jueves, 14 de agosto de 2014

ELINOR MONTES, JAMÁS RENUNCIAR A SER PERSONA

Mientras la tendencia mundial es hacia la disminución de la pobreza y al desarrollo de la creatividad, en Cubazuela la tendencia es hacia el empobrecimiento y el atraso. Cuando las instituciones de un Estado niegan a la persona y pretenden obligarla a financiar su propia destrucción, es un deber indeclinable y un derecho resistirse a renunciar a ser persona





Este nuevo sacrificio que se pretende imponer, aumentar el precio de la gasolina, es otra inmoralidad, el beneficio para la gente será ninguno, los perjuicios múltiples y considerables –pérdida de libertad, de autonomía, empobrecimiento, etc.-. Quien lo propone no lo hace para el bienestar ni el desarrollo sino para satisfacer su necesidad de mantenimiento del poder por siempre y de control total sobre la gente y sus bienes.

Prueba de que al régimen le importa nada el sufrimiento de la gente es su rechazo a cambiar su destructiva y empobrecedora política de control y negación a los nacionales, malversación, despilfarro y entrega de los recursos de la nación a sus jefes cubanos y demás camaradas aquí y en el mundo.

No hay arrepentimiento por la destrucción y el atraso inconmensurable en el que está sumergido el país, por el contrario, su eficiente plan de igualación hacia abajo, de extinción de la clase media y fuga de talento va viento en popa. Cada medida que asoma el régimen es para exprimir más y más el deprimido bolsillo de sus víctimas y mientras más tiene más gasta y más quiere, nunca se sacia.

Mientras este régimen exista no hay esperanza de que las cosas mejoren, todo dinero que obtengan tendrá el mismo destino que ha tenido la extraordinaria riqueza que han malversado, con las terribles consecuencias que hoy sufre la nación venezolana y que cada vez se agravan más porque lo que los mueve es la perversidad, desaparecer los vestigios de humanidad en la gente.

El reto es no perder de vista, ni en esta ni en las futuras generaciones, cuales son las obligaciones de las instituciones de un Estado: Garantizar la vida, la dignidad, la libertad, la justicia, la igualdad, la paz, la formación en valores y ciencia mediante una educación que posibilite el desarrollo de la personalidad y la capacidad para juzgar, creer y crear. Establecer las condiciones que viabilizan la generación de empleos rentables y estables, la constitución de familias, la planificación del futuro para una vejez tranquila, el acceso a los avances tecnológicos que se traduzcan en una mejor calidad de vida, en especial en la salud, en fin, procurar el bien común. 

Para afrontar dicho reto es necesario asumir que somos personas, definidas por Boecio y San Agustín como seres corpóreos, creados por Dios a su imagen y semejanza, dignos, autónomos, con libre voluntad, individuales, vivientes, sensibles, racionales, con imaginación, memoria y mente, capaces de ascenderse hacia las verdades mediante pensamientos, que aspiran a cosas divinas, capaces de conocerse a si mismos y superiores a los animales.

Ahora bien, cuando las instituciones de un Estado niegan a la persona y pretenden obligarla a financiar su propia destrucción es un deber indeclinable y un derecho de las familias, los maestros y los pastores de cualquier religión orientada a la preservación de la dignidad resistirse a renunciar a ser persona y formar para la resistencia a las futuras generaciones porque como dice Constanza Espinel: “No hay mayor esclavitud que la ignorancia con el agravante de que el ignorante no percibe que es esclavo”.
 
Elinor Montes
elmon35@gmail.com
@elinormontes

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