regenerar el mundo con nuestro ejemplo; ellos están para lo
que Dios mande. Nosotros tenemos derecho a la tierra no trabajada. Ellos
detentan grandes territorios no para trabajarlos, sino para ostentarlos
socialmente sin reparar en el daño social.
En
EEUU, de 1789 a 1847, en cincuenta y ocho años, hemos tenido 11 presidentes sin
que ninguno de ellos hubiera terminado su mandato de forma violenta. En México,
de 1821 a 1846, en veinte y cinco años, se cambió en 33 ocasiones al titular
del poder ejecutivo. ¿Cómo construir una nación sin estabilidad política?
Nosotros jamás disolvimos un Congreso ni encarcelamos a nuestro legisladores,
no asesinamos senadores. Nunca incendiamos periódicos ni destruimos sus
planchas. Tampoco contamos con policías clandestinas a las órdenes de nuestros
pastores ni estos han operado nuestras cárceles.
¿Quien
tiene el derecho de adueñarse del futuro?"
Ricardo
Valenzuela
chero13704@gmail.com
@elchero
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