Para
la cosmovisión personalista y comunitaria del mundo, las sociedades nacionales,
con su política, poder y Estado, deben, en democracia, apoyarse sobre valores que no provienen de
fuentes históricas como el liberalismo individualista, el marxismo o de variantes
totalitarias como las nazis y falangistas, sino de las profundidades del
pensamiento cuyas raíces están inspiradas en el Evangelio.
LOS LIBROS DE LA BIBLIA |
Por ello, la democracia
se presenta como exigencia de la personalización, continua y sin fin, de todos
y cada uno de los miembros de toda sociedad nacional. Esa personalización se
apoya, de manera muy importante, sobre la libertad de elección de su destino personal
que toda persona tiene y debe serle respetado, así como en ejercer
cabalmente su responsabilidad con el todo social que significa el
Bien Común General y su correspondiente Obra Común, realizada con la
participación que, moralmente, obliga a todos los miembros de cada Sociedad.
En
el seno de cada Sociedad, la igualdad de las personas significa una equivalencia
entre éstas que revela su
inconmensurabilidad en el destino
singular de cada una y reconoce que, si bien todos los seres humanos somos
iguales en dignidad y que tal dignidad debe ser respetada para todos, cada uno
es radicalmente distinto en su interioridad de voluntad, pensamiento,
aspiraciones y senderos de realización personal, por lo que la Sociedad tiene
que proporcionar los medios e instrumentos proporcionados para que se ajusten a
cada condición personal de sus miembros. Se trata, entonces, de que la Sociedad
debe, ineludiblemente, instalar un espectro muy amplio de medios e instrumentos
institucionales para que todos y cada uno de sus miembros tengan efectivas
oportunidades para realizarse como personas.
El
desarrollo de tal igualdad de oportunidades, es paralelo al de la libertad de
independencia que, a diferencia de la libertad interna o libre albedrío que es
un don del Creador, la libertad de independencia
debe ser proporcionada por el cuerpo social o, si no es así, conquistada por
sus miembros en el seno de su propia sociedad.
Tal
desarrollo humano y personal favorece, y, al mismo tiempo se ordena a la
elevación moral, económica, social y política del todo social y de la multitud
de sociedades intermedias que lo constituyen y
se
alojan en su seno.
La
democracia verdadera no se agota en el bienestar de la población, ni obedece a
la supremacía del número que puede llegar a
confundirse con las influencias y
la fuerza. Por otra parte, no es cierto que la “voluntad del pueblo” sea un
absoluto infalible. Ciertamente, la consulta
a la voluntad de las personas miembros tiene un papel indispensable y
fundamental, pero en todo caso debe ser personalmente expresada y nunca
orientada, dirigida o explotada mediante compras de conciencia facilitadas por
necesidades de las familias o personas singulares. Esas manipulaciones
hipnóticas, son impuestas por propagandas masivas y engañosas y difundidas por
personas que buscan favorecer sus propios intereses, sea directamente o a
través de medios de comunicación presionados por la fuerza.
La
democracia se establece, en su más puro y alto nivel, sobre la base del
equilibrio entre los diferentes centros del poder social: político, legislador,
judicial, económico, educativo, comunicativo, organizados verticalmente pero
coordinados y articulados de manera horizontal.
Implica
también la democracia, una adecuada desconcentración y descentralización de
manera que las entidades regionales y locales asuman directamente la
responsabilidad de los asuntos que les
afectan particularmente y sobre cuyas decisiones deben tener capacidad y
competencia. El poder centralizado, muy generalizado en nuestra América Latina,
es un adefesio. Un factor del retraso y subdesarrollo que, históricamente, han
caracterizado a nuestras naciones hermanas. En nuestro subcontinente Sur, el
único país verdaderamente descentralizado es Brasil y, en menor medida Uruguay
y Argentina.
La
centralización asfixia a los pueblos, impide su crecimiento y desarrollo
armónico y favorece el establecimiento de dictaduras y tiranías de cualquier
signo político que, al tener como propio el trasfondo histórico populista que
nos ha caracterizado, han condenado a nuestros pueblos a depender de unos
centros de poder que cercenan sus libertades y posibilidades de desarrollo,
tanto personal como social.
Sin
embargo, no se trata la descentralización de una concepción granular de la
Sociedad Nacional que anime particularismos negativos, o
que signifique pueriles e inaceptables idealizaciones de la realidad social
incompatibles con las características y exigencias del presente
Estado
moderno.
En
efecto, el Estado debe descargar sobre las diversas regiones, subregiones y
comunidades de la Nación, aquellas facultades y tareas organizativas que no le
correspondan de manera directa, sino el mantenerse, en todas las instancias,
como centro de planificación, coordinación, control y arbitraje supremos, así
como también cual representante y garante supremo del todo social hacia lo
externo.
La
democracia ha de ser, por definición, participativa. No se trata, como algunos
piensan, que los poderes centrales del Estado le “participen” a las instancias
regionales lo que deciden en la Capital de la Nación. Se trata, si, de
institucionalizar la participación de las regiones y sus habitantes, en la
corresponsabilidad libre de sus propios intereses. Para ello, será menester:
a) Establecer un nuevo ordenamiento
económico-jurídico capaz de hacer
emerger los valores de toda la población. No se trata, desde luego,
de crear o reforzar instituciones “para dar” (asistencialismos, paternalismos o
proteccionismos), sino de promover y crear las vías, los medios y las
organizaciones “para pedirles” a las poblaciones e instancias regionales de
gobierno; esto es, para incorporarles a una activa participación en el
desarrollo y en los procesos organizativos, productivos, educativos, etc., de
la Nación.
b) Establecer un nuevo ordenamiento
jurídico-político orientado a realizar efectivamente la aceleración de procesos
que hagan que el pueblo todo de la Nación, sea realmente el sujeto del cambio
mediante la
asimilación y toma de conciencia de valores de los cuales ha sido históricamente
despojado: personalidad, responsabilidad, dirección,administración, etc.; y de valores que existen fuera de él y que no
desarrolla o recibe: valores morales, intelectuales, técnicos, científicos,
estéticos, productivos, etc. Para esto,
es menester un gran esfuerzo para realizar, en verdad y no en palabras, la
justicia social, valga decir, igualar las posibilidades y aptitudes entre sectores
desiguales, incluido el acceso a la propiedad de medios de producción, a fin de
incorporar a la población, en su totalidad, al proceso productivo y de
desarrollo general del país.
El
más alto grado de la participación es la codecisión. Por múltiples razones, no
es posible pensar en la codecisión de todos. La democracia implica delegación,
representatividad y, sobre todo, confianza, lo que, por inalcanzable, sustituye
una utópica, por inalcanzable, codecisión general.
En
el estado actual del desarrollo democrático
--en términos generales-- la
exigencia de la población es más el de una mejor información que el intervenir
directamente en la toma de decisiones, muchas de las cuales escaparían a las
competencias, vocaciones, habilidades y aptitudes, o a los conocimientos de
mucha gente. Se trata, de inicio, de establecer una doble corriente de
información que asuma carácter prioritario e inmediato: primera, de la población hacia las dirigencias
locales descentralizadas, son entidades en las que se tomen las decisiones, a
fin de que éstas instancias se enteren y se vean comprometidas con las
opiniones, necesidades y exigencias de sus
gobernados; segunda, en sentido inverso,
para que la población reciba
las debidas explicaciones y justificaciones de los actos y decisiones que les
proponen quienes tienen la responsabilidad de realizarlos; tercera, que del fruto de los diversos
intercambios se alcance un consenso que incorpore las propuestas posibles y
útiles que ambas partes acuerdan realizar.
Esto, por supuesto, supone que se instalen ámbitos para conocer los
puntos de vista y razones de una y otra parte y se aprueben las decisiones
acordadas.
De
esa manera, la democracia dejará de ser una palabra cuasi misteriosa y carente
de real significado, para transformarse, progresivamente, en una vivencia
concreta, deseable y, por tanto, respetada y defendida.
De
lo restante, el problema real de la participación de nuestra población de bajos
niveles, sea de recursos y de instrucción, el poder político
consciente, sea indirecto a través de los partidos políticos o directo en
funciones de gobierno tiene, como previa exigencia, la necesidad de encuadrar a
esas personas, una vez socialmente integradas, en el conocimiento y progresiva
participación en las instituciones políticas. La realidad muestra, en todas las
latitudes, que la verdadera participación en lo político pasa, principalmente, por
la experiencia en los partidos políticos democráticos.
En
efecto, el principio reza que la soberanía pertenece al pueblo tal como lo hemos
entendido (y no como masa informe); la práctica muestra que dicha soberanía es
vivida y ejercida mediante la intermediación de los partidos que operan cual
escuelas de formación política. Pero es menester que los partidos no se
conviertan en frenos u obstáculos que limiten la soberanía popular porque la
reduzcan o anulen a fin de asumirla por cuenta propia, sino que sean verdaderos
instrumentos de activación de la voluntad popular en las realidades locales, regionales
y nacionales y, al mismo tiempo, sean transmisores de esa voluntad hacia las
instancias del Estado en su realidad política constitucional.
Por
lo tanto, la democracia viene a ser una exigencia de renovación de los
partidos políticos. Tal renovación ha de consistir en:
a) Una apertura democrática interna de los
partidos que implique la supresión de trabas y resistencias que puedan impedir
o limitar la participación de sus miembros en la vida política interna de
éstos. Será, por tanto, necesario, que el miembro o militante se sienta parte del
partido. Para ello debe tomar plena conciencia de su condición y dignidad de
persona, de ciudadano de la Nación y de miembro de una organización
democrática con los derechos y deberes que a cada condición corresponden. De
esta manera, la participación en la vida interna del partido comienza con la
formación política de sus miembros.
b) Inmediatamente, es necesario instaurar
o restaurar el ejercicio efectivo de una democracia en lo interno de los
partidos. Esa democracia será directa e indirecta.
1º)
Directa en todas las instancias en las que sea materialmente posible, lo cual
se irá logrando, progresivamente, mediante la formación política principista y
democrática. Especial importancia van a tener, en tal sentido, los organismos
de base, en los que la participación signifique la toma de contactos con la
vida de la colectividad de miembros del partido y de las realidades y
necesidades de la población correspondiente a su pertenencia como ciudadano, de
cuyas necesidades y problemas debe participar a los niveles de dirección del
partido.
2º)
Indirecta, en aquellas instancias en las que el carácter técnico de las
decisiones no permite, en muchos casos, que sean ventilados ciertos asuntos
ante la simple opinión y, en consecuencia, se tiene de nuevo la noción de representación
que debe ser legítima y verdadera, no manipulada ni mediatizada o determinada
por artificios que desvirtúen su naturaleza.
c) El complemento indispensable de la
participación es la doble corriente de información de la base a la cima y a la
inversa. Todo ello refuerza al miembro en sus convicciones y sentidos de responsabilidad
ante el partido y ante el país.
d) Apertura democrática externa, tarea
indispensable para garantizar la democracia en las sociedades modernas. Los partidos tienen tendencias a cerrarse en
su propio mundo, pero deben rechazar ser
clanes o “ghettos” en la sociedad nacional para abrirse al diálogo y
a la participación efectiva de quienes, sin tener militancia específica --o ideologías o compromisos políticos con
otras tendencias-- tengan el mérito y la
capacidad de aportar ideas, esfuerzos y experiencias en beneficio de las
superiores exigencias del Bien Común General.
Pedro
Paúl Bello
ppaulbello@gmail.com
@PedroPaulBello
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