En su cacería contra
el ahora senador Uribe, Iván Cepeda ha utilizado todo tipo de
argucias, hasta la de acercarse a los enemigos históricos del comunismo
fariano. Su consigna parece ser llevar a Uribe a la cárcel y ayudar a que
Timochenko llegue al Congreso.
En
su empeño lo acompaña una jauría de reconocidos escribidores y un variopinto
elenco de políticos en el que juega, ya más de frente, el presidente Santos,
que predican la paz y la reconciliación mientras le declaran la guerra al
uribismo.
Su
salida más reciente es hacerle un debate al senador Uribe por su
responsabilidad en los crímenes del paramilitarismo con el apoyo de Claudia
López, la Juana de Arco colombiana. En la bancada del Centro Democrático nadie
se asustó y los retaron a realizarlo en un nivel más profundo de tal forma que
se consideren todas las variables del fenómeno paramilitar, la parapolítica y
por supuesto el de las guerrillas terroristas, sus crímenes de lesa humanidad y
su entorno o periferia civil.
Habría
que empezar por destapar los amplios nexos que las guerrillas han forjado hace
muchísimos años con sectores y personalidades políticas de todas las
tendencias, activistas de organizaciones gremiales, cooperativistas,
funcionarios públicos, académicos e intelectuales.
El
fenómeno de la paraguerrilla, que existe, no ocupa la atención de la Justicia
no solo porque ella sea inoperante ni porque de alguna forma se sienta el peso
de la profunda infiltración de que ha sido objeto, sino porque se ha instalado
a placer una teoría sociológica que justifica la lucha armada contra el Estado
colombiano.
Ríos
de tinta han corrido en los medios y en libros y revistas de carácter académico
en los que se defiende la idea de las bases estructurales del levantamiento
armado, se valida el delito político en el marco de una sociedad democrática,
se desestima la influencia de proyectos revolucionarios y de gobiernos que como
los de Cuba, la URSS y la China estimularon ideológica y militarmente la
creación de guerrillas “revolucionarias” en los años sesenta del siglo pasado.
La
ideología comunista, no obstante las denuncias y las evidencias de su carácter
totalitario y antidemocrático que apela a la “violencia revolucionaria” para la
toma del poder, ha servido de parapeto para que los crímenes de los regímenes y de los líderes comunistas como Lenin,
Stalin, Mao, Fidel, Hoxa, Ceacescu, Pol Pot, etc., sean vistos no como crímenes
de lesa humanidad, sino como hechos conexos al delito altruista de la rebelión
y cuota de sangre sacrificial inevitable para la redención de la sociedad.
La
periferia civil o entorno amigable de las guerrillas que en la actualidad es
más fuerte y eficaz que cualquiera de sus debilitados y degradados frentes
militares, nos quiere poner a bailar el son de la paz, anhelo convertido en una
cantinela, en fraseología, en producto mediático, en una medallita, no deja
aflorar las denuncias sobre las redes y conexiones de las guerrillas con
sectores de la sociedad civil.
La
labor que adelantan en la coyuntura actual se orienta a vendernos la idea de
una paz “con profundas reformas sociales”, que no castigue los crímenes de
guerra y de lesa humanidad, que le otorgue garantías de participación y
elegibilidad política a la comandancia, que no se entreguen las armas, que se
hable de “víctimas del conflicto” o del Estado y no de víctimas de las FARC o
del ELN.
Esta
noción de “víctimas” de un abstracto conflicto es una forma de hacerle el quite
a su condición de victimarios que nos recuerda la de las “víctimas de la
Violencia” que se impuso en los años del enfrentamiento liberal-conservador. En
el libro clásico, la Violencia en Colombia, de Guzmán Campos, Umaña Luna y Fals
Borda, se describe el proceso por medio del cual los huérfanos, las viudas y
los despojados terminaron echándole la culpa no a las guerrillas liberales ni a
la policía política ni a las chusmas godas, que nunca reconocieron sus actos
vandálicos, sino a una “violencia” etérea e impersonal.
Si
el senador Cepeda y sus camaradas quieren un debate, pues démosle curso. El
país está en mora de poner sobre la mesa todos los elementos, las variables y
las aristas del conflicto violento que hemos sufrido los colombianos en los
últimos cincuenta años. Sobre sus protagonistas visibles y clandestinos.
Necesitamos saber no solo lo que hicieron los paramilitares y sobre sus
relaciones con la clase política y empresarial o los desafueros del Estado. Es
preciso hacer el mismo ejercicio en lo que toca con las guerrillas y sus
aliados.
No
puede ser que sigamos pasando de agache en pedirle cuentas, por ejemplo, al
partido Comunista y a otras organizaciones de izquierda por su apoyo velado o
franco, ideológico o logístico a los grupos guerrilleros y por la apología de
la lucha armada y de la “violencia popular y revolucionaria”. El Comité Central
del PCC tenía entre sus miembros a “Tirofijo”, a “Jacobo Arenas” y a “Alfonso
Cano. Y en su seno hubo altísimos dirigentes, como Manuel Cepeda que, según
relato de Alvaro Delgado, otro miembro de ese Comité Central, en el libro Todo
tiempo pasado fue peor, instigaron, estimularon y apoyaron la tenebrosa
combinación de todas las formas de lucha. En honor de Cepeda Vargas un frente
de las FARC lleva su nombre. Colombia necesita conocer los archivos de las
sesiones de tantas plenarias del Comité Central de los comunistas para que se haga
claridad sobre sus responsabilidades en los crímenes de las FARC y que nos
expliquen, entre otras cosas, por qué los candidatos presidenciales de la UP,
según Delgado, tenían que presentarse ante el Secretariado de esa guerrilla y
cuánto tuvo que ver en el asesinato de algunos dirigentes de esa organización
que se opusieron a continuar apoyando la lucha guerrillera.
Ruben
Dario Acevedo Carmona
rdaceved@unal.edu.co
@darioacevedoc
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