En mi artículo anterior me detuve a explorar la relación
de causalidad que pudiera existir entre las “democracias bobas” y las
“dictaduras caribes”. Me he referido específicamente al caso venezolano donde
ocurrió y ocurre algo así, sin por ello excluir, por supuesto, al arcoíris
latinoamericano en su conjunto. Hoy insisto en ello pues el asunto de la
definición de lo que venimos llamando “régimen” está pendiente.
Si a ver vamos, la idea de la democracia fue siempre la
que responde a cierto deber ser, barrera frente y contra la barbarie y el
atraso, mientras que la dictadura, con su apetito voraz de dominación, parece
residir, ser, en cierta naturaleza histórica aún inconmovible. Todos los
esfuerzos llamados “civilizatorios” han tenido como objeto el control de
impulsos destructivos. Decir en este contexto, dictaduras caribes, casi que
geográficamente caribeñas o siguiendo su ejemplo, pareciera ser una redundancia
del estilo y lo es así ya que todo autoritarismo es destructivo y no necesita
ser antropófago, cual nuestros antepasados indígenas acostumbraban, para “alimentarse”
de la sociedad sobre la cual se impone o yuxtapone ya que al menos en teoría y
verborrea el proyecto caribe de dictadura invoca a la unidad entre milicia
golpista y pueblo como actores principales del proceso político.
Y si las democracias son difíciles de clasificar, las
dictaduras más aún pues sus formas de incubarse, disimularse y exteriorizarse
tienen que ver con motivos oscuros y torvos que ni el psicoanálisis ha podido
desentrañar con éxito. Llámense tótem-tabú-miedo-culpa-castigo tribal o cultura-religión-derecho
y ejercicio monopólico de la violencia legítima, ambas visiones conviven en su
insatisfecho afán de administrar esa pulsión subyacente en el género humano.
Siempre, dentro del contexto latinoamericano, hablar de
fuerzas armadas fue y es mencionar un fantasma, un elemento complejo de difícil
manejo y de vidrioso y viscoso predecir. En los regímenes democráticos de por
aquí, los políticos viven casi siempre cuidando y cuidándose de los militares y
cuando dejan de hacerlo, pues ya ve usted.
Porque la crisis de la democracia que aquí al menos se
nota es de obsolescencia, mientras que las dictaduras gozan de la puerta franca
que les brinda esa realidad en la que se juntan peligrosamente pobreza e
injusticia. Las democracias latinoamericanas viven en estado de coma, mientras
que las dictaduras asumen el papel de jefes de quirófanos y salas de terapia
intensiva.
He dicho de ellas que “caribes” pues entiendo que son
expresión de raíces culturales muy propias y he afirmado que “bobas” porque cuándo
no. En la región, las democracias y las dictaduras están íntimamente
emparentadas, y a veces hasta pudieran andar juntas las dos, a un sentimiento
religioso-cristiano-evangelizador-trascendente-trascendental y romántico de
entender y hacer política: unos ejerciendo el papel de apóstoles y los otros de
salvadores de la patria.
Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
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