¡No
hay nada que quisiera más que quedarme en Venezuela! Son las palabras que más
me impactan de este joven de 17 años. Su amor por nuestro país es tan grande
como su corazón; a pesar de haberle visto la cara a la muerte en medio de una
de las tantas protestas que llevaron a cabo los jóvenes venezolanos, su pasión
por la patria permanece intacta. La lesión por la que lleva varios meses
caminando con dificultad no le ha quebrantado su espíritu. Nicolás es una digna
representación del coraje con el que cientos de jóvenes venezolanos han
expresado su amor por nuestro país.
Empezó
a marchar en febrero de este año motivado por la aplastante frustración que le
producía toda la represión de las autoridades en contra de los manifestantes.
Cada muerte se convirtió en un impulso para salir a la calle. _ Amo a la gente
de este país, amo su cultura, su comida, la manera en que son capaces de
sacarle un chiste a los malos momentos, me expresa. Como quien se confiesa, también
me cuenta que cuando se tomaban de las manos cantando el Himno Nacional lo
embargaba un sentimiento tan profundo que siempre se le ‘aguaban los ojos’.
Al
escucharlo, no tardo en sentir como se humedecen también los míos, como afloran
en mi los mismos sentimientos que hicieron a Nicolás vivir esta historia, entre
tantas historias no contadas. Como la que le refiere el médico especialista en
una de sus sesiones de terapia para restituir la lesión del nervio ciático
postero-lateral que ahora le impide la marcha normal. La de aquel hombre que
fue brutalmente golpeado por la GNB, quienes creyéndolo muerto lo lanzaron por
un barranco, pero el asta de una bandera lo mantuvo colgando… Hoy asiste al
mismo lugar que Nicolás para ser tratado de sus lesiones.
Era
el 26 de abril, comenzó a marchar en Chacao rumbo a Santa Fe. Al ser advertidos
de la presencia de las autoridades represivas decidieron tomar los caminos
verdes. Al llegar a Santa Fe fueron emboscados por la GNB, en su desesperación
corrieron penetrando el barrio a la orilla de la autopista; subiendo
escalinatas, saltando de un techo a otro, esquivando perros bravos, bombas
lacrimógenas, toda clase de maldiciones y hasta personas que con machetes les
amenazaban para que no entraran en sus casas.
En
la carrera en la que sus piernas trataban de alcanzar al latido de su corazón
pudo constatar una vez más que Venezuela es un país dividido; oyó a algunas
personas que parecían extender su mano de ayuda llámandolos para esconderlos en
sus casas, pero luego mostraban la mano de la traición llamando a la GNB para
descubrirlos. Confió en una señora que les dijo que no hicieran ruido porque su
vecina era chavista, pero ya era tarde, se escuchó una voz decir: _ Por aquí
están. E inmediatamente apareció un guardia apuntándolos con una 9 mm.
Trató
de continuar la huida, pero al trepar para luego saltar se quedó enganchado.
Para ese momento ya habían llegado otros efectivos, se dejó caer al piso. Fue
sometido junto con otros; allí los patearon, los golpeaban en la cabeza con las
cachas de las pistolas, mientras vociferaban: _ malditos sifrinos. Era
imposible cubrirse, los golpes eran de todos para todos, venían de todas las
direcciones, no respetaban órganos vitales, mucho menos el grito de su voz: _
Soy menor de edad, soy menor. De
repente, llegó la salvación, era un jefe: _ Ya, ya, déjenlos. Pero mientas los
subalternos obedecían la orden, el jefe se convirtió en el verdugo prodigando
los golpes.
Suspira
profundamente, como quien trata de aliviar una gran angustia. Me cuenta que el
agente que lo llevaba tenía algo de sobrepeso, lo cual le impedía moverse con
rapidez. La intrincada arquitectura del lugar obligaba a que se subieran a un
muro. _ Súbete tu primero y si corres te mato. Subió, pensó en su vida, entonces también saltó al
techo próximo y de ese al siguiente. Escapó de un guardia, pero en la huida se
encontró con otro. A la voz de alto, no se detuvo, estaba decidido a salvar su
vida. Volvió a saltar mientras una lluvia de balas trataban de alcanzarlo. Esta
vez, el recorrido de la caída se sintió más largo, la caída más fuerte.
Mira
Nicolás, es confuso explicar la altura desde la que el Nicolás de esta historia
saltó. Me dijo que entre todos los muros que trepó y saltó ese día, ese último
pareció ser el más alto de todos. Uno de los chamos que lo vio, le dijo a su
mamá que Nicolás había saltado como desde un tercer piso. El salto lo salvó de
caer en las manos de la GNB, de sufrir las torturas que muchos han vivido.
Confiamos en Dios que también se salvará de esta lesión, que pronto volverá a
caminar con la destreza de su edad. ¡Mira Nicolás, lo que le pasó a Nicolás!
“Cuando
los justos dominan, el pueblo se alegra; mas cuando domina el impío, el pueblo
gime”.
Prov.
29:2
Rosalia
Moros de Borregales
rosymoros@gmail.com
@RosaliaMorosB
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