Albert Camus dijo: “No tengo ni idea de si el azar determina nuestras opiniones políticas. Pero lo que sí sé es que no escogemos por azar aquello que nos deshonra”.
El
colaboracionismo, en política, es colaborar con el enemigo y se asimila a la traición, a la incoherencia
y a la carencia y humillación de la ética política. Eso es disfrazar el
concepto de diálogo, por cuanto colaborar con el enemigo a cambio de
protección, impunidad, notoriedad, coacción, miedo o dinero, es traición a la
democracia y a la dignidad de los carabobeños.
El
humillante colaboracionismo político se traduce en disimulada y bochornosa
capitulación contra el sentimiento liberacionista de la sociedad, donde,
parodiando a Betancourt, digo: No podemos aceptar ser peones en el tablero de
ajedrez del oficialismo. ¿Cómo puede haber diálogo sincero y decente en lo
económico entre dos personas donde, una es cómplice de la destrucción del país
y del aparato productivo y el otro nunca ha sido inversionista, comerciante o
siquiera dirigente gremial de la economía? Creo que eso no pasa de un encuentro
de dos en una barra entre abrazos y copas.
Es
lamentable pero hay que reconocer que la estructura política tradicional está
resquebrajada, no es funcional, no responde a los nuevos retos económicos,
políticos y sociales que vive el país;
presenta un trágico escenario de ruptura militante, la conformación de unas
tribus colaboracionistas y su alejamiento de la doctrina democrática.
Si
la sociedad y la democracia están enfermas, si no funcionan y por ello no
termina de consolidarse la unidad, es causa de la difusión de los partidos
políticos, por cuanto sus dirigencias se encuentran en el último lugar de
credibilidad y confianza, con un contundente rechazo social, con sus muy
contadas excepciones.
Los
partidos políticos, por definición, debieran ser los intérpretes y promotores
de la participación ciudadana, contribuir a la integración de la representación
social para lograr la necesaria unidad contra el régimen genocida; la función
de los partidos no es otra que la de articular las demandas sociales y sus
soluciones; sin embargo, de la teoría a los hechos hay profundos vacíos que
evidencian la crisis que atraviesan los partidos políticos, allí prevalecen los
intereses de las tribus burocráticas parasitarias, instaladas cómodamente en el
plano del humillante colaboracionismo acrítico, mediante un falso diálogo
disimulador de la genuflexión política en vista de la cercanía de elecciones
parlamentarias.
En
definitiva, la línea de capitulación política es contraria a los principios
democráticos del venezolano, se abandona la sociedad y se capitula ante el
Gobierno sin recordar que la filosofía oficialista inspirada en el castrismo no
se compagina con la estructura democrática del Estado venezolano, como bien lo
dijera Betancourt.
La
capitulación colaboracionista comentada es el resultado de la corrosiva función
de la humillación política a la cual estamos sometidos todos los venezolanos,
una deliberada imposición de pérdida total de la ética, la libertad, el control
y desarrollo de nuestros principios e intereses vitales.
El
régimen, mediante humillaciones y agresiones múltiples, inclusive tortura y
asesinatos, nos ha hecho perder el control de nuestras vidas, estamos
sumergidos en un proceso de carencias y amoralidad, con una ciudadanía
indefensa, acciones políticas que están corroyendo a la sociedad, esa
humillación distorsiona la realidad, el orden de prioridades y las condiciones
de vida y, aun así, ¿estamos en condiciones para capitular, para ser
colaboracionistas de nuestra propia destrucción? ¡Vaya ironía y cinismo
político!
Fernando
Facchin Barreto
ffacchinb@gmail.com
@fernandofacchin
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