sábado, 19 de julio de 2014

GERMAN CABRERA T., LA REVOLUCIÓN COTIDIANA (1)

Llueve torrencialmente sobre los Altos Mirandinos.

El aire seco y polvoriento del verano se ha limpiado con los primeros palos de agua. Resplandece cristalino mientras el verde amarillento de las montañas comienza a teñirse de azul.
En la copa de un lánguido yagrumo, colgada y empapada, una pereza mastica lentamente cogollos tiernos. Lleva aferrado al vientre su cachorro mínimo.
Es la Venezuela que amo, pura y atemporal.
Salgo hacia Caracas, a sólo 20 kilómetros.
Al inicio de la carretera de La Mariposa el gobierno, interesadamente permisivo, ha hecho la vista gorda a las invasiones. Decenas de ranchos de lata lucen en sus frentes pancartas con la efigie del líder inmortal, el mejor pasaporte para evitar sanciones.
Junto a ellos, un camioncito de Mercal vende productos subsidiados a una larga cola de ciudadanos que espera pacientemente bajo la lluvia, cubriéndose con bolsas de plástico. El agua barrosa corre a sus pies.
A medida que avanzo, los cráteres lunares del pavimento se tornan peligrosos. Cubiertos de líquido son difícilmente detectables. Esquivo unos para caer en otros. Sufro por mi tren delantero.
 Como la Alcaldía roja no recoge la basura ni instala contenedores donde botarla, la vía que atraviesa ese tramo de selva nublada se ha transformado en un largo depósito de detritus.
En sólo diez minutos de recorrido, el contacto con la realidad ya ha comenzado a deprimirme.
Frente al hermoso paisaje lacustre del embalse, el Estado construye a la carrera cercas kistch de falsos troncos de cemento y muros adornados con los colores primarios patrios. Pronto inaugurarán algo que servirá de propaganda por unos días. Lo demás no importa.
 Poco después llego a lo que debería ser la Planta de Transferencia de Basura de Las Mayas, instalada hace pocos años con bombos y platillos.
La pretensiosa arquitectura del vertedero ha colapsado. Los techos metálicos cuelgan dislocados de la estructura mientras las retroexcavadoras trepan cual insectos sobre una  mega pirámide de restos urbanos. El olor es nauseabundo. Del otro lado de la calle, en medio de una nube de moscas, algunas personas desayunan, sentadas frente a mesas de plástico dispuestas ante quioscos tristes. Risas y música. El piso es un lodazal.
Pocos metros más allá, tres muchachos de torso descubierto cargan sobre un camión colchones destripados y manchados por todo lo imaginable.
Llego a Caracas y, después de una tediosa cola, a Los Próceres, el cursi homenaje al militarismo construido por Pérez Jiménez e impecablemente cuidado por el chavismo.
Debo hacer un trámite de vehículo en las oficinas ubicadas en el Inst. de Previsión de las FFAA. Nada menos.
 Una hora dando vueltas por el estacionamiento lleno.
Sigue lloviendo, consigo un puesto, corro al edificio. Rodeado de uniformes, charreteras y condecoraciones de héroes de opereta llego al mostrador. Se percibe un ambiente festivo. Una señora me pregunta que deseo. Le explico. Me responde sí, aquí es, pero no podemos hacer ese trámite. ¿Por qué?, pregunto. Porque no hay papel, responde lacónicamente.
¿Qué no hay papel?, vuelvo a preguntar incrédulo. No, no hay y no sabemos cuándo llegará. Deme su nombre y lo anotamos en una lista de espera, ordena.
Bueno, pero por lo menos podré renovar la licencia de conducir…
Tampoco podemos ayudarlo en eso, me dice. Y agrega: no hay plástico.
Sigue lloviendo cuando me monto en mi camioneta mentando madre.

German Cabrera
german_cabrera_t@yahoo.es
@germancabrerat

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