A José Rodríguez Iturbe
Entre esos libros, “Die geistige Situation de Zeit” (La situación
espiritual de nuestro tiempo), de Karl Jaspers, escrita en los albores del asalto
al Poder por el nacionalsocialismo. En todos ellos se destaca su doble
vertiente: la decadencia de lo que fuera y las desaforadas esperanzas puestas
en lo que podría ser. Quienes hundieran sus sociedades en el abismo lo hicieron
creyendo abrir las puertas del amanecer. “La revolución francesa tomó el
inesperado decurso de obtener exactamente lo contrario de lo que pretendía
alcanzar en sus orígenes” escribió Jaspers. “La voluntad de alcanzar la
libertad humana se transformó en el terror que destruyó toda libertad.”
Desde luego: no faltan los ensayos interpretativos
de nuestra crisis endémica, que Mario Briceño Yragorri, uno de los venezolanos
más ilustrados del Siglo XX, encerrara en una botella lanzada al mar de la
incomprensión: Mensaje sin destino, publicado en 1951. Y cuyo subtitulo es toda
una declaración de principio: “Ensayo sobre nuestra crisis de pueblo”. Su razón
suficiente no la encuentra Briceño Yragorri en las sombras que proyectan las
crisis sobre los caprichos de los personajes de que se sirve para expresar sus
acciones – traiciones, rencores, debilidades y rupturas existenciales de
políticos y hombres públicos – sino de las raíces del pasado y su efecto
irreductible sobre las veleidades del presente: “Por hábito de historiador yo
estudio siempre el pasado, pero es para buscar en el pasado el origen del
presente, para encontrar en las tradiciones de mi país nuevas energías con que
continuar la obra de preparar el porvenir”. Son las palabras de Gil Fortoul
dichas en el Senado de la República que encabezan los epígrafes con que Briceño
Yragorry arranca su obra. Uno de los más lúcidos llamados de atención
producidos por intelectual alguno en la historia de nuestras desventuras.
Walter Benjamin, el gran pensador alemán, en su Teoría sobre el concepto
de la historia iba más lejos: recomendaba comprender el presente como el ámbito
de los frutos del pasado. Y veía en ese pasado la permanente amenaza de la
crisis de excepción en que estaba sumida Europa, hundida en los abismos del fascismo.
Es evidente que sin las figuras de Lenin o de Hitler es imposible comprender el
ascenso del totalitarismo. Pero ese ascenso había sido preparado con el
advenimiento mismo de la sociedad industrial y las transformaciones
sociopolíticas derivadas de la Revolución Francesa. Como lo advirtiera con
extraña clarividencia el pensador español José Donoso Cortés y lo anunciara con
su angustioso llamado Sören Kierkegaard, ambos a mediados del Siglo XIX. Así
nos suene profundamente contradictorio, el progreso suele venir aparejada con
la barbarie.
¿A
qué se refería Briceño Yragorri cuando hablaba de crisis? “En Venezuela,
desgraciadamente, hay, sobre todas las crisis, una crisis de pueblo”. Y veía la
sombra devastadora e imperturbable que esa crisis proyectaba sobre la frágil
identidad nacional en dos fenómenos íntimamente entrelazados, que se
retroalimentan: la carencia de conciencia histórica y, por lo mismo, la trágica ausencia de continuidad histórica.
De ambas carencias hacía derivar la etiología de nuestro mal nacional: la
discontinuidad del esfuerzo democratizador, civilizador de la Venezuela
republicana. Y la dolorosa reiteración de nuestras recaídas en la barbarie.
Sobre ese montón de ruinas en que descansa nuestra fractura inveterada
se alza, naturalmente, la liviandad intelectual, la inconsciencia histórica, la
farandulización de las responsabilidades. Uno de cuyos efectos más fútiles es
la visión individualizada de los conflictos y la simplificación de los causales
de la crisis que hoy sufrimos. Que algunos destacados protagonistas del pasado
hacen descansar en ciertos rasgos del carácter de sus antagonistas: el rencor,
el despecho, la ambición, la sobrevaloración de las propias capacidades y la
mezquindad de algunos de nuestros líderes fundadores. En ellos se encontrarían
las causas inmediatas de rupturas y desuniones que facilitaron el asalto de la
barbarie. Lo que no pueden explicar, sin embargo, es la existencia misma de esa
barbarie. La misma que ha acechado latente, incubándose en las sombras, a la
espera de dar el zarpazo que jamás dejó de estar presente en el sustrato de la
sociedad venezolana, desde los momentos mismos de su fundación como Nación
independiente.
Es
hora de abrir nuestras mentes a la comprensión global y en profundidad de
nuestra crisis de pueblo. No andar repartiendo demagógicas dispensas para
obtener compensaciones en votos, de modo a alcanzar los cambios gatopardianos
de la mediocridad política, sino enseñar las verdades en que incurre la
inconsciencia histórica de nuestro pueblo. Ir al estudio de la historia para
hacerle seguimiento al mal inveterado que se cierne sobre nuestros esfuerzos
civilizatorios y hoy constituye la amenaza concreta de disolución de los lazos
de nuestra nacionalidad y la desaparición misma de la República. Los personajes
serán juzgados por la historia. El pueblo seguirá siendo el mismo, si las
nuevas generaciones no comprenden la dimensión del desafío que enfrentan y la
hondura y radicalidad de las soluciones.
La
de Venezuela ni es una crisis coyuntural ni se debe a la debilidad y traición
de los hombres, que las acompañan: es una crisis de pueblo. Sólo podrá ser
enfrentada exitosamente por quienes tengan la capacidad intelectual, la cultura
y el coraje de enfrentarla sin acomodos ni medias verdades. Dios fortalezca a
los que sí pueden.
Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
@Sangarccs
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