Ubicando
algunas pistas…
Cuando Hegel habla del Volkgeist, del
Espíritu del pueblo, se refiere a la concreción particularizada del Espíritu
objetivo en determinado grupo humano. En su visión los individuos integrantes
del grupo superan su individualidad, que a través del Vlkgeist, los impulsa a
relacionarse y estructurarse puramente en el marco social. Por eso para Hegel
el Volkgeist es el principal principio de la unificación de los individuos.
Para este pensador la sociedad civil es el marco del individualismo en el cual
se realiza el entramado de relaciones entre los distintos intereses
particulares, la sociedad debe crear instituciones que impidan la videncia
entre los ciudadanos y hagan posible compartir la vida social.
El Estado es para él la más alta y perfecta
realización del Espíritu objetivo. Si la sociedad es la instancia integradora
de lo individual y lo particular; el Estado constituye lo universal y genérico
del mismo grupo humano. Por eso para él (salto atrás al helenismo clásico
pre-cristiano), el Estado es la instancia de la eticidad en cuanto tal, es la
eticidad misma.
Para Hegel, si la sociedad está compuesta de
individuos, el Estado lo está de los ciudadanos. Los ciudadanos que componen el
Estado no son individuos puros, en cuanto en su propia existencia han vivido la
intermediación de diversa agrupaciones.
Por tanto el individuo ha de ser formado para
adquirir la condición de ciudadano.
El Vorkgeist, solo alcanza plenitud cuando un
pueblo puede asegurase que es una nación. El Estado viene a ser, así la
configuración jurídica y política de la misma. Las ideas de Hegel han tenido
descendencia plural según sean vistas desde una óptica ideológica de izquierda
o de derecha. El hegelianismo planteaba, desde la perspectiva inmanentista que
le es propia, una distinción entre vida civil, vida política y vida religiosa.
Esa separación de la sociedad civil, sociedad política y sociedad religiosa
obedecía, desde su punto de vista a mutaciones históricas para él objetivas.
Confinado el hecho religioso a la intimidad
individual, por la modernidad secularizadora, había planteado en un binario que
tendría un largo significante en la retórica y en la ciencia política para no
hablar de la politología, que más que nutrirse de la filosofía lo hace
exageradamente de la sociología, por el impacto estruendosamente degradante del
positivismo.
Para intentar profundizar este punto lo haré
citando a Jacques Maritain en (principios de una política humanista): “Existe
una autentica comunidad temporal de la humanidad una profunda intersolaridad,
generación en generación que une a los pueblos de la tierra una herencia y un
destino comunes que no concierne a la edificación de una sociedad civil
particular, sino a la de la civilización; no el principio sino a la cultura, no
a la civitas perfecta en el sentido aristotélico, sino a esa especie de civitas
en sentido agustiniano que es imperfecta e incompleta, construida por una red
fluida de comunicaciones humanas, más existencial que formalmente organizada,
pero perfectamente real, viva y fundamental. Ignorar está ciudad no política,
es separar la base de la realidad política, atentar contra las raíces mismas de
la filosofía política y desconocer el movimiento progresivo que tiende a una
estructura internacional de los pueblos más orgánica y más unificada”.
El
hombre es un ser histórico existiendo en un pueblo determinado, en un tiempo
determinado. La categoría de pueblo debe ser vista en conexión con la persona y
con la nación. “Cecilio Acosta, en lo que para el debe entenderse por “pueblo”
fechado en caracas, enero de 1847, yegó a plantear un concepto reducido de
pueblo, que más allá de su bondadosa intención, resulta difícil sostener en el
orden académico. Para él pueblo era la totalidad de los buenos ciudadanos”. Y
Explica: es preciso que sea compuesto, no solo de ciudadanos, para que sean
excluidos los que no son, sino también de ciudadanos, para que sean y puedan
llamarse buenos”.
Casi 21 años después en diciembre de 1867, en el primero de
sus cuatro artículos sobre deberes del patriotismo, (que se extiende hasta
enero del 68), señalaba el odio político como cáncer de la vida social de
nuestros pueblos”, “confunden de ordinario la idea con las personas, doctrina
con parcialidad, se oyen a sí solos, se niega la cooperación de la labor común;
y viene de resultas la esterilidad de los esfuerzos de la administración,
impotencia en los trabajos de la paz y los pendientes van a dar a los despeñaderos
de la guerra”. Indoblegable frente al bandolerismo de los Monagas y a la
tiranía rapaz y codiciosa de Guzmán Blanco, es el maestro de quien pudo
escribir José Martí, culminando su elogio póstumo que cuando alzo el vuelo
llevaba limpia las alas.
Para: Edith Stein, Filosofo y mártir
católica, en su libro, La estructura de la persona humana, Biblioteca de
Autores Cristianos, Madrid, 2003, p 177 y ss.), “nos describe que “Por “pueblo”
entendemos de entrada una comunidad en el más amplio sentido de la palabra, es
decir, una estructura social a la que pertenecen personas individuales…. De la
vida de un pueblo decimos que es su historia, y lo que denominamos “historia”
es esencialmente, aunque no exclusivamente, historia de los pueblos…. El pueblo
realiza acciones y experimenta destinos. Toda estructura social, y no un hombre
individual, es sujeto de esas acciones y vivencias. Pero ello no es real fuera
de o por encima de sus miembros, sino precisamente en ellos…. Ahora bien, no es
necesario que en todo lo que el pueblo o experimenta intervengan todos los hombres que pertenecen a él…. Son esa
persona o personas que viven siendo conscientes de su índole de miembros del
pueblo quienes comunican a la actuación de los demás un sentido que va más allá
de la vida individual. Así, para que exista un pueblo es preciso que algunos de
sus miembros tengan la viva conciencia de pertenecer a un todo y a la voluntad
de dedicarle al menos parte de sus esfuerzos. Es preciso además que esos
individuos conscientes influyan sobre la conducta de los demás, o la valoren,
de manera que esa conducta adquiera significado para el todo, así como
finalmente quienes no viven como
miembros conscientes del todo sean afectados por las acciones y destinos del
mundo…. Hay individuos o grupos humanos que se pierden en el camino hacia el
pueblo o que se separa de una floreciente vida popular, dado que la vida del
hombre no es puro cumplimiento de sentido, sino que en el camino hacia la meta
hay obstáculos y perdidas. El ser del hombre no es un proceso forzoso; su meta
es una tarea que se puede realizar con mayor o menor perfección, y que también
puede quedar sin realizar. Por ello me parece comprensible que las personas y
los pueblos se puedan perder”.
Acotación necesaria…
En nuestra reseña no podemos pasar por alto
que en el pasado reciente en el país el grueso de la sociedad civil,
intelectualmente extenuada, aprovechando la dispersión provocada por el
agotamiento del pacto de las élites, que desembocó en una dura repulsa socia,
frente a la ausencia de un obligatorio remozamiento de ideas y actores, en
insolidaria y visceral aptitud, se lanzaron a una brutal agresión, (recuérdese
por estás calles), acción bien tramada, un feroz asalto con exigencia de
desalojo y de sustitución. Un abordaje que coincide con los diseños
estratégicos y tácticos del poder con pretensión hegemónica, (léase fascismo),
una cruenta acometida que dispersó y machacó las fuerzas acumuladas del
civilismo democrático.
Esa embestida artera de la sociedad civil a
la sociedad política, valiéndose de la carencia, vigencia y legitimidad de está
última. Fue una cruzada despiadada, letal, sostenida con saña a través de los
medios, en el infame papel de francotiradores, (léase Primer Plano). Con firme ímpetu en las dos
últimas décadas del siglo xx. El brutal asalto camuflados con el ropaje de la sacrosanta sociedad civil, causó
efectos letales en la sociedad política. Pero no fueron esos alaricos de viejo
y nuevo pelaje los beneficiarios de esa
cobarde ofensiva, sirvieron a los interese y a las estrategias de otros: a la
mayoría de aquellos derrotados por la sociedad política en las luchas por la
institucionalización de la democracia durante los años 60, que les costo tanto
a tantos.
¡Ojala existiera en nuestro medio una pujante
sociedad civil! Para una autentica participación ciudadana es necesario un
entramado de instancias intermedias en todos los niveles con independencia del
Estado, que sirvan para poner de relieve que él en si no es un fin ético, ni
muchos menos determina los fines éticos de la persona. El integrante de la
sociedad civil que quiere cambiar de vocación y asumir el papel de dirigente
político, bienvenido a la sociedad política. Pero zanjemos por favor, con esa
especie de ambivalencia de los autoexponentes de la sociedad civil, intentando
mantener su condición de tal en supuesto ejercicio de las misma, pretenden ser
los rectores morales de la sociedad política.
Lo que muchos perversamente intentan ignorar es que sin la labor lenta y paciente,
de las organizaciones políticas no podrían tener existencia real (con todas sus
fragilidades) las a veces deformadas estructuras de participación de las
sociedades intermedias en nuestro entramado social. En otros países las
sociedades existentes como vehículos de participación en el marco de la
sociedad civil forjaron en la sociedad política organismos de gran vitalidad,
que permitieron a sectores históricamente relegados actuar. El ejemplo clásico
que suele citarse es el de los sindicatos británicos, como estructura
participativa de la sociedad civil, o al Fabián Societ como expresión de cierta
inteligencia de la izquierda, de los cuales surge el partido laborista, que
quiebra la dura polarización de las Islas Británicas entre conservadores y
liberales. Ese ejemplo es antagónico del proceso del histórico venezolano.
Lo que algunos teóricos han denominado la
tercera escuela de pensamiento, al explicar el desempeño de las instituciones
democráticas, enfatizan los factores socio-culturales. En la República, Platón
argumenta que los gobiernos varían de las disposiciones del conjunto de los
ciudadanos. Un poco más reciente, los científicos sociales se han ocupado de la
cultura política en sus explicaciones de las variaciones de los sistemas
políticos a nivel mundial. El clásico moderno de esta aproximación es el
estudio de la cultura cívica, de Almond y Verba que trata de explicar las
diferencias en gobierno democrático de los Estados Unidos, Gran Bretaña,
Italia, México, y Alemania, a través del examen de las actitudes políticas y
las orientaciones agrupadas bajo la rúbrica de “cultura cívica”. Probablemente
el ejemplo más celebre de la tradición sociocultural del análisis político
sigue siendo la Democracia en América, de Alexis de Tocqueville. Quien resalta
la conexión entre los más de una sociedad y sus practicas políticas. Las
asociaciones cívicas, nos señala: por ejemplo refuerzan los “hábitos del
corazón”, esenciales para las instituciones democráticas estables y efectivas.
Estos presupuestos junto a otros aquí destacados, deben jugar un rol central en
el necesario análisis que debe promoverse en el debate de participación
orgánica ciudadana en el contexto actual.
En las variadas y contingentes iniciativas
acometidas por algunos grupos políticos que se han declarado como guías de esos
sectores al que nos referimos como ciudadanos, pero con escepticismo mucho
venezolanos advertimos que muchos de los tales mentores son reciclados
personajes de las incontables agrupaciones que tratando de ataviarse con
vistosos camuflajes, más allá de sus “enérgicos intentos”, no son sino el
residual de los viejos partidos también en trance, y que han intentado todo
tipo de sortilegios frente al neo-autoritario que regenta al país, además
fracasados casi todos ellos, y que en una especie de cómodo escapismo se han
autoabsuelto por todos su errores y omisiones, y con impúdica ingravidez ética,
atacan y condenan con asombrosa superficialidad cualquier acción ajena.
¡Cuidado con las utopías regresivas,pueden
ser peores!
A estos ensayos hay que quebrarle la espina
dorsal, su visión política torcida, predominantemente sostenida en estereotipos
conductuales que inducen a la irresponsabilidad, persiste en ellos el
voluntarismo de cuello corto, de repetir viejas practicas de grupalismo y
frivolidad, sin contenido ético ni programático, con insubstanciales tanteos de
conceptualización preñados de temáticas marchitas, que han contribuido a forjar
y mantener la base social de régimen, con todo los nulos logros en todos los
ámbitos de las políticas públicas, en los ya 15 años de despropósitos. En el
hoy, el trance agónico de la “revolución populista”, puesta en evidencia sus
limites y contradicciones, no justifica una vuelta atrás a un agotado pacto de
las élites, que nos yevó a la severa crisis de representación. Tampoco debe
significar prolongar la permanencia del Estado Petrodirigista-pretoriano,
tentacular y omnipresente con sus nefastas secuelas de ineficiencia,
despilfarro, sobrecarga burocrática, cleptocracia y como resultado casi nula
capacidad de respuestas ante las demandas ciudadanas en este momento de todos
los ámbitos de la sociedad. La redefinición del Estado providencial y por lo
tanto en una primera etapa, la vuelta al Keynesianismo, transformado o
“Neokeynisianismo” pasa en Venezuela por una estrategia de acumulación que
estimule la demanda efectiva y propenda a la creación acelerada de empleo
productivo y competitivo; fortalecimiento de las instituciones y de la
responsabilidad social del Estado. Un Estado fuerte no significa un Estado
autoritario, ni interventor, sino con responsabilidades bien delimitadas, con
reglas claras uso obligatorio de tecnologías para la trasparencia y una
consensuada cooperación entre el sociedad y el Estado, única y real salida al
flagelo de la pobreza y el casi nulo desarrollo en el complejo escenario de la
globalización de todos los procesos sociales, políticos, económicos y
culturales a partir de los nuevos paradigmas científicos y tecnológicos que
Venezuela y los países Latinoamericanos afrontamos por sus características estructurales
en condiciones desventajosas.
Pedro
R. Garcia M.
pgpgarcia5@gmail.com
@pgpgarcia5
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