No
hubieran modelado mejor para aquel genio de la pintura barroca holandesa que se
llamo Rembrandt van Rijn (1606-1669. Leyden. Holanda) cuando lidiaba con su
insuperable “Lección de Anatomía”, los asesinos que la mañana del domingo
pasado irrumpieron en el quirófano de la emergencia del “Hospital Clínico de la
Ciudad Universitaria” de Caracas y dieron cuenta de las vidas - a balazo
limpio- de un paciente que intervenían quirúrgicamente y de un hermano que lo
acompañaba.
Estupefacción,
gritos, terror entre los médicos y enfermeras que hacían su trabajo, destrozos
en el techo, piso, paredes, en la cama y los sofisticados equipos que le
costaron cientos de miles de dólares a la institución, en algún instante
protestas y enfrentamientos con los asesinos, pero sin que pudieran evitar que
el anestesiólogo también resultara herido.
De
todas maneras, otro hecho de sangre que en cualquier país del mundo habría
generado un enorme rechazo y olas de ira y pavor, pero que en la Venezuela del
“hombre nuevo”, en la que, igualmente, llaman del “Socialismo del Siglo XXI”,
solo gana unos pocos titulares en la prensa y medios audiovisuales (en un 95
por ciento controlados por el gobierno), hasta que son sustituidos por otro
horror que casi siempre concluye con víctimas y escenarios cada día más
insólitos e inimaginables.
¿De
dónde salen tales criminales y cómo es que pueden operar con tan escandalosa
comodidad e impunidad? ¿Quién los arma y dota de armas de destrucción
incontrolable y procura los medios para que puedan dedicarse casi con
exclusividad a esta afición o deporte que es asombro, perturbación y pánico
para quienes los sufren y conviven con ellos.
Pues
de las teorías que se fraguan en estados débiles, “fallidos”, y, decididamente
“forajidos” (como los de Chávez y Maduro), que, sin apoyos políticos y
militares consistentes, fuertes, ni de confianza, les encargan a estas bandas
de civiles armados, irregulares y al margen de la ley, las tareas de reprimir a
opositores democráticos, de acosarlos y perseguirlos hasta la tortura y la
muerte.
Son
los mecanismos que usan para decir que no fue el gobierno y sus cuerpos de
represión, -ni mucho menos los oficiales y matones de la Guardia Nacional y el
Ejercito- los que incurren en tamañas violaciones de los derechos humanos
(blindándolos de acusaciones ante tribunales penales nacionales e
internacionales) sino estos “espontáneos” que de “puro amor” por la revolución
y sus caudillos matan y exponen sus vidas.
Sin
embargo, con pruebas contundentes puede afirmarse que son organizados desde el
Estado, se les paga como a siniestros mercenarios, se les da entrenamiento y
equipos de exterminio, y hasta se les entregan barriadas populosas como feudos
donde cobran impuestos, imponen la vigilancia, controlan los servicios, administran
justicia y establecen “su Ley”.
Son
los llamados “colectivos” que operan a lo largo y ancho del país, pero
básicamente en las ciudades donde las debilidades del gobierno lo tienen
huérfano de apoyo popular, expuesto a explosiones que pueden en cualquier
momento expulsarlos del poder, y precisan de un refuerzo eficaz que, además,
ejecute los trabajos más sucios.
Se
vio en la represión que perpetraron la Guardia Nacional, la Policía Nacional y
las tropas del Ejército contra las manifestaciones estudiantiles que se
iniciaron el 12 de febrero pasado, y en las cuales, los paramilitares que
llaman “colectivos”, no pocas estuvieron en la vanguardia y la GB, la PM y el
Ejército en la retaguardia.
Pero
no se piense que inactivas, sino tomando la ofensiva si los “paras” fallaban, o
eran identificados en los medios, o prestando un utilísimo apoyo de
inteligencia para saber dónde, cómo y a quién atacar.
Fue
un manual coloreado y multidimensional de la “Guerra Asimétrica”, de aquella
que se inició en los países del África subsahariana a mediados de los 80, pero
que solo tomó cuerpo en la fragmentación de la exYugoeslavia después de la
caída del comunismo y dio lugar a que ejércitos regulares disminuidos de
aliaran a bandas de delincuentes de todo tipo (narcotraficantes,
contrabandistas, mercenarios, terroristas) para llevar a cabo la “limpieza
étnica” y las matanzas de exterminio cuyo recuerdo aun perturba al mundo.
Fue
la guerra que llamó la atención de expertos como Mary Kaldor (“Las nuevas
guerras”), Raúl Sohr ( “Las guerras que nos esperan”) y Robert D. Kaplan (“La
anarquía que viene”), y que los forzó a la conclusión de que los nuevos
conflictos bélicos no se regirían por las leyes y convenciones establecidas
durante dos siglos, sino por un oleaje de inhumanidad e ilegalidad extremas
donde “valía todo”.
Pero
también de los cuerpos de inteligencia de las dictaduras sobrevivientes del fin
de la “Guerra Fría” y del colapso de la Unión Soviética, los cuales
percibieron, que el nuevo formato de la confrontación entre naciones y clases
debía tomar nota de esta forma de sustituir unas fuerzas armadas desfasadas, y
sin capacidad de acceder a la tecnología de los vencedores, por unos grupos de
civiles armados, demenciales y delictivos que se podían prestar a cualquier
tipo de violaciones de los derechos humanos.
Puede
afirmarse sin pocos márgenes de error, que fue a través a de la inteligencia
cubana como la “Guerra Asimétrica” llegó a los predios de la temprana
“revolución” chavista, pero que hubo un acuerdo de conjunto para percibirla
útil en un contexto en que el ejército regular heredado del “ancien regimen” se
mantenía intacto y la doctrina internacional vigente condenaba (por lo menos en
teoría) las transgresiones a la Constitución y los atentados contra el estado
derecho.
Lo
cierto es que, después de la frustrada intentona por derrocar a Chávez el 11 de
abril del 2002, los chavistas empiezan a hablar de la “Guerra Asimétrica”, de
que es necesario prepararse para la misma, y que, si no se recurre a tal diseño
en los conflictos por venir, el imperialismo yanqui terminaría dando cuenta de
la revolución, su caudillo y su gobierno.
Me
acuerdo que al poco tiempo de introducida la novedosa estrategia, en el 2005,
un irreconocible general Raúl Baduel, -oficiando como ministro de la Defensa-,
patrocinó la publicación de un libro de moda entre la retroizquierda global,
“La guerra periférica y el islam revolucionario: Orígenes, reglas y ética de la
Guerra Asimétrica” del político y politólogo neofascista español, Jorge
Verstringe; y que el difunto general, Muller Rojas, se explayaba en
entrevistas, conferencias y declaraciones sobre “las características” de la
“Guerra Asimétrica”.
Pero
lo más significativo es que, en esos años, nacen los primeros “colectivos” de
civiles armados, que reúnen activistas presuntamente revolucionarios a quienes
se les permisa el porte de armas y que “para defender” la revolución.
Son
financiados desde la alcaldía del municipio “Libertador” de Caracas, o de
ministerios, o de empresarios particulares que pagan de esa manera los
contratos que reciben de la administración.
Lo
que no sabían “los revolucionarios”, fueran cubanos o venezolanos, es que en la
medida en que el estado castrochavista se corrompe y debilita, los “colectivos”
se convierten en miniestados que pactan con el hampa común y organizada, y a
dos manos, controlan el negocio del narcotráfico, el contrabando de armas, los
secuestros, y el total de ilicitudes que se desata cuando un gobierno
desaparece.
Pero
aun más: un estado “fallido y forajido” cuya única ideología es el miedo y la
corrupción, los une a las fuerzas de ocupación cubana, y operan como un estado
mayor que es el que trasmite las órdenes a los seudo-generales de la FAN:
Rodríguez Torres, Noguera Pietri, Manuel Quevedo y López Padrino
Los
asesinatos en el quirófano de un hospital de Caracas, son un modelo para medir
el alcance del poder de estos criminales, pues reúne a un Colectivo, “El Divino
Niño”, un barrio, “Los Sin Techos, y unos vecinos del mismo que no obedecen las
órdenes de los cabecillas de “El Divino Niño” (unos expolicías) para que se
retiren a sus hogares pues estaban fiesteando en una cancha y era ya de
madrugada.
Hay
una discusión que deviene en refriega y del “Colectivo” sale una bala que hiere
gravemente en el estómago a un vecino. Este es recogido por un hermano que lo
lleva en un auto al “Hospital Clínico” donde es ingresado de urgencia a un
quirófano para ser intervenido y allá, siendo las 7,30 de la mañana, van a
buscarlos los asesinos, cuyo nombres jamás sabremos, ni los móviles que los
llevaron a dar su audaz “lección de anatomía”.
Como
tampoco sabremos quienes asesinaron hace tres meses al concejal, Eliécer
Otaiza; ni hace dos al sindicalista Marcos Bayón, “El Gordo”, a su salida de
una reunión con Maduro en Miraflores; y hace uno, a un empresario alemán cuando
se bajaba de una camioneta blindada, rodeado de guardaespaldas, a las puertas
de hotel “Eurobilding”.
Son
algunas de las últimas fichas del genocidio que se perpetra en Venezuela desde
el gobierno, y que, solo en Caracas, para el mes de junio, ya se acercaba a las
5 mil víctimas.
Pasarán
con creces los 25 mil del año pasado y a cuyo guarismo ya los venezolanos se
acostumbraron a ponerle una etiqueta: “Hecho en socialismo”.
Manuel
Malaver
manumalm912@cantv.net
@MMalaverM
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