La semana pasada, iba yo atravesando uno de los bares del
hotel más grande y con más estrellas de Valencia —porque tenía que llegar a un
salón donde varios amigos nos íbamos a reunir para celebrar un cumpleaños—
cuando escuché: “Ahí va Pittaluga” (muy pocos en Valencia, solo los más
cercanos, emplean mi apellido paterno al referirse a mí; y eso que a mi papá le
costó un realero ese noviazgo y esa boda con mi mamá).
Voltee para corresponder aunque fuese con una
sonrisa ese reconocimiento y hete aquí que a quien veo es a un prominente
dirigente del PUS regional, sentado con un diputado de bastante renombre y
otros correligionarios suyos, alrededor de sendos vasos de escocés caro en un
bar caro. Me refrené para saludarlo y
fue cuando aquel dijo en voz alta, para congraciarse con sus copartidarios:
“Este general es el único que me ha puesto preso”. Se refería a los lejanos tiempos, hace más de
veinte años, en los que yo era miembro del Gobierno de Carabobo y él era uno de
los “líderes” del movimiento universitario en la UC. No me quedó más remedio que mirarle fijamente
a los ojos y contestarle, también en voz alta, como para que me escucharan los
“reinvolucionados” —empleo este término porque, aunque sospecho que entre ellos
hay algún “robolucionario”, creo que a la mayoría no les cabe ese término. Le dije, con sonrisa burlona: “También diles
que, en esa oportunidad, te trataron muy distinto a como sucede ahora con los
estudiantes presos por manifestarse con métodos igualitos a los tuyos…” Y seguí.
Porque, hay que aclararlo de una vez; a ese señor nunca
se le violaron sus derechos, ni fue torturado, ni humillado; mucho menos,
perseguido con fiscales y jueces complacientes que vociferan “¡Uh, ah!” —lo que
es el pan de cada día con este régimen.
De hecho, él ni preso estuvo; solamente se le detenía por algunas horas
y luego se dejaba en libertad; lo que le permitía seguir aupando y protagonizando
desórdenes y tropelías junto con los ilusos que lo acompañaban. Que ahora deben estar enterándose con asombro
de que su antiguo cabecilla se “echa palos” en establecimientos muy diferentes
a la residencia estudiantil de Naguanagua donde vivía.
Dejo claro, que en los tiempos de la detención del ahora
tomador de buenos güisquis, más bien sobraban los instrumentos para contener a
los que protestaban. Hasta la Ley sobre
Vagos y Maleantes —que aquí fue derogada porque, supuestamente, no se puede presumir
la peligrosidad, pero que sigue vigente en Cuba— facultaban a las autoridades
ejecutivas a tomar medidas. Pero ninguno
de ellos, independientemente de lo grave de la alteración que hubiesen
protagonizado sufrió los rigores que hoy padecen los muchachos encerrados junto
a criminales dispuestos a la sevicia y
bajo al arbitrio de guardianes que se deleitan con el ensañamiento.
Pero es que la concepción del Estado era otra,
profundamente democrática; con lunares, pero genuina. Hoy, por el contrario, aunque disfrazados de
demócratas, los personeros del régimen están convencidos de que, logrado el
poder, no debe ser entregado jamás. Y
que si para eso hay que apelar a medios bastardos, a desvirtuaciones de la Ley,
¡pues sea! Una de las muestras más palpables
de lo que digo, está en las palabras de la fiscala mechi-pintada, amenazando
con penas a quienes se manifiesten “en
actitud hostil, contra el gobierno” y a quienes afirmen que van a estar en la
calle hasta que dimita Nikolai. Señora,
revise el DRAE, “hostil” no tiene las denotaciones que usted le quiere
dar. Y los manifestantes no tienen
razones para protestar con una sonrisa en la cara, sino con el ceño
fruncido. Ahora, la misma funcionaria
—aupada por el capitán Hallaca— parece estar lista para encausar por traición a
la patria a Ramón Muchacho por decir en el exterior que en Venezuela las cosas
no marchan bien. ¿Y es que dijo alguna
mentira? ¿O reveló un secreto de
Estado? Eso es “público, notorio y
comunicacional”, para decirlo con una frase excesivamente manida. ¿Hizo Muchacho algo distinto a lo que llevó a
cabo el muerto fallecido cuando tomó la palabra, vestido de liquilique,
contando con la presencia del Tío Barbas, en la Universidad de La Habana? ¡No!
Pero es que ahora se usa salsas diferentes para cocinar, dependiendo de
quién sea el pavo.
Por eso, el ensañamiento contra los presos políticos que
sufren en ergástulas sin haber cometido delito, solo por pensar distinto. Dramática la escena de la hija de Leopoldo
ante la reja de la prisión, clamando para que la dejaran visitar a su padre y
mostrarle el traje con el que se había presentado en su final de año
escolar. Eso es lo que pretende el
régimen: que los opositores entiendan que se puede avasallar impunemente hasta
a quienes no ha sido siquiera imputados.
Que, a pesar de las prédicas de labios afuera acerca de democracia e
inclusión, no les tiembla el pulso para adoptar como propias prácticas
empleadas por dictadores, pasados y actuales, contra quienes osen siquiera
pensar en reemplazarlos. Y lo más triste
es que, si leemos a Giordani entre líneas, ni siquiera es por una convicción
política, sino porque les gusta mucho la plata…
Humberto
Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
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