viernes, 8 de agosto de 2014

ANDRÉS HOYOS, EL CATATUMBO, UN AÑO DESPUÉS, CASO COLOMBIA

Plinio Apuleyo Mendoza publicó el sábado en El Tiempo una crónica impactante llamada “Viaje a las entrañas del Catatumbo” que, si pasó más o menos desapercibida, fue porque este veterano periodista sufre del síndrome del pastorcito mentiroso.

Como más de una vez ha disfrazado de lobo feroz a lo que no era más que un poodle belicoso, pocos le creen. Esta vez, sin embargo, no se trata de la versión maquillada que Plinio da, digamos, de la vida y milagros del condenado general (r) Rito Alejo del Río, sino que dejó hablar de largo a un funcionario innominado que fue testigo de la manera obsecuente en que funcionarios del Estado entregaban dinero del erario sin preocuparse por que probablemente fuera a parar a manos de la guerrilla.
De la preponderancia de las Farc en esta zona se sabe hace mucho. Álvaro Sierra, un cronista al que nadie acusaría de derechista, escribía en 2012 en Semana: “Hoy el Catatumbo es quizá el único lugar de Colombia donde las Farc lograron copar los espacios dejados por los paramilitares. ‘Ven todo, saben todo’, dice un habitante”. Es, en efecto, una situación excepcional, pues son pocos los lugares con tradición violenta en Colombia donde hoy sigue predominando un solo agente armado.
Plinio se descacha, en cambio, al sugerir que el Catatumbo es un microcosmos del país. No hay tal. En toda la región viven algo más de cien mil personas, por ahí el 0,2% de la población nacional, y los municipios propiamente rojos —El Tarra, Teorama, San Calixto y Hacarí— suman treinta mil votantes, el uno por mil del censo electoral. Lo que no se puede negar es que esta región tan poco poblada tuvo en vilo al país hace un año con un paro de gran notoriedad, que estuvo a punto de poner patas arriba nuestra vida política. Un segundo desplante como el de 2013 justo antes de las elecciones presidenciales, y mañana se estaría posesionando el presidente Zuluaga, no Juan Manuel Santos.
Tampoco es la primera vez que las Farc y sus aliados usan una palanca pequeña para producir grandes efectos mediáticos. Lo que no parecen entender es que son efectos mediáticos contraproducentes en materia política y, muy en particular, electoral, como se vio en las elecciones parlamentarias de marzo, cuando los movimientos afines a la guerrilla fueron barridos casi sin excepciones. De ahí que uno no entienda el miedo de algunos por el futuro político de quienes van a dejar la lucha armada. Con esos métodos, no van para ninguna parte.
Aunque yo recorrí buena parte del país por carretera cuando todavía era posible hacerlo, nunca pasé por el Catatumbo. Me dicen que es una zona espectacular con un inmenso potencial, más grande por fortuna que la tremenda tragedia que ha vivido y que tiene a muchísima gente cultivando coca, en vez de, por ejemplo, cacao, un producto escaso en el mercado mundial desde hace décadas y que, según las proyecciones, seguirá siéndolo por varias más.
Caer, como cayeron en el Catatumbo, en manos sectarias no les ha servido a los lugareños de nada. César Jerez, el notorio dirigente “campesino” formado en la URSS —estudió geología en Bakú, capital de Azerbaiyán— que mandaba a callar durante el paro, ha salido del foco noticioso y ahora aparece dando entrevistas en Oslo. Paracaidistas como él tienen poco que ofrecer a los campesinos del Catatumbo. El Estado, hay que decirlo, tampoco ha sabido darles lo que necesitan. Tal vez sólo una paz exitosa sirva para sacarlos de la encrucijada.
Andres Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes 

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