"Así como las grandes infraestructuras tienen
cimientos restaurables, las sociedades también comportan referentes fundacionales, para darle pala,
pico y martillo a lo que toque reparar ...Esas bases son el pueblo"
Cuando hemos afirmado que Venezuela no es
desmantelable, lo hacemos partiendo no sólo de un hecho de estructural, sino de
orden cultural. Tanto hemos visto como se han ido deteriorando nuestras
autopistas, edificios u ornamentos, como nuestra educación y urbanidad.
Pero
son estructuras tanto materiales como humanas, que preservan una huella
indeleble de nuestra composición social, por lo que las bases para un
esplendoroso renacer, siguen firmes.
El Hotel Humboldt-un faro descomunal al borde de la
fila de la Silla de Caracas-como lo describía William Niño-Araque-con mirada al
Caribe y al Valle de Caracas; Las Torres del CSB de Cipriano Domínguez; La Cota
Mil, La Ciudad Universitaria de Carlos
Raúl Villanueva, alma mater en pleno centro de la capital; el edificio sede de
El Universal o de la Electricidad de Caracas, de Tomas Sanabria (arquitecto
venezolano egresado de Harvard, discípulo de Walter Gropius, fundador de la
escuela de diseño Bauhaus), conforman la cara de la ciudad "que es un
hecho político". Esa inmensidad,
acoplamientos y fachadas, no son más que expresión del clima, topografía y
tradición de nuestra gente. Elementos que han arrojado una arquitectura de lo
clásico a lo moderno, como se aprecia del Silencio al BCV o contemplamos de la
Cota Mil a la cima del Ávila, por un teleférico inspirado por el Francés
Vladimir De Bertrand y encargado al Ing. Gustavo Larrazábal y Tomas Sanabria.
Julio Bacalao Lara fuel el Ministro de Obras Publicas responsable de esta
majestuosa obra de Pérez Jiménez, lo que condujo al citado emporio edilicio, el
Hotel Humboldt. Hombres visionarios, audaces, talentosos-lugareños y
extranjeros- que unidos a una geografía insuperable, un clima sin igual y a una
gestión pública tenaz y disciplinada, han construido el perfil urbano de
Caracas y con ello el espíritu, carácter y personalidad de un colectivo que no
será diluido por la poquedad política. Porque la ciudad como "hecho
político" no existe sin el poder de sus ciudadanos, pero tampoco puede ser
desmantelada por lo oficial, cuando ese poder es inferior a la magnificencia de
su urbe.
Momentos de deterioro, vacíos o retrocesos sociales,
siempre han existido. Pero lo importante es tener la reserva ciudadana, humana
e histórica, para levantarse y
sacudirse. En los últimos tres lustros hemos puesto al descubierto lo peor de
nosotros. Tanto se ha puesto sobre la mesa el autoritarismo, cómo nuestros más
profundos egoísmos y lasitudes, factor facilitador de un discurso pendenciero
sobre una población que sin ser resentida
(por no tener consciencia de ello), fue embriagada de venganza y odio.
Una sociedad abandonada y olvidada por el peso de la indiferencia, caldo de
cultivo para la división, la lucha de clases y la violencia. Ese fue la dinamita que reventó, y es esa la
mecha que no supimos apagar. No niego que hemos llegado a un punto pasmoso de
corrupción y desparpajo institucional. Pero a la par de reprocharlo tenemos que
identificar con sinceridad y sensatez, nuestras propias deficiencias,
portadoras de sensibles carencias afectivas y grupales. Así como la grandeza de
nuestras estructuras son recuperables gracias a sus sólidas bases, la gloria de
nuestra impronta libertaria también es redimible y reivindicable. Ahí van
nuestros jóvenes, hijos de un matriarcado que todo lo provee (amor, sostén,
ejemplo, perdón). Ahí está nuestro talento, nuestro prosapia aspiracional y
nuestra sangre criolla matizada de multiculturalidad, de nobles inmigrantes y
de un potente mestizaje, que como
"ese descomunal faro al pie del mar y del valle de Caracas" no será
derribado por vientos de rutas muy cortas.
Nos hemos dejado llevar por "el resuélvemelo tu
u". Y bajo la muletilla "no lo supistéis resolver" hemos
diezmados nuestros ímpetus y la certeza de nuestras reservas morales y
ciudadanas. No hemos sabido querernos. Toda representación elocuente de lo que
hoy consume a la nación, la hemos delegado a la MUD-sic-cuando es al pueblo a
quien hay que ganarse. Así como las grandes infraestructuras tienen cimientos
restaurables, las sociedades también comportan
referentes fundacionales, para darle pala, pico y martillo a lo que
toque reparar. Esas bases son el pueblo. Es lo que llama Nietzsche en su
genealogía de la moral, la transvaloración de los valores. Lo "bueno"
sea popular o fervoroso, pronto será visto como malo o retardatario. Poco
importan las sanciones del norte. Las
más contundentes son las de los que más sufren, por lo que serán ellos
quienes pedirán más cuenta. La paz, la prosperidad y la convivencia son
posibles, cómo la refundación del Humboldt... La Venezuela potente, joven y
laboriosa volverá, pero si ofrecemos disculpas al pueblo a quien no hemos
aprendido a querer ni valorar.
Escribiendo estas líneas me entero de la partida de
mi querida amiga Isa Dobles. Una
Venezolana de pura cepa, indoblegable, libre y rebelde. "Si me tengo que
ir, volveré Orlando, porque mi país no se puede quedar así...Ya sabes que soy
sedienta de lealtad". Y aquí sigues
Isa, presente. QEPD
Orlando Viera-Blanco
vierablanco@gmail.com
@ovierablanco
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